Los huesos, los dientes e incluso uñas o cabellos son los principales testigos que quedan del pasado. Los tejidos blandos, los órganos internos, los músculos, tendones o la piel no llevan bien el paso del tiempo y se desvanecen. Frente a esa realidad, un grupo de arqueólogas y paleontólogas ha recopilado una muestra con miles de partes blandas para comprobar que el cerebro es de todas la que mejor se conserva. En un tercio de los casos no está claro como han podido aguantar hasta 12.000 años. Creen que hay algo en la materia gris que hace de conservante.

Tras revisar archivos, bases de datos arqueológicas y centenares de investigaciones publicadas, reunieron información de más de 13.000 partes blandas de 213 yacimientos repartidos por todo el mundo. De ellas, 4.405 eran cerebros humanos, lo que los convierte en la parte blanda que más aparece en la muestra. De hecho, más de mil de ellos son el único resto blando de los cuerpos encontrados. Tal cantidad les permite desmontar la idea de que son algo raro en el registro fósil. “¡Por supuesto, que se conserve un cerebro será algo menos frecuente que si son tejidos esqueléticos o dentales!”, dice Alexandra Morton-Hayward, antropóloga forense de la Universidad de Oxford (Reino Unido) y primera autora de esta investigación publicada en Proceedings of the Royal Society B Biological Sciences. Pero añade que “los cerebros superan considerablemente a otros tejidos reportados durante el mismo período de tiempo”.

Puestos sobre el mapa, hay cerebros fósiles en todos los continentes, a excepción de la Antártida. La mayoría se concentran en Europa, pero también se han conservado en otras zonas de tradición arqueológica, como la cordillera andina, el antiguo Egipto, Oriente Medio o el extremo este de Asia. Al añadir la variable climática, pudieron investigar las causas de la conservación de unos tejidos que, en condiciones normales, deberían de haber desaparecido en unas pocas décadas. “En el campo forense, está bien establecido que el cerebro es uno de los primeros órganos en descomponerse tras la muerte”, recuerda Morton-Hayward.

La mayoría de los cerebros (el 38%) se ha conservado gracias a la deshidratación, generalmente por calor. Por ejemplo, se mantienen 500 de una necrópolis egipcia de hace 6.150 años. El otro mecanismo de conservación tiene que ver con el jabón, la saponificación. En determinadas condiciones ambientales, las grasas del cuerpo, el tejido adiposo, formado en un 98% por triglicéridos, se convierten en adipocira o cerca cadavérica. Esta cera es la que da longevidad al 30% de los tejidos cerebrales investigados. Son muchos, pero solo los han encontrado en siete yacimientos, casi todos (1.200) fueron encontrados en un cementerio medieval de París. Otras dos vías que han encontrado son llamativamente marginales. Solo un 1,6% de los cerebros que han localizado se han conservado por medio de la congelación en zonas como Alaska y de alta montaña, como los Andes o los Alpes. El curtido de la materia gris, como si fuera piel de cordero, solo lo han encontrado en una veintena de casos, todos en turberas de zonas húmedas de Europa.

Pero hay 1.328 cerebros que han llegado hasta el presente sin saberse cómo, incluidos los más antiguos de la muestra, que tienen más de 12.000 años. Las autoras del estudio los han clasificado como de mecanismo “desconocido”. No es que no lo hayan investigado, es que no encajan en los cuatro procesos anteriores y en los que no han encontrado condiciones ambientales específicas que expliquen su conservación. Tampoco les ayuda el hecho de que fueron encontrados en una amplia variedad de sitios, incluidas tumbas, túmulos, naufragios, ataúdes de madera y plomo, fosas comunes y poco profundas, restos fragmentarios o cabezas cortadas. No comparten la latitud o las condiciones climáticas, aunque la presencia de arcilla y hierro en estos lugares podría explicar algunos casos.

“Son pocos los factores que tienen en común los cerebros de tipo desconocido, aunque ocasionalmente se mencionan anegamientos y presencia de arcillas y hierro en el entorno funerario”, destaca Morton-Hayward. “Lo que los distingue de otros tipos de preservación es que son el único tejido blando que queda, lo que sugiere un modo de preservación exclusivo del sistema nervioso central”, añade. En efecto, de los 1.328 restos cerebrales de mecanismo desconocido, 1.308 fueron el único resto blando encontrado junto a huesos o dientes. “Además, la ausencia de factores ambientales unificadores apunta a que algo en el cerebro mismo (quizás su composición bioquímica en vida) sustenta este mecanismo desconocido y facilita su preservación después de la muerte”, concluye la investigadora británica.

Esa va a ser la segunda parte de esta historia. Pretenden encontrar esos elementos o mecanismos endógenos que otorgan mayor longevidad al tejido cerebral. Es cierto que el cráneo le da un refugio temporal a la acción ambiental, pero también se lo da al corazón o a la lengua y, sin embargo, no se conservan casos similares. Otro elemento añade más misterio y refuerza la pista interna: de media, los yacimientos donde se han encontrado estos cerebros tienen niveles de precipitaciones superiores a la de los otros mecanismos de conservación y la humedad es de los factores ambientales que más aceleran la putrefacción del material orgánico. Entre las posibilidades que apuntan, su principal hipótesis es la de una interacción química entre varios elementos, como entre proteínas y lípidos, mediada por el hierro. Los tres abundan en la materia gris y serían la clave de su conservación.