Los reyes de la selva se vuelven casi dóciles gatitos tras inhalar oxitocina. La llamada hormona del amor induce un mayor acercamiento entre los leones, jugaban con un muñeco y rebajaban el estado de alerta ante los rugidos de extraños. Un estudio recién publicado muestra que solo a la hora de la comida, esta sustancia no rebaja la violencia, de hecho la aumentaba. Este aspecto recuerda que este neurotransmisor tiene también su lado oscuro.
La oxitocina es una hormona que sintetiza el hipotálamo, la misma área del cerebro que regula, entre otras cosas, la temperatura corporal, la conducta sexual o el ritmo cardíaco. Una vez liberada desde las terminaciones nerviosas, actúa sobre varias regiones y circuitos cerebrales que regulan las emociones llamadas sociales. Es el ansiolítico endógeno por excelencia, rebajando el estrés y elevando la empatía, confianza y la cooperación. En las madres es la base del yo por mi hija, mato. En los padres induce fidelidad cuando tienen hijos pequeños y, en general, eleva la intensidad de los afectos entre las parejas humanas. En el mundo animal se ha investigado cómo afecta a la conducta en animales de laboratorio, su papel en las relaciones sociales de los simios, cómo está detrás del amor entre perros y humanos y hasta se ha estudiado en pulpos. Pero, ¿qué hace la oxitocina en los grandes depredadores? ¿Cómo modula la agresividad y fiereza que están en la base genética de los leones?
En los veranos de 2018 y 2019, llegaron al santuario de vida silvestre Kevin Richardson (Dinokeng, Sudáfrica), biólogos y neurocientíficos de la Universidad de Minnesota (Estados Unidos). Querían investigar cómo la oxitocina modula la conducta de los leones. En esta reserva hay decenas de grandes carnívoros viviendo en un régimen de casi libertad. Todos crecieron en cautividad o fueron recuperados cuando eran crías, lo que complica su reintroducción en un entorno 100% natural. En varias sesiones, administraron esta hormona vía nasal a una veintena de estos felinos mientras iban a alimentarse y esperaron una hora y media a que hiciera efecto.
Los resultados, publicados en la revista científica iScience, muestran que la oxitocina provoca grandes cambios en la conducta de los leones. Los autores del estudio analizaron varias facetas de su comportamiento: cercanía física, juegos grupales, gestión de la comida o alerta ante los extraños. Comprobaron que, de media, la distancia física se reducía de los siete metros antes de la administración (o en los grupos a los que se les dio placebo) a tres metros y medio. La tolerancia social dentro del grupo se confirmó al lanzarles un muñeco, con el que jugaban como si fuera un pelele. En general, los roces de cabeza tan típicos de los felinos o el ronroneo se multiplicaron.
Confirmadas la cooperación y la afectividad dentro del grupo, querían ver qué pasaba con la amenaza exterior. Para ello, los investigadores reprodujeron rugidos de leones ajenos a cada uno de los grupos estudiados. Rugir es casi siempre una señal de alerta y advertencia, avisando a los extraños de que están en territorio hostil. Tras inhalar oxitocina, los felinos, en especial los machos, rebajaban su nivel de vigilancia. Así, comprobaron que los leones mantenían la cercanía con los miembros de su grupo, pero dejaban de rugir en respuesta a los sonidos de felinos ajenos. En ausencia de la hormona, la mitad de los animales vocalizaban señales de advertencia cuando oían rugir a los de fuera del grupo.
La bióloga Jessica Burkhart, principal autora del estudio, muestra su sorpresa en un nota de la universidad: “Puedes ver que sus rasgos se suavizan de inmediato, pasan de arrugados y agresivos a un comportamiento totalmente tranquilo. Se relajan totalmente”. Los efectos de la oxitocina exógena no duran más allá de unas horas, pero se confía que su administración desencadena cambios de conducta que sean más o menos permanentes.
“La oxitocina puede ayudar a unir a unos animales que son necesariamente sociales, pero también increíblemente territoriales en dos condiciones principales”, detalla Burkhart en un correo. “Primero, en cautiverio, poder emparejar animales sociales para que no tengan que vivir en condiciones de soledad, aumenta su bienestar y salud. Segundo, en la naturaleza, a medida que continúa la pérdida de hábitat (debido al aumento de la población humana), se deberán desarrollar estrategias de gestión para reubicar y formar nuevos grupos de animales para mantener la genética saludable”, añade. Y aquí el neurotransmisor puede desempeñar un papel clave.
Solo en una dimensión del comportamiento, la oxitocina no rebajó la fiereza de los leones. A la hora de comer, los animales eran alimentados uno a uno y de forma secuencial. Es el momento más conflictivo del día con o sin la presencia del neurotransmisor. En los grupos de animales, formados entre dos y seis ejemplares, siempre hubo rugidos y amagos de pelea por ver quién se llevaba el trozo de carne o sangre congelada que les daban. En las observaciones previas al experimento, el 20% de los felinos mostraban agresión hacia los demás miembros de la manada. Con la oxitocina, la cifra subió hasta el 25%, pero el aumento se debió a una única leona y por un comportamiento que intrigó a los científicos: era la hembra dominante del grupo y, en ausencia del neurotransmisor, le habría arrebatado la pieza a las subordinadas sin más. Pero, bajo su influjo, se limitó a gruñir. Así que los resultados no son significativos.
Los autores destacan en las conclusiones de su estudio que el impacto de la oxitocina en la conducta es muy dependiente del contexto. A veces, la hormona del amor se convierte en la hormona de la guerra o, mejor dicho, es las dos cosas a la vez. Estudios con chimpancés han relacionado la alta presencia de oxitocina en la orina en situaciones de conflicto. Un estudio en 2017 relacionó estos niveles con un fenómeno paralelo: al mismo tiempo que esta sustancia activa la empatía entre los miembros de un grupo, reforzando sus vínculos, exacerba la agresividad hacia afuera, contra los que no forman parte de la familia. Burkhart y sus colegas reconocen que una de las limitaciones de su investigación es que no probaron a acercar a leones de distintos grupos, para ver como el neurotransmisor modulaba la conducta.
En las relaciones entre los grupos humanos, las dos caras de la oxitocina han sido investigadas usando teoría de juegos y experimentos. Una revisión de lo que la ciencia sabe de las funciones sociales de esta hormona publicada en 2016 confirmó que entre los miembros de un mismo grupo, induce mayor empatía, conformidad con las normas del grupo, confianza entre sus integrantes y cooperación interna. Pero hacia afuera, todo cambia. Ante los ajenos a la comunidad, la oxitocina activa respuestas de estrés, estado de vigilancia y respuestas de agresión defensiva. La clave estaría en que este neurotransmisor presente en todos los mamíferos puede activar dos circuitos cerebrales diferentes según el contexto. El principal autor de aquel trabajo fue el investigador de la Universidad de Leiden (Países Bajos) Carsten de Dreu. En un correo, de Dreu comenta que “la revisión muestra cómo ciertamente no es simplemente la hormona del amor”.
La española Teresa Romero lleva más de una década investigando el papel de la oxitocina en animales, tanto salvajes como domésticos y en humanos. “Desde el punto de vista evolutivo es muy conservadora, está presente en todos los mamíferos, pero no actúa igual en todas las especies”, destaca. En los roedores, por ejemplo, tiene un efecto importante en la memoria social, en reconocer a los demás, algo que no es tan relevante en los primates. Romero coincide con los autores del estudio y con de Dreu en que la valencia del efecto depende del contexto. “En las personas y en muchos animales favorece tanto las interacciones sociales como la distinción entre el nosotros y el ellos”, comenta la científica, ahora en la universidad británica de Lincoln.
Los autores del estudio de los leones están investigando ahora si el efecto de la oxitocina en la conducta es transitorio o duradero. De serlo, abriría muchas posibilidades. Romero recuerda que tanto en ratones como en sus estudios con perros, la administración de oxitocina “aumenta la interacción positiva y esto retroalimenta la producción endógena”. Esta idea del refuerzo se está investigando para tratar a personas con trastornos del espectro autista, en la esperanza de que el neurotransmisor induzca una mayor interacción con los demás. Pero, como recuerda la investigadora española, “aún no ha habido resultados positivos”.