Cocina del merendero 'Los días más felices' de barrio Rivadavia, en Buenos Aires. MARTÍN ARIAS FEIJOO

Poco antes de las cinco de la tarde, una voluntaria calienta leche en una inmensa olla en la cocina de Lidia Amanda Grim. En minutos será repartida entre los niños del Barrio Rivadavia, uno de los asentamientos precarios del Bajo Flores, en el sur de Buenos Aires. Cuando en 2016 Grim decidió sacrificar el patio de su vivienda para convertirlo en un merendero gratuito venían 20 chicos. Hoy superan los 130. La asistencia se ha desbordado en todos los lugares que ofrecen comida sin costo y en algunos hay lista de espera. Confían en que la declaración de emergencia alimentaria aprobada este miércoles por el Congreso, que aumenta en un 50% los fondos para los comedores comunitarios, les permitirá tener más recursos con los que amortiguar la dura crisis económica argentina.

“Al menos hay un reconocimiento del problema, esperemos que llegue más ayuda”, dice Grim al evaluar la emergencia alimentaria a la puerta de su casa, que es también la del merendero Los días más felices y tiene pintada en su fachada una imagen de Perón y Evita. Niños y adolescentes se acercan con recipientes en la mano para recibir el equivalente a una taza de leche y dos bollos dulces por cada menor de la familia. La leche la entrega el Gobierno municipal o, en su defecto la reciben de donaciones, mientras que la bollería van a buscarla a una panadería de la zona.

“Es cada vez más difícil. La semana pasada, como no nos mandan leche les tuvimos que dar mate cocido”, dice la responsable, en referencia a la infusión argentina más popular. Las panaderías han bajado su producción y no tienen excedentes, o los venden más baratos a última hora, lo que complica también su reparto entre los más necesitados. A una calle de distancia del de Grim funciona otro merendero; a dos, un comedor popular.

#InseguridadAlimentaria En el GBA, los niveles de ayuda alimentaria directa como los de inseguridad alimentaria (total y severa) se mantienen persistentes en los últimos dos años, alcanzando cifras alarmantes para los NNyA. pic.twitter.com/muPVf7OH8c

— Observatorio de la Deuda Social Argentina (UCA) (@ODSAUCA) September 12, 2019
La mitad de los menores argentinos es pobre y un tercio recibe alimentación gratuita en la escuela o en comedores de organizaciones barriales. Sin estos espacios, la situación actual sería aún peor. En Argentina, un país que produce alimentos para más de 400 millones de personas, casi diez veces su población, en 2018 “un 13% de los niños/as experimentó hambre, mientras que un 29,3% redujo su dieta”, advierte el último informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina. Supone un aumento del 30% respecto a 2015. “Estos datos muestran la necesidad de convocar al diálogo académico, pero también político-social para poner fin al hambre y garantizar el derecho a la alimentación”, subraya este organismo de la Universidad Católica Argentina.

El Observatorio destaca también que en los hogares más vulnerables de Argentina además de la cantidad también se redujo la calidad de las comidas. La dieta alimentaria diaria del 6,5% de los niños y adolescentes carece de todos los nutrientes esenciales, según el informe Barómetro de la Deuda Social de la Infancia.

“Una vez se nos desmayó un pibe (niño) haciendo deporte y cuando lo llevamos al [hospital] Piñeiro nos enteramos que era porque no había comido, hacía un día que no comía”, cuenta Guido Veneziale, presidente del club de barrio Villa Miraflores, al que asisten numerosos niños del barrio Rivadavia, en su mayoría becados. “Tenemos cerca de 300 jubilados acá y te diría que el 90% come una vez por día hoy por hoy”, agrega Veneziale.

Una inflación desbocada
Los alimentos se ha encarecido casi un 60% en el último año, mientras que los ingresos familiares son cada vez más bajos. “Trabajé cuatro años en blanco en tareas de limpieza pero cuando me quedé embarazada tuve que renunciar porque me estaban volviendo loca. Desde 2017 no pude conseguir más trabajo estable”, dice Lis, madre soltera con dos hijos a cargo. “Si no tuviese la AUH (ayuda universal por hijo) y la ayuda de mi mamá no tendría ni para la comida”, continúa esta voluntaria del merendero.

Soledad Gómez, empleada doméstica con una nieta de tres años a cargo, recuerda como en los últimos años ha recortado un gasto tras otro hasta darse cuenta de que no le alcanza ni para la comida. “Por las noches voy con mi hija a un comedor desde hace un mes, ya no puedo más”, asegura esta mujer de 40 años, residente de Quilmes, en la periferia sur de Buenos Aires. “Es muy triste la situación y los políticos recién lo ven ahora, sólo porque hay elecciones”, se lamenta.