La plaza del centro histórico de Iztapalapa, en Ciudad de México, está dividida en dos. Por un lado, una interminable fila de personas esperan con paciencia para realizarse una prueba de coronavirus gratuita en una de las carpas habilitadas por la emergencia provocada por los hospitales al borde del colapso. La larga cola, un vivo reflejo de la incidencia del virus en la capital, da la vuelta a la plaza mientras el personal médico se apresura a realizar en cadena los raspados nasales. En el otro extremo, una carpa más pequeña aún no ha abierto las puertas, pero decenas de personas aguardan en el frío la llegada de los camiones del oxígeno gratuito que suministra el Gobierno local. Esta fila es también un reflejo de la ingente necesidad del gas en México. Los pacientes recurren a su mercado sumergido, ya que, pese a que varias tiendas han abierto para satisfacer la demanda, el alto costo del tratamiento y su desabastecimiento empujan a recurrir a préstamos de equipos entre familias y contactos personales.
Diego Ortega lleva allí desde las 7.00 de la mañana, dos horas antes de que inicie el reparto del producto, para ser uno de los 50 afortunados diarios que reciben la posibilidad de recargar gratuitamente el tanque. Se turna con su tía para permanecer en la cola y recoger oxígeno para su madre, a la que cree que él mismo infectó tras contagiarse en el trabajo. “Me gasté 4.000 pesos (200 dólares) el primer día de su diagnóstico en el médico, medicinas y el tanque de oxígeno. Luego fueron 1.000 pesos más (50 dólares) en recargas y ahora he tenido que dejar mis dos trabajos para poder venirme a formar”, narra mientras trata de calentarse las manos. Él, junto a miles de mexicanos, participan en el mercado sumergido de este medicamento escaso, pero esencial para aquellos que enferman de gravedad de covid-19 y deciden tratarse en casa.
Con los hospitales capitalinos rozando el 90% de su capacidad, es escasa la posibilidad de encontrar una cama disponible. La saturación ha obligado a muchos pacientes a llamar a varias puertas para conseguir asistencia. Muchos son rechazados en la entrada de las clínicas. Esto se suma a la negativa percepción ciudadana de los tratamientos en los hospitales, que están priorizando a personas graves en el proceso de admisión. En consecuencia, los enfermos temen no volver a ver a sus familiares y pasar las últimas horas en soledad.
Las empresas que venden oxígeno han notado en primera persona esta situación. Los pacientes que se tratan en casa, ya sea obligados por el colapso hospitalario o por miedo, han disparado el mercado de compra y venta del gas que ayuda a los pulmones dañados por el virus. La creciente demanda de los últimos meses ha llevado abrir varias tiendas de distribución cerca de los hospitales. En las puertas del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), al sur de la capital, algunos empleados reparten convenientemente tarjetas de presentación a la salida de urgencias. La ingente necesidad del gas ha provocado un desabastecimiento del equipo que se requiere para usarlo. Tanto el alquiler como la compra de los tanques es cada vez más difícil, los concentradores que generan el gas ya no se consiguen y los oxímetros para medir la saturación de oxígeno en sangre han desaparecido de los establecimientos, según los usuarios.
La familia Ortega tuvo suerte. Cuando la madre de Diego dio positivo iniciaron un peregrinaje por las tiendas de la ciudad para conseguir un tanque y una recarga. “Conseguimos uno prestado porque ni siquiera encontramos uno para rentar”, explica Verónica Ortega, la tía de Diego. Con mucho cansancio en los ojos, explica que ha pasado tantas mañanas formadas en las colas de recarga gratuita que ya se sabe de memoria el funcionamiento y las normas: debes llevar la prueba positiva que demuestre covid, no dejan recargar tanques grandes y cuando ya han rellenado 50 equipos se acaba y se van. Por eso es importante llegar pronto. “Yo tengo que proveer para mi familia, es muy duro porque por estar aquí tengo que dejar a mis hijos y ya van semanas que no puedo estar con ellos”, dice entre las lágrimas que le provoca el haber pasado el día de Reyes en la cola sin su familia. El tanque que consiga rellenar deberá hacerlo rendir tres horas. Se lo llevará a su hermana y entonces su sobrino aprovechará para llevar el de repuesto a recargar, así su madre nunca estará desconectada. Cada equipo tarda de 30 a 40 minutos en llenarse, por lo que pueden estar formados hasta nueve horas. A pesar de la gravedad de la paciente, jamás se plantearon llevarla a un centro médico público y optaron por un médico privado. “No confiamos tanto en el servicio gratuito, ahí la gente se está muriendo”, sentencia.
La letalidad del virus en México se sitúa en torno al 6% de los casos positivos y cerca del 90% de las defunciones registradas han sido en hospitales. Christopher Pegueros, médico cirujano especializado en terapias intensivas, ha sido testigo de ello en varios hospitales de especialidades. Pegueros tiene varios pacientes particulares además de su trabajo en los centros médicos. Los enfermos le envían fotos de los oxímetros para corroborar su estado, algunos saturan al 35% (95% es el límite de lo sano y por debajo de 85% es necesaria la hospitalización). El médico indica que muchos pacientes necesitan el oxígeno en casa porque no encuentran camas en los hospitales. Algunos han intentado en hasta 10 centros antes de llegar a sus manos. “Una señora me llamó porque su esposo estaba tan mal que ni siquiera le detectaba el oxímetro y le dije que tenía que ir directamente al hospital. No encontró sitio y me volvió a llamar. Yo pensé que por entonces el señor ya habría muerto, pero llegué a su casa y pude tratarle con oxígeno y medicamentos”, narra. Lleva días sin dormir entre los turnos en el hospital y sus pacientes particulares.
Jessica Slim es una joven que tuvo que recurrir a los servicios particulares también. “Todo empezó conmigo, lamentablemente yo contagié a mi papá”, lamenta. Pese a evitar las reuniones y las fiestas, se contagió en el trabajo. Al vivir con sus padres, cree que pudo llevarlo a casa. Su padre enfermó de gravedad, pero no podían permitirse ingresarle en un hospital privado, que llegaba a pedir un depósito de medio millón de pesos (25.000 dólares), y desconfiaba de los públicos. “Pensamos que era peor porque nuestro doctor nos comentaba que solo te ingresan de emergencia para entubarte”, detalla. Con atención médica a domicilio, consiguió un tanque gracias a un conocido con contactos en una tienda de Infra. Esta empresa es la principal proveedora de oxígeno del Gobierno y junto a las otras distribuidoras del gas fue investigada por la Comisión Federal de Competencia Económica, el organismo antimonopolios del país, por supuestas prácticas abusivas. En diciembre, la Procuraduría Federa del Consumidor (Profeco) cerró 16 establecimientos que incumplían la ley al vender con precios inflados durante la pandemia.
Finalmente la factura de la familia Slim quedó en 90.000 pesos (4.450 dólares) entre el equipo, las recargas, los medicamentos y la asistencia particular. “Pensamos pedir un préstamo al banco como hacen muchos, pero finalmente con la ayuda de mis hermanos pudimos hacerle frente”, cuenta aliviada. Sin embargo, su padre aún no se ha curado y la factura sigue creciendo.