Poco a poco, a medida que se aleja la sombra de Donald Trump que todo lo tapaba, los congresistas republicanos van teniendo que enfrentarse a los fantasmas de un movimiento radical al que se han arrojado sin red en los últimos cuatro años. Fantasmas que encarna mejor que nadie la flamante congresista Marjorie Taylor Greene (Milledgeville, Georgia, 47 años), una extremista sobre la que los legisladores tendrán que pronunciarse públicamente este jueves y escoger, con luz y taquígrafos, si ponen freno a los delirios conspiranoicos que intoxican la política estadounidense o si rinden pleitesía a las bases trumpistas, que todavía hoy engrasan la maquinaria electoral republicana.
Marjorie Taylor Greene ganó en noviembre un escaño en la Cámara de Representantes por Georgia, gracias, en parte, a un anuncio en el que salía armada con un fusil de asalto advirtiendo a los “terroristas de Antifa” de que no pusieran “un maldito pie en el noroeste de Georgia”, y otro en el que salía con el mismo fusil junto a un collage con las fotos de Alexandria Ocasio-Cortez y otras congresistas jóvenes de izquierdas. Es hora, decía la candidata, de que “los cristianos conservadores fuertes pasen a la ofensiva contra estos socialistas que quieren romper nuestro país”. Se impuso a su rival demócrata con el 74% del voto. Y su actividad en este mes que lleva en el Congreso se ha centrado en pasearse con una mascarilla que dice “Trump ganó”, defender errónea y reiteradamente que efectivamente el republicano ganó las elecciones de noviembre por goleada, y redactar unos intrascendentes artículos de impeachment contra el presidente Joe Biden, el día después de su investidura, alegando “abuso de poder”.
Greene ha expresado su apoyo a numerosas teorías conspiratorias de la extrema derecha, entre ellas QAnon y Pizzagate, esas que dicen que las élites demócratas y de Hollywood son una secta de pedófilos y caníbales adoradores de Satán, o la de que los Clinton han asesinado a medio centenar de asociados suyos. También defendió la congresista, según joyas de su actividad en redes sociales reveladas estas semanas, que los recientes incendios forestales de California pueden haber sido causados por un láser espacial controlado por banqueros judíos. Compartió un vídeo en el que un negacionista del Holocausto asegura que “los supremacistas sionistas han orquestado una promoción de la inmigración y el mestizaje”. Describió el resultado de las legislativas de 2018 como una “invasión islámica”. Apoyó ciertas llamadas a asesinar a líderes políticos demócratas, y a menudo ha considerado que los tiroteos en las escuelas, como el de Parkland (Florida, 2018) y el de Sandy Hook (Connecticut, 2012), han sido montajes para impulsar la legislación a favor del control de las armas de fuego.
Los congresistas republicanos estaban estos días ocupados estudiando cómo represaliar a una de sus congresistas. Pero no a Greene, sino a Liz Cheney, tercera autoridad del grupo republicano en la Cámara baja, hija de quien fue vicepresidente de George W. Bush, con una larga y respetada trayectoria en el partido. ¿El motivo? Haber votado a favor del impeachment de Trump, espantada por el asalto de sus seguidores al Capitolio el pasado 6 de enero. Reunidos el miércoles por la noche a puerta cerrada, en voto secreto con resultado de 145 a 61, los republicanos decidieron finalmente no apartar a Cheney de sus funciones.
Respecto a Greene, la estrategia de los republicanos hasta ahora ha sido básicamente mirar hacia otro lado, como vienen haciendo con la corriente radical que se ha apoderado del partido. Ignorarla, y recurrir a ella cuando hace falta rascar votos en las bases trumpistas, como en la segunda vuelta que se celebró para adjudicar los dos escaños del Senado por Georgia. Pero los demócratas, que tienen mayoría en la Cámara, han dicho basta y han anunciado una votación este jueves para despojar a la congresista de sus cargos en los Comités parlamentarios. Una astuta jugada que obligará a los republicanos a posicionarse públicamente.
Por supuesto, a la mayoría de los republicanos les horroriza, en privado, lo que dice Greene. Pero posicionarse en público contra quien se ha convertido en una de las heroínas del trumpismo, experta linchadora en redes sociales y que cuenta todavía con el apoyo entusiasta del expresidente, es para muchos arriesgar las aspiraciones de reelección. Algunos republicanos quieren ver en la votación de este jueves una batalla por el alma del partido. Pero de momento, debido en parte a la entrega incondicional e interesada del establishment republicano a Trump durante estos cuatro años, esa alma es patrimonio de los radicales. Porque el Partido Republicano, hoy, es más Marjorie Taylor Greene que Liz Cheney.
En medio del debate en el partido, el propio senador Mitch McConnell, que encarnó como nadie ese matrimonio de conveniencia entre Trump y un partido ya radicalizado por el Tea Party, dijo el lunes que las “mentiras chifladas y las teorías conspiratorias” de Greene (a la que no mencionaba explícitamente) son un “cáncer” para el partido. “Alguien que sugiere que quizá ningún avión golpeó al Pentágono en el 11-S, que los horrorosos tiroteos en las escuelas eran un montaje y que los Clinton estrellaron el avión de John Fitzgerald Kennedy junior no vive en la realidad”, dijo.
Masa crítica
La ruptura lenta, cautelosa y titubeante que está protagonizando McConnell con Trump ilustra el proceso que vive el propio partido. Después del asalto al Capitolio, parecía que una masa crítica empezaba a comprender, al verlo en acción ante sus propios ojos, la envergadura del monstruo que habían creado. El propio McConnell difundió la idea de que estaría abierto a condenar a Trump en un juicio por su impeachment en el Senado. Pero, experto en las artes de dar una de cal y otra de arena, acabó diciendo que cree que dicho juicio en el Senado sería inconstitucional.
La dirección republicana en la Cámara baja trató durante todo el miércoles, entre bambalinas, de alcanzar un acuerdo con los demócratas que les evitara el mal trago de la votación. Pero lo único que la habría detenido, aseguraban los demócratas, es que el partido hubiera decidido unilateralmente obligar a Greene a abandonar los dos Comités en los que se sienta, el de Presupuestos y el de Educación, este último especialmente llamativo si se tienen en cuenta sus opiniones sobre la lacra de los tiroteos en las escuelas.
Que el partido mayoritario en la Cámara decida votar para alejar de los comités a un miembro del partido minoritario es algo inusual. Y a eso planean agarrarse los republicanos, argumentando que sentaría un precedente peligroso castigar a una congresista por afirmaciones que realizó antes de sentarse en la Cámara. “Los comentarios pasados de Marjorie Taylor Greene sobre los tiroteos en las escuelas, la violencia política y las teorías conspiratorias antisemitas no representan los valores y creencias del grupo republicano en el Congreso. Condeno esos comentarios inequívocamente”, dijo el líder de la minoría republicana en la Cámara baja, Kevin McCarthy, en un comunicado. Pero, dejando claro que no tenía intención de tomar medida alguna contra Greene, añadió: “Los demócratas eligen elevar la temperatura dando el paso sin precedentes de avanzar en su aferramiento al poder”