Un grupo de personas da el último adiós a un miembro de su familia, después de que éste falleció por un paro cardiaco, en el Panteón Municipal de San Isidro Atlautenco, ubicado en el Municipio de Ecatepec, Estado de México. Para el entierro, la familia no pudo hacer uso del espacio que tenían en otro panteón debido a que el municipio de Ecatepec les informó que su perpetuidad es fraudulenta y ellos requerían de ese espacio en este momento. El número de defunciones por COVID-19 en México ha superado los 160 mil al mes de enero de 2021 y alcanzó un nuevo récord de muertes diarias durante el nuevo pico de contagios de la enfermedad, lo que ha generado que los servicios funerarios se vean rebasados e insuficientes para la cantidad de personas que los requieren diariamente.

Dos mexicanos con diabetes y acceso a servicios de salud pero muy diferentes ingresos contraen covid-19. ¿Quién es más probable que muera? Un estudio inédito indica que el más pobre, y por mucho. El 10% de los trabajadores formales con menores salarios tuvo cinco veces más probabilidades de morir durante la pandemia que el 10% con mayores salarios, y cuatro veces más de ser hospitalizado, según la investigación que se publica este miércoles en The Lancet, la revista médica más prestigiosa del mundo, y que EL PAÍS adelanta. Comorbilidades mal atendidas, desconfianza en la sanidad pública y hospitales rebasados pueden explicar las diferencias en México, de acuerdo a los autores y a expertos en salud.

El dicho de que la enfermedad iguala a todos, ricos y pobres, no se sostiene. La pandemia ha servido de recordatorio de las enormes disparidades que existen en un país donde el 1% más adinerado concentra el 29% del ingreso, según la ONU. El virus ha provocado un exceso de casi 600.000 muertes en comparación con años anteriores pero, al igual que la riqueza, este rastro mortal no se ha distribuido de manera homogénea, como muestra el informe El efecto del ingreso en la mortalidad y hospitalización por covid-19, el más detallado hasta la fecha. La brecha entre los trabajadores formales que cobran alrededor de 4.000 pesos al mes, el 10% más pobre, y aquellos que ingresan diez veces más, el 10% más rico, es abismal.

Gracias a una colaboración entre el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y un grupo de investigadores externos, se ha accedido por primera vez a los datos salariales y de salud de 412.551 trabajadores formales entre marzo y noviembre de 2020, durante la primera ola de contagios. Así se ha podido estimar la probabilidad de terminar hospitalizado o muerto. El resultado sitúa a México muy por encima de otros países de la OCDE, con menores niveles de desigualdad. En Bélgica, por ejemplo, los más pobres tenían dos veces más probabilidades de morir que los ricos, según otro estudio reciente citado por los mexicanos.

Para explicar la mayor mortalidad en la base de la pirámide salarial, investigaciones previas señalaban la falta de acceso a servicios de salud, una mayor tasa de infección y de prevalencia de comorbilidades. El estudio en The Lancet pone en duda que estos factores lo abarquen todo: el informe, por ejemplo, toma solo trabajadores formales registrados ante el IMSS, lo que cuestiona el peso de la falta de acceso como explicación única, aunque esta juegue un papel. Además, el análisis no encuentra diferencias significativas en la tasa de positividad por nivel salarial salvo entre los más ricos de los ricos, aunque eso no cierra por completo la posibilidad de que las personas de bajo Ingreso acudieran menos a menudo a realizarse pruebas diagnósticas.

En cuanto a las enfermedades preexistentes, la investigación indica que estas tampoco explican por sí mismas la dimensión de la brecha. Es decir, un diabético pobre sigue teniendo más probabilidades de morir que un diabético rico. La economista Eva Arceo-Gómez, una de las coautores del informe y profesora de la Universidad Iberoamericana, sostiene que las “comorbilidades no lo explican todo”. “Las enfermedades contribuyen a las tasas de mortalidad y hospitalización. Lo novedoso es que, a pesar de esas comorbilidades, seguimos encontrando una asociación con el ingreso. El salario tiene un poder explicativo independiente”, señala.

Si la falta de acceso y la existencia de comorbilidades no explican por sí solas esa mayor mortalidad, ¿qué es? “Una persona con diabetes de altos recursos a lo mejor tiene mucho mejor controlada la enfermedad”, propone Arceo-Gómez. El médico cirujano Andreu Comas, investigador de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, coincide en que el rico tendrá un “tratamiento más integral”. “Los chequeos son más frecuentes por privado porque las listas de espera por el IMSS son más largas. Y luego en el IMSS a la mayoría les atiende un médico familiar. En el privado van a buscar un endocrinólogo, un internista y seguramente un nutriólogo”, dice.

A una Farmacia Similares antes que al IMSS
Para Nayeli Dávila, de 41 años, y Jorge Sánchez, de 54, el IMSS es sinónimo de largas filas. Este matrimonio se enfermó de covid-19 a principios de año, junto a sus tres hijos. Ella era asmática y él, diabético e hipertenso. Antes de caer gravemente enfermos, se trataban principalmente en el pequeño consultorio de la doctora Fabiola, en una farmacia a 10 minutos de su casa, una colonia de clase trabajadora al oeste de Ciudad de México. “Le tenemos más confianza, nos conoce”, dice la pareja. “En el IMSS tienes cita a las seis pero uno sale a las nueve de la noche. A veces, te pasan con un doctor que no es el tuyo. ¿De qué sirve?”. Al IMSS van cuando no tienen más remedio para hacerse los estudios y conseguir los medicamentos.

La tradicional desconfianza en los servicios públicos de salud, siempre cortos de recursos, se exacerbó con la irrupción de la pandemia y también puede ayudar a explicar la brecha en mortalidad. Algunos enfermos aguantaron en casa y fueron al hospital cuando ya era demasiado tarde. “El mexicano se tarda más en acudir al hospital cuando se enferma. Ir al IMSS es un calvario, a veces implica perder todo el día, que no haya medicinas. Ya sucedía antes de este sexenio, pero ahora ha habido más desabasto de medicamentos”, dice Andreu Comas. “Con la pandemia los primeros hospitales en colapsar fueron los públicos”.

La experiencia de Nayeli Dávila se acerca a la pesadilla. El día de su ingreso en urgencias, aguardó cinco horas en la sala de espera, pegada a un tanque de oxígeno. Al poco de admitirla, la enviaron a otro hospital por considerar que estaba recuperada. Sin embargo, su estado se deterioró rápidamente y la tuvieron que devolver en ambulancia a la clínica original. Para entonces, ya no había camas libres. Pasó otras tantas horas encerrada en una ambulancia. Su hijo tuvo que amenazar con denunciar al personal para que por fin la instalaran en una habitación de ocho camas, siempre ocupadas. “Me pasaba el día sin moverme para no toser. Yo lo que quería era huir. Le decía a mi marido: ‘sácame de aquí porque me voy a morir”, cuenta. Meses después, todavía le duele mirar la mole de concreto; las cortinas beige de su cuarto visibles tras unas ventanas oscuras.

La posibilidad de acudir a un hospital privado no es una opción para la mayor parte de los afiliados al IMSS. Sánchez, conductor de taxi, y Dávila, trabajadora de limpieza, cobran 19.000 pesos entre los dos y con eso cubren tienen que cubrir los gastos de una familia de cinco y pagar deudas. En cambio, el 10% más rico, ese que cobra más de 45.000 pesos al mes por persona, pudo escoger, en un momento de colapso, ir a un hospital privado. “Es posible que, aun teniendo servicios de IMSS, fueran a un médico privado para atenderse de forma rápida”, dice el coautor Raymundo Campos, economista de El Colegio de México, para explicar las diferencias de mortalidad.

Con el paso de los meses, la brecha se ha ido acortando. En marzo y abril de 2020, el ratio de muertes confirmadas entre casos detectados alcazaba al 30% de los casos reportados entre los más pobres, frente a tan solo el 7% en el polo opuesto. En noviembre, la diferencia era de aproximadamente el 10% para los más pobres y del 5% para los ricos. Una posible explicación de esta tendencia es la detección de un mayor número de casos, especialmente leves y entre las personas de menor ingreso, en las olas que siguieron a la primera. Campos apunta, además, a la mayor información disponible sobre la enfermedad y al cambio en los mensajes del Gobierno mexicano. Del “hay que abrazarse, no pasa nada” de López Obrador en marzo se pasó al “quédate en casa” que marcó la campaña subsecuente.

Con este estudio no queda todo dicho. La investigación solo cubre a empleados de la economía formal. Deja fuera, por tanto, a los trabajadores informales, el 56% de la fuerza laboral, con salarios típicamente menores. Los autores señalan la posibilidad de que la relación entre ingreso y mortalidad sea aún más pronunciada en su caso. “Dado que poseen menores ingresos, podemos suponer que tienen menos acceso a atención temprana, comorbilidades peor controladas, y probablemente viven en comunidades más alejadas”, señala Arceo-Gómez. La falta de información pública sobre el sector más vulnerable de la población impide, por ahora, incluirlos en el análisis.