El nuevo presidente surcoreano, Yoon Suk-yeol, saluda a sus partidarios tras su ceremonia de investidura el martes en Seúl. YONHAP NEWS AGENCY (REUTERS)

Corea del Sur ya tiene nuevo presidente, el conservador Yoon Suk-yeol. El antiguo fiscal general y sustituto del progresista Moon Jae-in ha comenzado su mandato de cinco años improrrogables con una oferta a una Corea del Norte cada vez más agresiva. Seúl estará abierta al diálogo y a desarrollar la precaria economía de su vecino si Pyongyang accede a deshacerse de su programa nuclear.

En su discurso inaugural, Yoon ha tratado de combinar el llamamiento al diálogo —en la línea que caracterizó a su predecesor en el cargo— con sus promesas electorales de dureza hacia el régimen de Kim Jong-un. “Si Corea del Norte suspende su desarrollo nuclear y gira hacia una desnuclearización sustancial, colaboraré con la comunidad internacional para preparar un plan valiente que mejore de modo radical la economía y las vidas del pueblo norcoreano”, ha anunciado.

El nuevo jefe de Estado llega al poder con una serie de importantes desafíos en el terreno internacional que abarcan desde las complicadas relaciones con sus vecinos Japón y China a las amenazas de Pyongyang, que ha retomado este año su estrategia de frecuentes pruebas de misiles balísticos —incluidos proyectiles intercontinentales—. Además, los analistas occidentales temen que Corea del Norte prepare un nuevo ensayo nuclear, el séptimo de su historia, para las próximas semanas. Este fin de semana el régimen de Kim disparó un nuevo cohete submarino.

El programa nuclear norcoreano, ha asegurado Yoon, “representa una amenaza no solo contra nuestra seguridad y contra la del noreste de Asia”. El antiguo fiscal general erigido presidente de Corea del Sur tiene previsto recibir al mandatario estadounidense, Joe Biden, la próxima semana en Seúl, en una visita en la que el desarrollo del arsenal atómico y balístico del Norte será uno de los asuntos más importantes a tratar.

La oferta de Yoon es similar a la que ya han formulado otros Gobiernos. Su predecesor conservador en el cargo, Lee Myung-bak, también presentó la zanahoria del desarrollo económico a cambio de que el Norte abandonara sus veleidades nucleares. El propio Moon, que se reunió en tres ocasiones con Kim a lo largo de su mandato —dos en la zona desmilitarizada (DMZ) y una en Pyongyang—, utilizó ese argumento para tratar de persuadir al líder supremo.

En Singapur en junio de 2018, en la primera cumbre entre un mandatario norcoreano y un presidente estadounidense, el entonces inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, llegó a mostrar al Mariscal un vídeo especialmente preparado que prometía la conversión de la economía de Corea del Norte, muy perjudicada por las sanciones internacionales, en un núcleo de desarrollo y prosperidad en el noreste de Asia. Pero el líder norcoreano, aunque se ha dejado querer de manera más o menos clara en cada una de esas ocasiones, nunca ha llevado muy lejos esas propuestas que le han propuesto. Siempre ha acabado primado su desarrollo nuclear, que considera la llave para la supervivencia del régimen, sobre cualquier otra consideración. En un desfile militar el pasado 25 de abril, mientras sus fuerzas armadas exhibían sus misiles intercontinentales, Kim Jong-un, vestido en uniforme de gala militar, prometió desarrollar el programa de armamento nuclear “a la mayor velocidad posible”.

El surcoreano Yoon ha apuntado también a un acercamiento hacia Tokio —algo que suele ocurrir durante los mandatos conservadores— y su intención de estrechar relaciones con EE UU, sin enfrentarse con una China que es el principal socio comercial de Seúl. En un silencio significativo, el nuevo presidente evitó mencionar el THAAD, el escudo antimisiles de fabricación estadounidense cuya instalación en suelo surcoreano desencadenó un boicot comercial oficioso por parte de China en 2017.

En una señal de la importancia que ambos vecinos conceden al relevo que se ha producido este martes en Seúl, China envió a la ceremonia de toma de posesión a su vicepresidente, Wang Qishan y Japón, al ministro de Exteriores, Yoshimasha Hayashi.