Agentes de la policía federal trasladan uno de los cuerpos hallados durante la búsqueda de Bruno Pereira y Dom Phillips, este miércoles en Atalaia do Norte. BRUNO KELLY (REUTERS)

El hallazgo de dos cuerpos enterrados en una zona de muy difícil acceso selva adentro en la Amazonia brasileña puso fin este miércoles a la agonía de los familiares y los colegas del indigenista Bruno Pereira, de 41 años y padre de tres hijos, y del periodista británico Dom Phillips, de 57 años. La policía pudo localizar el lugar donde los cadáveres fueron escondidos solo después de que un pescador furtivo, el primer detenido tras la desaparición, confesara que los habían asesinado, los habían enterrado y hundido su lancha en el río Itaquaí. Era el desenlace temido tras una agonía de 11 días con intensas búsquedas en el trecho de río donde desaparecieron el 5 de junio. La muerte violenta de ambos en el valle de Yavarí —un territorio del tamaño de Panamá donde viven al menos diez pueblos de indígenas no contactados— es mucho más que un suceso. “La tragedia expone a la Amazonia como una tierra sin ley patrocinada por Bolsonaro”, afirma este jueves el editorial del diario Folha de S. Paulo.

Los 11 días de agonía
Miércoles, 15 de junio. Los rastreadores indígenas que se movilizaron horas después de que se perdiera la pista del indigenista y el periodista completan el día 11 de búsquedas en una zona de selva surcada por un río que serpentea. Las fuerzas de seguridad se unieron al día siguiente de que se denunciara la desaparición. El rastreo se centra en un área de 10 kilómetros cuadrados, en el que el río hace varios giros, que queda relativamente cerca, en términos amazónicos, de la ciudad de Atalaia do Norte. Después de que uno de los arrestados, el pescador Amarildo da Costa, de 41 años, alias Pelado, confesara el crimen, uno de los dos arrestados lleva a la policía hasta la zanja donde los enterraron. Horas después, la policía informa en rueda de prensa que dos cadáveres han sido localizados y ofrece unos primeros detalles sobre las circunstancias de la desaparición.

Diez días antes, domingo 5 de junio. El reportero Phillips, un asiduo colaborador de The Guardian, y el indigenista, que durante una década trabajó en la Funai, el organismo oficial creado para proteger a los indígenas, regresaban a Atalaia do Norte después de una travesía río arriba. Habían navegado hasta el lago Jaburu, para que el primero entrevistara a los patrulleros nativos que gestionan un puesto de vigilancia para evitar invasiones de la tierra Yavarí. Son colegas de los hombres que los han buscado durante 11 días. Pertenecen a Univaja, una asociación que ha asumido la defensa de su tierra ante el repliegue de las agencias gubernamentales. Pereira trabaja con ellos. Son vistos por última vez por los vecinos de una aldea llamada São Gabriel.

Todo esto ocurre en la Amazonia mejor conservada, a 1.100 kilómetros al oeste de Manaos, en la frontera con Perú y Colombia, es la línea del frente de una guerra. Un área donde convergen los pescadores y cazadores furtivos, madereros y mineros ilegales, y el narcotráfico. El experto en indígenas ayudaba a los miembros de Univaja a documentar sus denuncias de invasiones para activar a los poderes públicos con la esperanza de que apliquen la ley. Una tarea en la que combinan los saberes heredados de sus antepasados con tecnología puntera.

Según el relato policial, en la travesía de regreso, Pelado, armado con una escopeta, persigue a toda velocidad la lancha del británico y el brasileño. El pescador, conocido furtivo, abre fuego. Va con otras cuatro personas a bordo, se produce un enfrentamiento y neutralizan al dúo. El indigenista había sido reiteradamente amenazado y solía ir armado; tanto él, como Phillips y el equipo de Univaja fueron amenazados la víspera de desaparecer por Pelado y otros furtivos. Los atacantes hunden el motor del dúo en el río.

Cuando el británico y el brasileño no llegan a la hora prevista, salta la alarma en la asociación Univaja. Los patrulleros indígenas, que saben leer en la selva si alguien ha pasado por un lugar, hace cuánto, cuántos eran o si hubo violencia, emprenden la búsqueda. Sin resultado. Tampoco hay indicios de accidente. Pereira ha realizado múltiples expediciones en la selva, sabe sobrevivir en ese ambiente hostil.

Días antes del suceso, Pereira facilitó a la policía y al ministerio público información detallada sobre una red criminal supuestamente implicada en la pesca y la caza furtiva. Y la información recabada sobre el terreno por los indígenas también sirvió en los últimos meses para confiscar capturas ilegales.

Lunes, 6 de junio. Los indígenas denuncian la desaparición ante las autoridades. Los primeros agentes de policía se suman al rastreo. El Gobierno anuncia el envío de medios, que tardan en materializarse sobre el terreno. Los familiares y colegas de los dos desaparecidos les apremian porque el tiempo es crucial. Critican que no desplieguen aeronaves. El Ministerio de Defensa anuncia en una nota que está listo para sumarse, pero que está a la espera de órdenes superiores. Cunde la indignación entre los colegas de uno y otro por la lenta respuesta gubernamental.

Mientras, los atacantes trasladan los restos de los desaparecidos a un punto tres kilómetros selva adentro y los entierran. Cargan su lancha de sacos de arena y la hunden, según la versión de la policía, basado en la confesión de Pelado. Los análisis deben confirmar sus identidades y la causa de la muerte.

Martes, 7 de junio. Las autoridades despliegan una operación de búsqueda con buceadores, policías y soldados en dos lanchas y una moto de agua. Los allegados denuncian que hacen falta aeronaves. La policía abre una investigación criminal. Los compañeros de oficio de ambos se movilizan para lanzar una campaña nacional e internacional que clama: ¿Dónde están Bruno y Dom?

La esposa de Phillips, Alessandra Sampaio, implora a las autoridades en un vídeo: “Incluso si no encuentro vivo al amor de mi vida, hay que encontrarlos. Por favor, intensifique estas búsquedas”. La compañera de Pereira, Beatriz Matos, recalca en una nota: “Cada minuto cuenta, cada trecho de río y de selva no recorrido puede ser este (el lugar) donde esperan el rescate”.

El presidente Jair Bolsonaro, que considera a las ONG, los indígenas y la prensa auténticos enemigos, descalifica a los dos veteranos profesionales: “Dos personas en una lancha, en una región así, completamente salvaje, es una aventura nada recomendable. Puede pasar cualquier cosa. Pudieron tener un accidente o haber sido ejecutados”.

Miércoles, 8 de junio. Varias personas son interrogadas y el pescador conocido como Pelado es detenido después de que un testigo cuente que vio la persecución del día 5. El arresto se produce porque posee munición de uso restringido de las Fuerzas Armadas, pero luego entra en prisión provisional como sospechoso en la desaparición. (Los dos abogados que asumen su defensa son funcionarios de justicia, según revela la prensa brasileña, algo no tan extraño en el Brasil más aislado, pero que llama la atención. Al trascender la noticia, ambos dejan al cliente).

Jueves, 9 de junio. Bolsonaro y Biden mantienen su primera reunión bilateral en paralelo a la cumbre de las Américas, que se celebra en Los Ángeles. La campaña que exige a las autoridades que refuerce las operaciones de rastreo llega hasta allí.

Viernes, 10 de junio. La policía encuentra “material orgánico aparentemente humano” en el río.

Una fuente indigenista que conoce bien esta recóndita región del valle de Yavarí explica a este diario: “Todo lleva a creer que no fue un accidente, sino que sufrieron una emboscada. Un barco no desaparece, así como así, con siete bidones de gasolina vacíos. Se evaporaron ellos y todas las evidencias”.

Sábado, 11 de junio. La familia de Pelado asegura que ha sido torturado. “Querían que confesara, pero es inocente”, le dice a la agencia Associated Press Oseney da Costa, hermano del primer detenido, que días después se convertirá en el segundo detenido.

Domingo, 12 de junio. Primera novedad tangible en el caso. Los rastreadores indígenas de Univaja localizan una mochila amarrada a un árbol en una zona inundada cerca de donde fueron vistos por última vez. Entre los enseres, la tarjeta sanitaria de Pereira, las botas de ambos, unas chancletas y ropa.

Lunes, 13 de junio. El segundo de la Embajada brasileña en Londres, Roberto Doring, avisa a los hermanos de Phillips de que tiene novedades, y quiere contárselas. La información del diplomático procedía de “un contacto oficial brasileño”, según dijo luego la familia. “Nos dijo que habían encontrado dos cuerpos, pero que (como era pronto en Brasil) no se había realizado el proceso de identificación”. La esposa de Phillips hizo público el hallazgo. Muchos medios nacionales e internacionales, incluido este diario, publicaron la aparente información, que la policía brasileña desmintió después en una nota diciendo: “No proceden las informaciones de que los cadáveres han sido localizados”. El embajador se disculpó después con los Phillips.

El presidente Bolsonaro vuelve a referirse al caso. Esta vez en términos llamativamente gráficos. “Los indicios llevan a creer que hicieron alguna maldad con ellos, porque ya fueron encontradas vísceras humanas flotando en el río, que están en Brasilia para identificar su ADN”.

Martes, 14 de junio. Detenido un segundo sospechoso, el hermano de Pelado y pescador Oseney da Costa.

Miércoles, 15 de junio. El jefe de la Policía Federal de Amazonas confirma en una comparecencia a última hora de la noche en Manaos la localización de dos cadáveres y ofrece algunos detalles de la confesión de Pelado.

“Ahora podemos traerlos a casa y despedirlos con amor”, declara la esposa de Phillips. Y añade: “Hoy empieza también la búsqueda por la justicia”.