En 1995 y referido a la sociedad del siglo XIX, el politólogo Fernando Escalante Gonzalbo acuñó la categoría politológica de “ciudadanos imaginarios” que exhibía cuando menos tres defectos de las sociedades en proceso de cambio y en particular la de México en el largo periodo de transformaciones: ausencia de ciudadanía, escasa cultura cívica y subordinación a la ideología oficial en turno.

Este hecho explica, por ejemplo, la escasa movilidad institucional de personas en cargos públicos y al interior de los partidos, la dominación simbólica del discurso histórico 1810-2018 y la ausencia de alternativas reales en las transformaciones institucionales. Con elemento cohesionador se ha dado el hecho histórico de la cultura política de engarzar cambios de régimen (1810, 1957, 1910) como continuidades dentro de las rupturas.

En este contexto se debe analizar, por ejemplo, la propuesta del presidente López Obrador de una Cuarta Transformación, asumiendo como evoluciones las rupturas revolucionarias de 1810: de monarquía española a república federal, 1857: de modernización productiva a partir de las primeras bases del capitalismo y 1910: del viejo régimen semifeudal a un sistema de capitalismo de clases. Las tres rupturas revolucionarias se asumieron como transformaciones.

En cada una de las cuatro evoluciones no ha habido una construcción de ciudadanía en el modelo moderno: poder social con capacidad para someter a control a los poderes del Estado. Las rupturas fueron operadas por élites dirigentes que lograron el apoyo electoral o de masas para destruir órdenes caducos: la sociedad hispana, los fueros decimonónicos y la explotación obrera y campesina. En 1963 los politólogos Gabriel Almond y Sidney Verba realizaron una encuesta sobre cultura cívica en cinco naciones: EEUU, Inglaterra, Alemania, Italia y México. En esa época México atraía la atención mundial por su estabilidad, su modelo de desarrollo, su nivel de vida y su consenso interno. El saldo en México, vis a vis el nivel de alto desarrollo de las democracias comparadas, fue el dato de que los mexicanos confiaban sólo en el presidente de la república y en la Revolución Mexicana.

El descubrimiento fue sistémico: en los hechos, el sistema político mexicano –como lo establecería Daniel Cosío Villegas en 1972 en la primera propuesta formal de estudio del régimen mexicano– giraba en torno al presidente de la república y al PRI, éste como concentrador de los tres valores políticos históricos: la Revolución Mexicana, los intereses populares y el discurso histórico nacional.

La clave de la estabilidad del régimen mexicano se dio función de tres criterios: el poder de dominación de la historia oficial, el PRI como el factor de consenso nacional y la pluralidad de grupos, mafias y facciones siempre dentro del partido en el poder. Y desde el salto federalista de 1824, el eje dinamizador del régimen lo representa la élite gobernante y un núcleo partidista concentrador. La única diferenciación real ocurrió a mediados del siglo XIX entre las élites federalistas y republicanas y las élites monárquicas y conservadoras.

La ausencia de ciudadanía permitió los acomodos internos alrededor de Porfirio Díaz y la ruptura revolucionaria se dio por la interrupción en la circulación de las élites y la falta de maestría en el manejo de las disputas internas: cuando Díaz sólo se pudo suceder a sí mismo a la edad de 80 años, sin cuadros de relevo y sin un partido que hubiera dinamizado la ciudadanía. A lo largo de los 71 años de dominación del PRI hubo juego interno de grupos polares, siempre dentro de los márgenes de control ideológico.

Ahora le toca a Morena como desprendimiento del PRD y éste como desarticulación del PRI y éste reaglutinando a las élites porfiristas. La ciudadanía sigue siendo imaginaria o simbólica, articulada sólo alrededor de oposiciones a decisiones de poder y no funcionando en un modelo de participación social y política. La oposición representa siglas de una misma clase política y una misma sociedad y los cambios se dieron a partir de agotamientos de ciclos autoritarios que niegan por sí mismo la ciudadanía.

El día en que la sociedad se asuma como ciudadanía consciente y someta a control a la política y sus poderes, la democracia mexicana podrá funcionar con resultados de estabilidad que permitan el bienestar, el desarrollo y la seguridad.

Política para dummies: La política se hace con el pueblo, pero sin el pueblo.

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