Una de las eliminatorias de los 100 metros en Ámsterdam. Fotos: AP

CIUDAD DE MÉXICO.- Nadie reparó en apuntar el nombre, será una de las grandes incógnitas de la historia del deporte. Aquel que prendió un pebetero por primera vez para dar inicio a unos Juegos Olímpicos no tiene registro. Lo que se sabe, es que no fue atleta, sino un empleado de la compañía de gas KLM.

Los organizadores de Ámsterdam 1928 quisieron honrar el halo místico de los griegos y se basaron en el fuego olímpico para crear un pebetero que estuviera encendido durante las competencias. Para tal tarea titánica, no había otra forma que llegar a un acuerdo con la compañía de gas, puesto que los eventos durarían tres meses.

Los velocistas estadunidenses y campeones olímpicos Jackson Scholz y Charley Paddock.

El sueño de aquel fuego eterno que ardía a las puertas de Olimpia renacía en la era moderna desde la concepción del arquitecto Jan Wils, cómplice del movimiento artístico De Stijl, que empleaba el modernismo como un todo. Guió la construcción del estadio Olímpico y puso la Marathontoren, una torre de 40 metros que tenía en la cúspide un pebetero. La idea era también que se señalara a Ámsterdam como el sitio de los juegos para que pudiera ser visto desde la lejanía.

La ceremonia de inauguración fue un desfile de delegaciones con Grecia a la cabeza para recordar su lealtad al movimiento olímpico y con Países Bajos a la retagurdia como anfitriones. En tal caso, no hubo nada fuera del protocolo y fue una recepción sencilla y austera, debido a que en los días previos, una parte de la población se opuso a las competencias por creer que atentaban contra la religión.

Betty Robinson, primera campeona olímpica de 100m.[/caption]

Cerca de las seis de la tarde, cuando todos estaban aletargados tras el desfile de los atletas, vino el momento mágico. Países Bajos daba señales de su creatividad y avance visionario. El empleado de gas se encontraba junto a una telaraña de tuberías que conectaban con un panel principal de roscas para moderar el calor y la presión del gas. Los atletas no sabían de esta nueva edición del fuego olímpico y se maravillaron junto a los aficionados cuando se escuchó un zumbido, un hálito como de dragón que iluminó el atardecer malva de Ámsterdam: el pebetero tradicionalista de los Juegos había nacido.

El empleado de la compañía de gas, ignorado y escóndido a los pies de la Marathontoren, calibró las llaves y entonces cerró la puerta del control principal del fuego. Esa llama la apagaría otro trabajador tres meses después. Lo que no se sabía es que, a partir de ese momento, el fuego adquiría otro valor y nunca más dejaría de arder mientras existieran los Juegos Olímpicos.

Bobby Pearce, de Australia, ganador en remo.