A partir del momento en que el hombre comenzó a poner neuronas de por medio frente a sus parientes, los simios, tomó consciencia también de que, además de su tribu y de los animales que conocía, debía haber ’algo’ más grande que manejaba la existencia del todo.
Miles de años permitieron que el ser humano evolucionara en lo físico y en lo intelectual. Atrás quedaron los dioses que movían al Sol, la Luna y los cuerpos celestes, así como al rayo, las tormentas, etcétera. El hombre dejó de fabricar ídolos –fetiches— para representar a Aquel que suponía estaba más allá de la realidad. A cambio, creó a Dios a su imagen y semejanza. Pero vino un último choque: Debía ser ¿negro, amarillo, cobrizo, blanco? Al final, cuestiones de marketing, le hicieron blanco. “Los mitos no existen por sí solos, esperan que los encarnemos”, dejó dicho Camus.
Al mismo tiempo, conforme avanzó el conocimiento, Dios se fue alejando, por lo menos de los científicos y de los pensantes. La incredulidad del hombre sobre la existencia de Dios ha avanzado
Tratar de comprobar o a negar la existencia de Dios, es meterse entre las patas de los caballos en una estampida.
Quienes estudian al dios neuronal han dicho que la teoría de la evolución de Darwin no está reñida con la existencia de una inteligencia superior. Esto es, Dios se montó en nuestro cerebro en el momento en que abandonamos a nuestros parientes lejanos, los simios. Los seres humanos ya evolucionados nos esforzamos en encontrar ese algo que justifique el vacío de la vida.
Lo interesante es que se puede vivir sin Dios, sin que eso suponga ningún derrumbe de los valores morales.
Recientes investigaciones han demostrado que, en el lóbulo temporal izquierdo de nuestro cerebro, un poco por encima de la oreja, hay un puñadito de neuronas con una especial afinidad con lo divino, pues las personas que sufren alguna lesión o daño en esa zona tienen fuertes tendencias místicas, visiones o raptos religiosos.
El doctor en biología molecular Dean Hamer, sostiene la tesis de que la espiritualidad del hombre (Dios, para abreviar) se encierra en un instinto de base genética que nada tiene que ver con los factores sociales, proselitistas, culturales o catecúmenos.
Sostiene el científico que quienes muestran una mayor espiritualidad son resultado de la posesión de un gen específico, el llamado Vmat2, ligado a ciertas sustancias producidas por el cerebro, como la dopamina y la serotonina. Esas dos moléculas están asociadas con el placer y la felicidad y también con la parte contraria, la adicción y la depresión.
Según Hamer, “Dios es un instinto…tenemos una predisposición genética para la creencia espiritual”
La rama que estudia científicamente la existencia o no de un ser superior es la neuroteología. Algunos científicos y libres pensadores se han aferrado al ateísmo; sin embargo, al final, todos terminan como agnósticos; esto es: creo en ti, aunque no sepa dónde estás o cómo eres.
El hombre ha creado todo tipo de creencias o ficciones en la búsqueda de Dios. El Nirvana, los cielos, el paraíso, la vida después de la muerte, etcétera, así como el Corán, la Biblia y el Libro de los Muertos o el Chilan Balam forman parte del proceso mental del ser humano para justificar su presencia en este mundo.
José Saramago lo veía como un problema. Es el pretexto para el odio—decía- un agente de desunión que vemos en la actualidad entre el cristianismo y el islamismo. Sin embargo, aclara que a Dios no podemos arrancarlo de dentro de nuestras cabezas, ni siquiera los ateos pueden hacerlo. El Supremo no puede estar equivocado después de crear 400 mil millones de galaxias que contienen 400 mil millones de estrellas cada una de ellas.
Para la raza cósmica sigue prevaleciendo la pregunta: ¿Dónde estás?
Dios será siempre el objetivo primario en la búsqueda de nuestra identidad universal; no importando si lo tenemos en el lóbulo izquierdo o en la parte frontal como sostienen los lamaístas.
Según San Compadre, Dios no tiene forma, pero es buena onda, cae siempre bien, escucha, no regaña y permanentemente tiene la línea abierta.
Podríamos concluir que, cuando nos dé comezón en la cabeza, en la parte superior de la oreja izquierda para ser precisos, y nos rasquemos, deberemos hacerlo con el cuidado de no estropear la posible línea directa con el Creador.