A lo largo de su historia, las relaciones México-Estados Unidos se han movido en dos escenarios diferentes: el de la dependencia fronteriza y el de la política exterior nacionalista. Este modelo fue destruido por el presidente Carlos Salinas de Gortari al firmar el Tratado 1991-1993 con una agenda secreta de subordinación mexicana a los intereses geopolíticos y de seguridad nacional de la Casa Blanca.

El modelo del presidente López Obrador regresó al doble escenario: las relaciones comerciales y de seguridad se rigen por la dependencia fronteriza entre un imperio y una república que no quiere ser protectorado y un nacionalismo defensivo que quiere ser derrotado por los intereses de los sectores conservadores binacionales dominados por la dependencia comercial.

El presidente Biden ha decidido reconstruir el modelo de dominación imperial que había sobrevivido hasta la presidencia de Obama; los objetivos nacionales del presidente Donald Trump abandonaron el papel estadounidense de policía mundial y se centraron en la reconstrucción de la capacidad económica y productiva para estimular el empleo y el bienestar.

El primer discurso internacional de Biden ocurrió en febrero de 2021 en la Conferencia de Seguridad de Múnich y ahí anunció el regreso de Estados Unidos al liderazgo mundial, el fortalecimiento de la OTAN como un bloque militar ofensivo al que se incorporarían –cuando menos como propuesta– los ejércitos de México y Brasil. El segundo paso de la Casa Blanca hacia su objetivo de reponer el control estadounidense del mundo fue la creación de la Cumbre de la Democracia en diciembre de 2021 con el mensaje claro de que el modelo democrático estadounidense –hoy definido por el poder de los lobbies— sería su prioridad. Y el tercer paso será explicado por Biden al presidente López Obrador: la Novena Cumbre de las Américas en junio próximo en Los Angeles convertirá a “América del Norte” –los tres países del Tratado– en los líderes de la región para imponer el modelo estadounidense.

La agenda de la Novena Cumbre colocará –en el escenario de Biden– los temas de “cooperación en materia de migración”, los “esfuerzos conjuntos” de desarrollo en Centroamérica, la competitividad y el crecimiento económico, la seguridad, la energía y la cooperación económica, todos ellos a partir de la agenda de reconstrucción del dominio económico y geopolítico de Estados Unidos en el mundo y desde luego en la zona latinoamericana y caribeña.

El presidente Biden no ha sabido explicar con claridad cómo resolverá una de las principales contradicciones regionales: los presidentes del Triángulo del Norte de Centroamérica no están invitados a la cumbre por –en la lógica estadounidense– no representar intereses democráticos ni aceptar el proteccionismo de EE. UU., pero la Casa Blanca estará interviniendo en la vida interna de esas naciones a través de mecanismos de seguridad.

Uno de los temas de la agenda que tampoco ha sido reconocido por Washington es la presión de seguridad nacional de la Casa Blanca para obligar a los países latinoamericanos y caribeños a apoyar las sanciones contra Rusia que han sido definidas sin que Estados Unidos haya declarado la guerra a ese país y sin negociar con los países de la región algún acuerdo de seguridad que los pueda obligar a reproducir a ciegas los intereses estadounidenses.

Los puntos centrales de la agenda de Biden responden a los intereses nacionales y geopolíticos de Estados Unidos que están contenidos en su Estrategia de Seguridad Nacional: regresar al liderazgo geopolítico y militar estadounidense para rehacer lo que pudiera considerarse el bloque de Occidente y confrontar de manera directa a los bloques políticos de Rusia y China. Es decir, el presidente Biden está imponiendo los intereses estadounidenses de seguridad nacional al mundo para regresar al viejo modelo de la guerra fría 1947-1991, sin preguntar si los demás países del mundo pudieran tener algún enfoque similar o sí quisieran sumarse a una guerra de dominación imperial que no es la suya.

Todo este escenario estará presente en la conversación impuesta hoy viernes por el presidente Biden al presidente López Obrador con el propósito de que Estados Unidos imponga los intereses de seguridad geopolítica estadounidense por encima de los intereses nacionales mexicanos.

En el fondo, Biden está reviviendo el espíritu guerrerista imperial del presidente Reagan, mezclado con el modelo económico neoliberal de Margaret Thatcher.

Política para dummies: La política es, en el fondo, una guerra de posiciones.

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