Nadal golpea la pelota durante el partido contra Norrie en la pista Suzanne Lengle de Roland Garros.CHRISTOPHE ARCHAMBAULT / AFP

Por intentarlo, no será. Es el consuelo de Cameron Norrie, negado cada vez que intenta abrir la puerta del partido, trasquilado una y otra vez hasta que termina inclinándose y finalmente cae a plomo sobre la tierra de la Lenglen porque Rafael Nadal, el Nadal todopoderoso de París, no quiere dilatarse y desea llegar inmaculado a los octavos. Así lo hace: triple 6-3, en 2h 07m. Es decir, ni un solo rasguño, ni un solo arañazo. Satisfactoria puesta a punto. Ahora, el desafío se llama Yannik Sinner, la torre que le comprometió de madrugada en la edición del año pasado. El chico, un bombardero de estructura de acero que lo mismo azota con la derecha que con el revés, ha crecido y mucho. Cuidado.

Tras dos primeras rondas más bien placenteras, Nadal volvió a toparse con el británico Norrie, un zurdo peleón que no ofreció una resistencia mayor; buen banco de pruebas, pues, para seguir elevando el tono y puliendo imperfecciones de cara a los Alpes de este Roland Garros en el que casi nadie cede: por ahí sigue Stefanos Tstistipas, la rueda a seguir por la otra parte del cuadro; allá que va Novak Djokovic, sin sustos hasta ahora y firme este sábado contra Ricardas Berankis (6-1, 6-4 y 6-1 a Ricardas Berankis); responde también Roger Federer, citado esta noche con Dominik Koepfer y perdiendo día a día el óxido; e irrumpe en la siguiente escala Sinner, una amenaza más que real.

“Tengo que estar sólido y agresivo, porque tiene muy buenos golpes. Tengo que ponerme en buenas posiciones para no cometer errores. No es el mejor rival para octavos”, previene el mallorquín, que contabiliza 103 victorias en Roland Garros y, por tanto, una más que Federer en Melbourne y dos más que el suizo en Wimbledon.

Únicamente se ha descolgado Dominic Thiem, con el que poco se contaba este año porque el austriaco tiene la moral por los suelos. El resto, a piñón fijo. Por supuesto, marca el ritmo, quién si no, Nadal, que aterrizará en los octavos sin haber cedido ningún set y enlaza 31 triunfos consecutivos en su retiro primaveral de París. Esta vez intervenía en la Suzanne Lenglen, también remozada, coqueta y perfecta para comprobar el volcánico ejercer del español porque las dimensiones son muy distintas a las de la Chatrier y el aficionado casi puede acariciar al tenista. Y, ya se sabe, nunca ha perdido en esa pista.

Fue otra tarde de rodaje, que unida a la solvencia demostrada previamente contra Popyrin y Gasquet permite extraer la conclusión de que Nadal (35 años) carbura bien a estas alturas, en línea ascendente. No hay borrones ni deslices, sino buen hacer y jerarquía. Ante Norrie (25 años y 45º en el ranking) solo tuvo que enmendar un pequeño bache en el segundo parcial. El británico le arrebató un par de veces el servicio, pero a cada desafío recibió un manotazo más fuerte en la cara. Nada que lamentar. Cumplida la fase de la puesta a punto, llega un Tourmalet llamado Sinner (6-1, 7-5 y 6-3 a Mikael Ymer). Y Nadal, cómo no, sigue tirando del pelotón.