Un doctor examina el corazón de una paciente.ECLIPSE_IMAGES / GETTY IMAGES

El 35% de las mujeres que murieron en 2019 lo hicieron por un problema de corazón. Este tipo de dolencias, que sufren más de 275 millones de mujeres en todo el planeta, se cobran más vidas que el cáncer o cualquier otra enfermedad. En 2018 en España, el 53,7% de las personas que murieron por un problema cardiaco eran mujeres, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). En números absolutos, fueron 9.000 víctimas más. Sin embargo, a ellas se les practican menos intervenciones, se les diagnostica la enfermedad más tarde y al llegar más tarde al tratamiento, mueren más. La prestigiosa revista The Lancet ha hecho un llamamiento a la comunidad científica para equilibrar las diferencias de diagnóstico y tratamiento y reducir “la carga” que supone esta enfermedad en la población femenina para el año 2030.

No es la primera vez que se pide más investigación en este ámbito (el informe cuenta con casi 600 referencias bibliográficas), pero desde la pandemia de coronavirus este problema se ha desplazado a un segundo plano, al igual que ha ocurrido con otras enfermedades. En 2016, un informe de la revista Cell ya advertía de que algunas variables como las hormonas o las diferencias cromosómicas podían afectar a la efectividad de diferentes fármacos. Sara Cogliati, investigadora del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), explica: “Hasta ahora, a nivel científico y médico, se ha tomado como referencia el cuerpo masculino. Hemos perdido toda la información fundamental sobre las diferencias de la fisiología de la mujer”. La investigadora afirma: “No damos la misma pauta de un fármaco a un niño que a un adulto. Eso lo tenemos claro, pero aún no tenemos claro que tenemos que tener pautas distintas de fármacos para hombres de 80 kilos que para mujeres de 50. El fármaco se comporta de forma diferente y la metabolización se hace a otro ritmo”.

A pesar de que la investigación de las enfermedades cardiacas ha aumentado en las últimas dos décadas, las mujeres siguen estando infrarrepresentadas en los ensayos preclínicos y clínicos. Según el estudio de The Lancet, solo entre un 20% y un 25% de los participantes son mujeres. Antonia Sambola, cardióloga del hospital Vall d’Hebron de Barcelona y coordinadora del grupo de trabajo Mujeres en Cardiología de la Sociedad Española de Cardiología, cifra este porcentaje entre un 25% y un 30%, aún lejos de lo que se consideraría paritario (entre un 40% y un 60% de cada sexo). Estos desequilibrios se han producido desde siempre, aunque algunas medidas gubernamentales los han agravado. El estudio, por ejemplo, menciona la decisión que tomó la Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense (FDA, por sus siglas en inglés) en 1977 de apartar de los primeros ensayos de medicamentos a las mujeres en edad fértil, con el fin de evitar problemas como los ocasionados por la talidomida. Para equilibrar el porcentaje, Cogliati identifica dos estrategias simples: concienciar a los investigadores de que deben incluir más mujeres y sensibilizar a estas sobre la importancia de participar en estos ensayos.

La falta de diagnóstico se produce también por otros factores. Sambola explica: “Por razones culturales, las mujeres se dedican muy poco tiempo a ellas mismas, sobre todo en la época de crianza de los hijos y de los nietos. Y en medio está el cuidado de los mayores. Siempre están cuidando a alguien, excepto a ellas”. Las mujeres, por tanto, tardan más en acudir a una clínica y, cuando van, el diagnóstico no siempre es acertado. María Teresa Ruiz-Cantero, profesora de la Universidad de Alicante y autora del libro Perspectiva de género en medicina, señala los diferentes síntomas de un infarto entre hombres y mujeres: “En las mujeres ocasiona malestar general, presión bajo el esternón, dolor en la escápula derecha, en lugar de la izquierda, más próxima al corazón, etcétera. Es mucho más inespecífico”, cuenta. “O los profesionales estamos bien formados al respecto de estas diferencias o no se te enciende la bombilla”, remata.

Ruiz-Cantero hace notar que “el problema es que no se están estudiando las diferencias por sexo en la carrera”. Así, “es difícil que los médicos que no sean cardiólogos sospechen que se trata de un infarto. Pero incluso si lo sospechan, al hacer un electrocardiograma, en los hombres prácticamente siempre aparece una onda que sube [el llamado ‘segmento ST’]. En las mujeres solo aparece algunas veces”, asegura. Antonia Sambola coincide con la profesora: “Los profesionales están poco concienciados a la hora de pensar que una mujer puede tener una enfermedad cardiovascular, ya que es algo que siempre se suele asociar a los hombres. Cuando una paciente acude al cardiólogo con un dolor en el pecho, se piensa que puede ser ansiedad. Esta pregunta no se le suele hacer tanto a los hombres”. Un estudio estadounidense publicado en 2008 certificó que, ante unos mismos síntomas, a un 56% de los pacientes varones se les diagnosticaba un infarto, frente al 15% de mujeres que recibían la misma valoración.

Estos sesgos de género funcionan en ambos sentidos, aunque normalmente las perjudicadas son las mujeres. Ruiz-Cantero lo explica así: “Cuesta más diagnosticar las enfermedades más frecuentes en un sexo en el otro, porque no piensas tanto en ellas. Por ejemplo, la osteoporosis está infradiagnosticada en hombres porque se diagnostica más en mujeres posmenopáusicas”. En el caso de los problemas cardiovasculares, estos son más frecuentes en hombres, pero también se dan en las mujeres de edades más avanzadas. “Aunque aparecen más tarde, si la enfermedad está bien tratada no tienen por qué morir”, dice Ruiz-Cantero. Las probabilidades de fallecer por un infarto aumentan un 58% cuando pasa más de una hora entre el inicio de los síntomas y la atención sanitaria.

Los firmantes de The Lancet han señalado 10 recomendaciones para mejorar el diagnóstico, tratamiento y prevención de los problemas cardiovasculares en las mujeres, entre las que destacan la educación, tanto de pacientes como del personal sanitario; desarrollar mejores sistemas sanitarios en zonas subdesarrolladas y grandes urbes y priorizar la investigación por sexos en las enfermedades cardiovasculares. En julio del año pasado, el Ministerio de Sanidad presentó a las comunidades autónomas un borrador de su Estrategia de Salud Cardiovascular, en el que se hacía hincapié en la necesidad de mejorar el “conocimiento y el autocuidado de la salud cardiovascular en la mujer, la formación de los especialistas en los aspectos de género y salud cardiovascular y la realización de estudios epidemiológicos que evalúen el impacto del sexo y el género en la salud cardiovascular”. Esta estrategia está ya en la fase final de elaboración, pero aún debe ser aprobada por el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud.