La Casa Blanca de Donald Trump parece haberse instalado en la interinidad. En ninguna otra Administración de los últimos cinco presidentes ha existido un número tan alto de despidos y dimisiones en puestos de alto nivel que no tienen relevo fijo. Y sin embargo, el mandatario parece sentirse cómodo con el actual estado de las cosas. “No tengo ninguna prisa”, declaró Trump a principios de año, no mucho después de que John Kelly, su jefe de Gabinete, pieza clave en la Casa Blanca, abandonara su puesto. El cargo de Kelly sigue en posesión de un interino, Mick Mulvaney. Trump no tiene prisa.
Trump no ve fragilidad y precariedad en lo interino. Trump ve “flexibilidad”, según sus propias palabras. “Me gusta lo interino, me da margen de maniobra”, insistió. Para cualquiera que haya seguido la carrera del excéntrico magnate, incluso antes de sentarse en el Despacho Oval, su modus operandi en cuanto a su gabinete no debería de ser una sorpresa: Después de todo, estamos hablando del hombre que se hizo una celebridad televisiva gracias a un programa cuya frase insignia en horario de máxima audiencia era “estás despedido”.
Trump no engaña a nadie. Desde el inicio de su mandato ha declarado que las luchas intestinas y cierto nivel de caos entre la gente que trabaja para él le parece síntoma de vitalidad. En su opinión, esa pelea, esa rivalidad, saca lo mejor de cada uno a la hora de desempeñar su trabajo.
El domingo pasado, en plena escalada de llegada de familias sin papeles a la frontera sur del país y con la declaración de emergencia nacional de telón de fondo, Kirstjen Nielsen, la secretaria del Departamento de Seguridad, presentaba su dimisión forzada por Trump. Nielsen se convertía así en la baja número 15 dentro de los cargos de alto rango de la Casa Blanca, según datos de Kathryn Dunn Tenpas del centro de pensamiento Brookings. Tras tres años en el Gobierno, Barack Obama vio salir a siete miembros de su Gabinete. En el caso de George W. Bush fueron cuatro en ese mismo periodo de tiempo. En opinión de Tenpas, no es que las rotaciones, dimisiones y despidos sean más altos que en otros Gobiernos anteriores, es que sencillamente están fuera de comparación.
A la salida de Nielsen le acompañó al día siguiente la destitución fulminante del jefe del Servicio Secreto, Randolph Tex Alles. “Hay una purga casi sistemática en marcha en la segunda agencia de seguridad nacional del país”, explicaban entonces fuentes de la administración a la cadena CNN. Con la salida de Nielsen ya eran tres los departamentos destacados dirigidos por interinos, ya que sus nombramientos aún no han sido confirmados por el Senado: Kevin McAleenan, comisario de la guardia fronteriza, en Seguridad Nacional; David Bernhardt, en Interior; y Patrick Shanahan en Defensa. Según Trump, sigue sin haber “prisa”.
La cifra de 15 es relativa a los denominados empleados de categoría A. Si bajamos en el abecedario a puestos de menor rango, según cifras ofrecidas por Reuters, la cifra se eleva casi a la treintena de nombres. Nikki Haley renunció a su puesto como embajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas en octubre de 2018. Trump había nominado como sucesora a Heather Nauert, entonces portavoz de la diplomacia estadounidense, pero ella misma se retiró antes de ocupar el cargo. Jonathan Cohen ocupa el alto puesto diplomático de forma interina.
La Administración con mayor tasa de rotación de personal en décadas tiene en el nombre de Ronald Vitiello el mayor exponente de lo errático que puede resultar el actual inquilino de la Casa Blanca. Hace apenas unas semanas, el mandatario daba marcha atrás en el nombramiento de Vitiello como jefe de la policía de inmigración de EE UU (ICE, por sus siglas en inglés), argumentando que buscaba a alguien “más duro” que este veterano de la Patrulla Fronteriza.
Vitiello servía como director interino de ICE. Trump lo había nominado para el puesto de forma permanente pero el Senado lo dejó pendiente en 2018. En abril de 2019, Trump retiró la nominación por sorpresa. Antes de él, había otro director interino, Thomas Homan, quien asumió días después de la llegada de Trump a la Casa Blanca.
Por supuesto, también hay quienes sobreviven en la Casa Blanca de Trump. Algunos incluso han florecido mientras otros muchos se marchitaban o morían. Valga como ejemplo Stephen Miller, el joven asesor del presidente y emblema de la mano dura en inmigración. Miller se levanta con fuerza mientras su cartera no para de crecer. En las últimas semanas, Trump le ha dado un papel prominente en la política migratoria. Este joven de 33 años apoya los planteamientos más radicales del mandatario, como llevar a cabo su amenaza de cerrar la frontera con México.
Dicen en Washington que si existe alguna, la clave para sobrevivir en la Casa Blanca de Trump solo es una: alabar al líder. Impresionar al jefe. Si hay alguien que ha logrado eso ha sido el activista de más allá de la derecha, Stephen Miller.