Efecto del alga que convierte la nieve en rosa, en el glaciar McLeod de la Antártida.

El verano pasado saltaron las alarmas cuando la nieve de los Alpes italianos apareció teñida de rosa, como si una bestia mitológica hubiese sangrado su herida de guerra, algo así.

No era cosa nueva, pues el fenómeno de la nieve rosada viene dándose desde que el mundo es mundo. Sin ir más lejos, en 1818, los miembros de la expedición por el Ártico capitaneada por el naturalista escocés John Ross, al cruzar el Cabo York ―costa noroeste de Groenlandia― observaron cómo los acantilados blancos presentaban “manchas de sangre”. Así lo dejó reflejado en su diario el mismo John Ross, que tomó algunas muestras y se las llevó a Inglaterra para ser estudiadas.

En un principio se especuló mucho acerca del origen de este fenómeno. Se barajó la posibilidad de que el tinte rojizo de la nieve viniese dado por la oxidación de las rocas sobre las que se asentaba, incluso se llegó a decir que se debía a la oxidación de los meteoritos. Por decir no quede que en el London Times se hicieron eco de la noticia y, no exentos de figuras literarias, apuntaron que la nieve era de un rojo tan oscuro como el del vino tinto.

El botánico austríaco Ferdinand Bauer (1760-1826) descubrió que el pigmento rojizo de la nieve se debía a los cloroplastos de algas
Pero no fue hasta un año después, en 1819, cuando el botánico austríaco Ferdinand Bauer (1760-1826), siempre pendiente del colorido de sus dibujos, descubrió que el pigmento rojizo de la nieve se debía a los cloroplastos de algas. Para entendernos, los cloroplastos son las estructuras contenidas en el citoplasma celular de ciertos organismos y que se encargan de realizar la fotosíntesis; proceso por el cual las plantas convierten sustancias inorgánicas en sustancias orgánicas.

Después de numerosos estudios se descubrió que el alga responsable del tinte rojizo de la nieve es un alga microscópica llamada Chlamydomonas nivalis, pero en aquellos tiempos todo eran especulaciones acerca de un fenómeno sobrenatural, o mejor dicho, acerca de un fenómeno real aunque desconocido hasta entonces y que asombró al mismísimo Aristóteles.

En Estados Unidos, en la zona montañosa de California, y también en las montañas de Colorado, lo de la nieve rosa es un fenómeno tan usual como evidente. Fue allí donde el fenómeno quedó bautizado como Watermelon snow, nieve sandía, y no solo por el color, sino porque su sabor es parecido al de la sandía, dulce y refrescante. Las personas que han podido comprobar esto también han podido comprobar que la ingesta de nieve rojiza provoca diarrea. Como no podía ser menos, la alteración intestinal viene acompañada por deposiciones líquidas de color sandía.

Las algas se acumulan en tazas de sol, depresiones de la nieve donde absorben el calor
Pero volvamos a los Alpes Italianos, pues el verano pasado las alarmas saltaron y no precisamente por el desconocimiento del origen del tinte rojizo de las nieves, sino por todo lo contrario, por el peligro que entraña un fenómeno así, pues las algas se acumulan en tazas de sol, depresiones de la nieve donde absorben el calor.

Dicho de otra manera, la Chlamydomonas nivalis hace que el hielo se derrita más rápido, reduciendo el albedo o reflectividad de la nieve, de tal manera que esta no refleja el sol, sino que lo absorbe, activando así su proceso para convertirse en agua. Con esto, la aparición de la nieve sandía es un fenómeno que viene a confortar los estragos del cambio climático, asunto que tratándose de otra época podría resultar exótico, pero que visto desde la época actual resulta siniestro. En resumidas cuentas, una catástrofe.