Para el narrador, dramaturgo y director escénico David Olguín (CDMX, 1963), quien hoy recibirá la Medalla Bellas Artes 2023, un dramaturgo debe experimentado la herida psíquica, es decir, el desdoblamiento de sus personajes, como ocurre con William Shakespeare, Antón Chéjov, Molière y Thornton Wilder.
Además, en entrevista con Excélsior adelanta que el próximo 12 de agosto estrenará La nostalgia, su próximo montaje, en el Teatro El Milagro, “una suerte de homenaje al teatro y a la crisis que vive, ante la falta de público”, explica.
¿Qué significa para usted recibir esta presea?, se le pregunta al autor de más de 40 obras, entre las que destacan Bajo tierra, Belice, Siberia, La belleza y La exageración, y ganador de los premios Juan Ruiz de Alarcón y el Internacional de Teatro de Autor Domingo Pérez Minik.
Me siento muy contento y honrado, porque es un reconocimiento que uno no está esperando; me da mucho gusto recibirla, porque el mérito está en lo que uno ya hizo y no en algo que uno busque o persiga”, asegura.
¿Qué es la herida psíquica del dramaturgo? “Como dramaturgo, pienso que es una condición fundamental que te permite escribir para la escena, es la posibilidad de desdoblarte y de equilibrar voces en contrapunto y en conflicto, donde cada una tiene su verdad.
En ese sentido, hay una especie de esquizofrenia en quien escribe para la escena, donde lo importante es esa especie de despersonalización. La herida psíquica es una idea del dramaturgo chileno Marco Antonio Parra, aunque muchos dramaturgos han hablado de ello, como Rodolfo Usigli y Shakespeare, y son todas esas posibilidades que te da la dramaturgia de despersonalizarte y, en última instancia, confrontar verdades”.
¿Cuáles han sido los personajes más acabados que ha creado o ha llevado a escena? “Vivimos un tiempo en que se ha hablado sobre la disolución de la noción de personaje y eso es algo que se percibe en el drama contemporáneo. Pero también es cierto que el público está aún ávido de historias y de reflejarse en comportamientos humanos reconocibles.
Me atrae mucho lo que pude hacer en La belleza, con los personajes de Julia Pastrana y Theodor W. Lent; son personajes que siento acabados en mi obra y donde realmente puedes pulsar la naturaleza humana, donde aparece el cuestionamiento de la belleza”, apunta.
¿Y de otros autores? “Para mí, fue muy importante el trabajo de Tío Vania, mientras bordeaba mis 50 años, porque marcó una idea de apocalipsis interior en un ser humano, es decir, ese momento en el que haces el corte de caja y sientes un fracaso vital. Aunque este drama (de Chéjov), representa un gran choque entre el deseo y la realidad”.
¿Dónde han quedado sus facetas como narrador y libretista de ópera? “En el caso de la ópera (Despertar al sueño), fue una petición del compositor Federico Ibarra. Diría que fue una experiencia muy grata, pero no es algo fácil, porque tiene que coincidir el tiempo del compositor con el del dramaturgo.
Ojalá se me vuelva a dar la ocasión y pueda hacer algo. De momento, estoy planeando, en ese mismo sentido, un trabajo con el músico Raúl Zambrano, que espero podamos concretar el próximo año”, reconoce.
¿Será una ópera? “Eso quisiéramos. No sé si llamarlo ópera, pero sí será un libreto, donde él compondría música y sería escrito para voces, donde trabajaríamos texto hablado y texto cantado”.
¿Y en cuanto a la narrativa, considerando que antes ha publicado Amarillo fúnebre y Los habladores? “La narrativa demanda un enorme esfuerzo de concentración, pero sí me gustaría. Tengo un proyecto de cuentos que he escrito poco a poco.
Y pensando en el Quijote, donde se habla de la gran bacía de barbero, que es su yelmo, yo le llamo baciyelmos a estos textos híbridos que son a la vez monólogos y relatos, como los que aparecen en Los habladores, que son textos para ser leídos o representados”, explica.
¿Qué resuena en usted cuando le hablan de la colonia Guerrero? “Es un lugar sagrado para mí. Es mi infancia, mis seres queridos y mis núcleos fundacionales; es un habla en términos de personajes que vi y escuché, con los cuentos de mi abuela y, sobre todo, una rica galería de seres humanos, tan disímbolos y teatrales.
Además, es mi primer acercamiento a la noción de espectáculo, en los patios de Buenavista, a donde llegaba el Circo Unión y el Circo Atayde, en épocas donde solían hacer un pequeño desfile por la colonia”, describe.
Por último, Olguín habla sobre el teatro en México.
Creo que falta la multiplicación de proyectos independientes para responder a las realidades tan diversas del país. Además, el Estado no ha logrado, a través de sus instancias, conformar un público; creo que ha sido al revés y lo ha dispersado.
Y, por el contrario, abunda, “lo que observo es una multiplicación interesantísima de espacios independientes y de compañías pequeñas en todo el país.
Además, señala que el único horizonte económico que existe para la producción en México (Efiartes y Efiteatros), en realidad “son producciones de una vez y son pocos los productores privados que arriesgan su dinero para darle continuidad a sus emprendimientos”.
Sin embargo, asegura que sólo los proyectos de mediano y largo plazos son los que pueden permear de manera significativa en la sociedad.