Varias personas migrantes corren en suelo español tras cruzar las vallas que separan Melilla de Marruecos el viernes 24 de junio de 2022. JAVIER BERNARDO (AP)

La defensa más difícil del Estado de derecho se produce en sus márgenes. Una democracia demuestra su verdadera solidez cuando es capaz de garantizar los derechos y libertades de quienes no pueden defenderlos por sí mismos. Por eso resulta alarmante el modo en que los grupos parlamentarios del PSOE y del Partido Popular, entre otros, han decidido tratar los graves sucesos que se produjeron en Melilla el pasado 24 de junio. En pleno ocaso de las democracias liberales (Applebaum), los partidos españoles de gobierno caminan en una peligrosísima dirección.

Las denuncias de lo que ocurrió en Melilla son conocidas y no provienen de una oscura ONG antisistema. En octubre de este año, la Defensoría del Pueblo emitió un informe en el que cuestionaba la versión del Ministerio del Interior y señalaba la posible violación de derechos fundamentales, como el del asilo y refugio. Organizaciones de derechos humanos y medios de comunicación nacionales e internacionales confirman estas denuncias, que incluyen cerca de medio millar de devoluciones en caliente, la intervención de la policía marroquí en suelo español, la ocultación de pruebas y, lo más importante de todo, una respuesta cruel e incompetente que dejó a los migrantes atrapados en una ratonera. 23 seres humanos murieron oficialmente por asfixia o aplastamiento, pero la cifra real probablemente sea más alta.

Frente a esta acumulación de pruebas, la respuesta de Interior ha sido mentir primero, y manipular y arrastrar los pies después, como sugiere la contundente respuesta del Defensor del Pueblo a aspectos claves de la información proporcionada por la Secretaría de Estado de Seguridad: la coordinación con Marruecos, el riesgo para los migrantes o las “entregas expeditivas” de potenciales solicitantes de asilo. Incluso han logrado poner de acuerdo a conservadores y anticapitalistas en la Comisión de Interior del Parlamento Europeo, que ha pedido una investigación independiente sobre el asunto.

En cualquier democracia que valga ese nombre, el ministro del Interior estaría ya en la calle y a la búsqueda de un buen consejo en el que envejecer.

No en la democracia española, lamentablemente. Porque Fernando Grande-Marlaska ha sido blindado, hasta ahora, por su Gobierno y por su partido. Cuando, en un primer momento, Pedro Sánchez declaró que el asunto de Melilla había estado “bien resuelto”, el presidente no cometía un desliz, sino que marcaba una estrategia. El penúltimo movimiento del PSOE ha sido bloquear en el Congreso una comisión de investigación sobre este asunto. Antes se habían cuidado de dejar el protagonismo de la delegación parlamentaria que se desplazó a Melilla en manos de Bildu, ERC y el PCE, para disgusto del Savater y quienes anteponen árbol a bosque.

Me cuesta pensar que haya muchos militantes y cuadros socialistas que se sientan cómodos con este juego, por no hablar de sus votantes.

El penúltimo movimiento del PSOE ha sido bloquear en el Congreso una comisión de investigación
El Partido Popular y Ciudadanos no son muy diferentes. Su propósito no es proteger a Marlaska, sino todo lo contrario. Pero el camino que han elegido para ello es paradójicamente similar al del PSOE: alejar la atención de la frontera y de sus víctimas, y diluir este asunto en el lodazal en el que se ha convertido el pleno del Congreso. Solo Vox demuestra estar a la altura de su propia retórica nauseabunda.

El mensaje que ha recibido la sociedad española es doble. Por un lado, la frontera es un territorio de impunidad; por otro, los muertos negros son menos muertos. Lo que nos devuelve a las tesis de Applebaum, de Snyder y de tantos otros que alertan sobre nuestro problema existencial: los movimientos nacionalpopulistas no están conquistando el mundo a base de ganar elecciones, sino a base de contaminar a los partidos que lo hacen, desplazando con ello las líneas rojas. Lo que antes era inaceptable para socialdemócratas, liberales y demócrata-cristianos —como rechazar a palos y gases a quienes huyen de la guerra— hoy forma parte de la caja de herramientas de muchos gobiernos europeos. Pero, como en aquel poema tan manoseado del pastor Niemöller, si hoy son ellos, mañana podríamos ser nosotros. Y entonces será tarde para lamentarlo.