Para darse cuenta de la desigualdad social en el mundo entero y en particular de nuestro país, se requiere solo dar un vistazo en las calles de las grandes zonas metropolitanas, donde nos encontramos grandes extensiones de tianguis y el ambulantaje, o en las zonas periféricas de las ciudades, donde se ven grandes masas de familias sin una vivienda digna, calles sin pavimento, sin agua potable, en fin, sin los servicios básicos indispensables; ni mucho menos un espacio de diversión para sus hijos. Ya ni se diga en los pueblos alejados de la cuidad y peor aún, en las zonas indígenas, donde familias enteras no saben qué comer al día siguiente. Eso mismo sucede con millones de familias que viven al día.
En estos últimos años, la desigualdad social se ha incrementado de manera acelerada. Cientos de millones de familias viven en la pobreza extrema, mientras las élites más ricas reciben enormes cantidades de ganancias, alcanzando su riqueza un récord nunca antes visto. Y, por tanto, los cientos de millones de personas pobres del mundo se han empobrecido aún más a pesar de la enorme contribución que realizan los obreros y campesinos en la creación de la riqueza, porque son quienes se ven más afectados. Son los grupos que menos se benefician por este sistema económico actual, del neoliberalismo que rige el planeta entero y, gracias a ello, 26 personas poseen la misma riqueza que 3,800 millones de personas, hasta el año 2017; pero todavía se redujo a un número menor de miembros de este grupo selecto: a 24 personas para el 2018, según Oxfam.
Ante esta desigualdad, el Estado ha jugado un papel muy importante, se puede afirmar que está alimentando y prohijando a los grandes magnates, por el solo hecho de conceder enormes beneficios a las grandes empresas transnacionales y nacionales. Está en el caso de la empresa SuKarne, ubicada en el municipio de Tlahualilo, Durango, en la que el gobierno invirtió más de 200 millones en beneficio de dicha planta industrial. Pero, por el otro lado, no hay presupuesto para beneficiar al pueblo tlahualilense. Y, eso no es todo, porque este derroche de los dineros públicos tiene su contraparte complementaria en los míseros salarios que les pagan a los trabajadores.
Es por eso que, en medio de ésta mortal pandemia del COVID-19, el presidente de la república, el Lic. Andrés Manuel López Obrador estuvo de gira de promoción la semana pasada, en varias ciudades del país, porque quiere seguir manteniéndose en el poder para su beneficio propio y de su partido. Las cosas han cambiado. Hasta hoy ya no le ha funcionado su discurso de “primero los pobres”; ya no se oyen aplausos cuando acusa a las organizaciones de ser “intermediarios” o de que quieren “moches”. Se escuchan reclamos de las necesidades de la gente: no hay trabajo, no tenemos comida para darles de comer a nuestros hijos, son algunas de las quejas más sentidas. Pero para lograr que se cumplan estos reclamos y se aterricen estas necesidades en acciones de gobierno, se requiere que de los pequeños grupos y de las organizaciones se haga un solo bloque sólido para enfrentar y lograr el objetivo primordial, que es revertir la miseria y el abandono en que se encuentran los más de 80 millones de mexicanos afectados de manera grave por la pandemia. Y lo más importante: concientizarnos de que es necesario que el pueblo de México debe tomar las riendas del país. Y, que lo encabece quien tenga la razón, quien diga la verdad y quien tenga el mayor número de agremiados.
Para combatir la desigualdad -social, económica y de poder- debe ser una absoluta prioridad del Estado mexicano, reestructurar las políticas y reglas que marcan la línea que divide a la sociedad en dos clases sociales antagónicas. Es necesario también, que el gobierno haga un claro compromiso para las mayorías, capaz de desligarse de las élites políticas y económicas. Sabemos que eso no va a suceder ahora, con este gobierno. El pueblo se debe de preparar y esperar la oportunidad para lanzarse por la vía democrática tomar el poder del país.