Marcelo Ebrard el 11 de septiembre en Ciudad de México. NADYA MURILLO

Silencio después de la tormenta. Marcelo Ebrard lanzó su último órdago el lunes, al insistir en que si no se repite la encuesta que aupó a Claudia Sheinbaum como candidata presidencial de Morena está dispuesto a romper con el partido. Desde entonces, no ha habido apenas más declaraciones públicas, extendiendo una calma tensa dentro y fuera del partido. El pulso del excanciller tras caer derrotado está provocando una mezcla de malestar y expectación. Dentro de Morena desean que el conflicto acabe pronto y se afanan en aparentar una imagen de unidad, a la vez que son conscientes del coste de la campaña interna de desgaste que ya ha iniciado el excanciller. Fuera, desde la oposición reconocen acercamientos con Ebrard, que aunque ha rechazado por ahora la posibilidad de jugar en ese bando, ha sido también lo suficientemente ambiguo como para dejarse querer. En varias entrevistas ha asegurado que él también estará en la boleta el próximo año disputando la presidencia. La pregunta es, primero, si en verdad lo hará, y segundo, con qué partido. Aunque ha ganado algo de tiempo, el plazo para que tome una resolución definitiva se agota.

Luego de que denunció formalmente las irregularidades en la interna de Morena, Ebrard dijo que conformará un “movimiento político nacional” y anunció una gira por el país para promover su causa. El excanciller ha justificado su decisión como un gesto de ejemplaridad, un recordatorio de que el partido que fundó Andrés Manuel López Obrador tiene como marca fundacional desterrar de su interior las prácticas corruptas y clientelares del pasado. En el equipo de Sheinbaum interpretan que Ebrard pretende convertirse en la conciencia moral del partido, “en el pepito grillo que le esté recordando los fallos del proceso”, según un colaborador de la aspirante.

La ruta trazada por Ebrard tiene parecido con lo que hizo su mentor político, Manuel Camacho Solís, cuando, en el marco de las elecciones presidenciales de 1994, se sintió desplazado en el PRI y lanzó una campaña paralela al elegido entonces como candidato, Luis Donaldo Colosio. Aquella estrategia acabó efectivamente en una ruptura. Colosio fue asesinado, pero ni siquiera su lugar fue ocupado por Camacho, sino por un tercer aspirante, Ernesto Zedillo, lo que le hizo notar a Camacho que nunca contó con la venia del entonces presidente y gran elector, Carlos Salinas de Gortari. Está por ver si Ebrard sigue al pie de la letra los pasos del que fuera su figura paterna en términos políticos.

De momento, Morena acusa ya el desgaste provocado por el incómodo lugar en el que ha decidido colocarse Ebrard. La ceremonia de entrega del bastón de mando a Sheinbaum buscó desplazar el foco de atención y neutralizar las críticas del excanciller en pos de una imagen de unidad y fortaleza dentro del partido. El mismo objetivo tuvo el anuncio de los nuevos cargos para el resto de aspirantes presidenciales dentro del equipo de campaña de Sheinbaum. Pero la piedra en el zapato sigue ahí. “Que se arregle esto ya”, resumen desde el entorno de la exjefa capitalina, sabedores también de que la estrategia de Ebrard pasa por hacer ruido fuera para negociar dentro.

Públicamente ha rechazado el cargo que le tocaría en el próximo sexenio según los acuerdos alcanzados antes de la precampaña interna: coordinador de la bancada de Senado. Dentro del partido no descartan, sin embargo, que finalmente ese vaya a ser el mejor encaje posible. Durante esta semana, cuadros importantes del equipo del excanciller han ido encontrado acomodo por las estructuras de gobierno del partido. Al menos dos fuentes de la formación guinda afirman que, de hecho, una de las tareas prioritarias de Ebrard está siendo “colocar a su gente”. Apuntan incluso a que los contactos con Movimiento Ciudadano (MC) pudieran tener ese fin: integrar en el partido naranja un puñado de diputados alineados con Ebrard, no necesariamente ligados a Morena, sino con un perfil independiente. Un movimiento que pueda servir tanto para un futuro aterrizaje más suave en la formación, como para tener una vía de negociación más fluida con el partido guinda con la vista puesta en los equilibrios parlamentarios del sexenio que viene.

Al interior de MC reconocen que el diálogo entre el dirigente, Dante Delgado, y Ebrard está abierto. “Hay buena comunicación. Respetuosa”, ha afirmado a este periódico un integrante de la cúpula del partido naranja. El círculo de colaboradores del excanciller señala sin reservas que la posibilidad de que Ebrard se pase a las filas de ese partido sí se ha puesto sobre la mesa. “Es un escenario. Yo creo que del lado MC tienen más interés de que Marcelo se vaya con ellos”, afirma un asesor del exfuncionario.

Dante Delgado y Ebrard han tenido una relación de amistad de hace varios años y la han hecho manifiesta. Tras dejar el cargo de jefe de Gobierno de Ciudad de México (2006-2012), Ebrard fue objeto de una fuerte persecución de parte de la Administración de Enrique Peña Nieto. El mandatario le acusaba de haber filtrado a los medios la información relacionada con un conflicto de interés que envolvía a la familia presidencial y a un constructor. En 2015, Ebrard intentó ganar un lugar en el Congreso federal a través del PRD, partido en el que aún militaba. Pero la dirigencia, controlada entonces por el grupo político conocido como Los Chuchos, le cerró las puertas. Para ese momento, el PRD ya estaba entregado a los brazos del PRI de Peña Nieto, tras la firma de el Pacto por México.

Llegar al Congreso le habría dado a Ebrard un respiro, pues en México los legisladores cuentan con una protección legal denominada fuero, que dificulta que las autoridades cometan atropellos en su contra. Ante la cerrazón en el PRD, Dante Delgado le abrió las puertas de MC. Ebrard se registró como candidato por ese partido, pero el PRD y otros impugnaron su candidatura. Finalmente, el Tribunal Electoral falló en su contra, con un proyecto elaborado por la magistrada María del Carmen Alanís, afín al Gobierno de Peña Nieto. Acorralado, Ebrard agradeció la ayuda de Delgado y huyó de México. Volvió hasta 2017, a ayudar en la campaña presidencial de López Obrador. El excanciller cuenta en su autobiografía El camino de México que el bloqueo a sus aspiraciones fue un plan armado entre el Gobierno de Peña Nieto y la cúpula del PRD. Los Chuchos eran Jesús Ortega y Jesús Zambrano, quienes, tras las elecciones de 2012, rompieron definitivamente con López Obrador y sus más allegados colaboradores, entre ellos Ebrard.

Ese pasado explica por qué resulta difícil un acercamiento entre el excanciller y el Frente Amplio por México, la coalición opositora integrada por PAN, PRI y PRD. Un dirigente que forma parte de la mesa directiva del Frente ha afirmado a este diario que al interior de la coalición se ha puesto sobre la mesa la posibilidad de buscar a Ebrard, pero que Zambrano ha expresado su negativa con firmeza. El líder del PAN, Marko Cortés, que tiene mayor peso en la toma de decisiones dentro del Frente, lanzó esta semana lo que parece un guiño a Ebrard. “Aquí te esperamos”, declaró el panista. El escenario donde Ebrard juegue con el Frente es más improbable que el que se vislumbra con MC, principalmente porque la coalición opositora ya ha definido que su abanderada será la senadora Xóchitl Gálvez. Irse a una plataforma donde no se le garantice la candidatura presidencial no parece compensar el enorme costo de romper con Morena y López Obrador.