Hany Ahmad Darwish llora la muerte de sus sobrinos en un bombardeo en la ciudad siria de Maaret al Numan, el pasado 28 de agosto. ZEIN AL RIFAI AFP

Comenzó a filmar, dice, con las manos temblando y el corazón a cien. Cuando Zein al Rifai entró en el hospital vio a los heridos, a mujeres y niños ensangrentados, y les fotografió. Siguió caminando y encontró a aquel hombre arrodillado, llorando ante los cuerpos sin vida de cuatro menores desfigurados, extendidos sobre una manta oscura en el suelo. Le llamó poderosamente la atención. Zein, de 32 años, natural de Alepo, estaba en un hospital de la ciudad de Maaret al Numan, en la franja occidental siria. Frente a él, llorando, Hany Ahmad Darwish, tío de los críos que inmortalizó con su cámara. Ninguno llegaba a los 10 años. “Fue increíble”, dice en un intercambio de mensajes, “imaginé que cualquier padre en esa región estaría expuesto a sufrir la misma escena”. Hacía tres horas que un caza del bando que apoya al régimen de Bachar el Asad había descargado su munición sobre el distrito de Shairout, en el centro de la localidad siria. Murieron al menos 13 personas, muchos de ellos niños. Fue el pasado 28 de agosto y aquel bombardeo liquidó a familias enteras. Literal.

Entre las seis y siete de la tarde de aquel día, según los relatos, informaciones y vídeos subidos a la Red, un avión militar lanzó varios proyectiles sobre esta estratégica localidad de la provincia de Idlib, último campo de batalla entre el régimen y fuerzas alzadas, entre ellas, Hayat Tahrir al Sham (HTS), vinculada a Al Qaeda. Anclada junto a la valiosa vía M5 que une Damasco y Alepo, Maaret al Numan (más de 80.000 habitantes, entre ellos miles de desplazados) ha sido escenario de la guerra siria desde 2012. Sobre las seis de aquel día, las imágenes grabadas y subidas a la Red mostraron humo, fuego y desolación. Las motos y furgonetas empezaron a cargar a los heridos. Dos vecinos, según uno de los vídeos más devastadores que documentan aquella masacre, escalan los escombros hasta alcanzar un cuerpo desdibujado. No pueden sacarlo.

“Ir hasta allí fue como un suicidio”, relata el fotógrafo. Seguían bombardeando. Activistas en el terreno identificaron el caza como un Sukhoi 24, de fabricación rusa y habitual en la fuerza aérea siria. En lo que tardó en llegar el fotógrafo, vinculado a la agencia France Presse, voluntarios de la organización Syria Civil Defense, conocidos como los cascos blancos, lograron sacar de entre el amasijo de hierros y hormigón a muchas de las víctimas. Algunos de los más pequeños solo aparecieron al caer la noche, entre excavadoras y focos de luz rebotando contra la grava. No había un hilo siquiera de vida.

Uno de estos fue Mustafa Mazen al Kraidi, de cinco años. Según el relato demoledor de un familiar recogido por Syrian Justice Organization (SJO) y facilitado a este diario, el menor quedó atrapado entre los escombros de uno de la media docena de inmuebles derruidos, con algunas heridas y una fractura en su mano. El agua que circulaba entre las pilas de hormigón le cubrió el cuerpo y acabó ahogado sin poder siquiera gritar para alertar a los voluntarios. Un tío del chiquillo, Mohamed al Shinah, de 34 años, se encontraba también en casa. Las esquirlas le perforaron un muslo 25 centímetros, y la caída de hormigón le destrozó los huesos. Murió 10 días después, el 7 de septiembre. Su mujer y dos hijos resultaron heridos, pero sobrevivieron.

Entre ofensivas, treguas, atentados y batallas, los sirios registran a sus muertos, una labor nada fácil, llena de imprecisiones. Para la elaboración de este artículo se han utilizado las listas de víctimas de SJO, el Comité Sirio de Derechos Humanos y la Red Siria de Derechos Humanos.

Zein al Rifai vio a aquel hombre arrodillado, a Hany Ahmad, e imaginó a tantos otros familiares sufriendo. Lo que no llegó a presenciar era aún más cruento. Las bombas habían ido golpeando y reduciendo a polvo y piedra, como piezas del dominó, una casa tras otra, habitadas por familiares del barrio de Shairout. Eso explica que los niños de la fotografía, los hermanos Al Hamwi (Ahmed, de cinco años; Mustafa, siete años, y Mahmoud, tres años) y el cuarto, Ahmad Yunes Darwish, de cinco años, fueran primos. De los Al Hamwi murieron los tres hermanos. Según cuenta en un correo Basel al Asfar, neurocirujano del hospital al que llegaron los niños, gestionado por la organización estadounidense Sams, la asfixia debajo de los escombros y las heridas tras el derrumbe causaron su muerte. “Lamentablemente no pudimos ayudarlos”, señala el médico. Algunas de las víctimas, las que quizá contaban con algún recurso extra, fueron trasladados a la frontera turcosiria para ser atendidos.

Dos familias asoladas
Khalia y Talal, padres de los Al Hamwi, sobrevivieron. De entre sus sobrinos no fue alcanzado solo el que captó Zein con la cámara —fotos amateur subidas a las redes mostraron un quinto cadáver sobre la manta—. Su hermano, Abdul Rahman, de tres años, también falleció. Y su abuela, Nadira; su madre, Ghalia; y su padre, Yunus. En la masacre, murieron otros dos niños no emparentados con estas dos familias: Jihad Hasan al Saleh, de cuatro años, y Yasin Ayub al Mulhem, de 16.

Abasi Darwish, tío de algunos de los niños muertos, sostiene un jersey a rayas que ha encontrado junto a los escombros de la vivienda de su hermana.
Abasi Darwish, tío de algunos de los niños muertos, sostiene un jersey a rayas que ha encontrado junto a los escombros de la vivienda de su hermana. SAMS
La organización Sams acompañó al hermano de Khalia, la madre de los Al Hamwi, a visitar la zona devastada tras el bombardeo. Allí se encontró un jersey a rayas azules de talla pequeña. Con él en la mano y el gesto desencajado fue retratado (la imagen acompaña esta información). “A las siete”, recuerda Abasi, el tío de los niños, en un mensaje enviado a este diario, “los aviones lanzaron varios ataques en nuestro barrio de Maaret al Numan. En ese momento comenzaron el miedo y los gritos. Salí a pie a buscar el lugar donde habían atacado los aviones. Me sorprendió ver la casa de mi hermana convertida en un amasijo de piedras y grava”.

Abasi fue testigo de cómo sacaron de entre lo que quedaba de vivienda a todos los miembros de la familia de su hermana. Todos, muertos. Cuando cayó la noche y Zein dejó de tirar fotos, aquel 28 de agosto, volvió a la carretera para regresar a Idlib a velocidad de vértigo. Recuerda todavía lo que se preguntaban en el hospital cuando lo dejó: “Qué le hemos hecho al mundo para que le pase esto a los cuerpos de nuestros hijos y nadie levante un dedo”.