Un gran respiro ha dado al presidente Andrés Manuel López Obrador el anuncio del presidente Joe Biden de que, en breve, dará a conocer a cuáles países Estados Unidos apoyará con dosis de vacunas anti-Covid. López Obrador se ha visto ansioso y desesperado porque las vacunas que había anunciado que estaban listas para todos los mexicanos, no llegaron, y provocó retrasos en el plan de vacunación. Dos veces en privado y dos veces en público, López Obrador se las ha pedido a Biden, quien no lo trató con deferencia. Inclusive, después de su encuentro virtual el 1 de marzo, cuando le solicitó vacunas como solidaridad con México, recibió una respuesta que el tabasqueño consideró poco diplomática y cordial.

Lo que él mismo hizo con Biden, ahora no le gusta que se lo hagan. La diferencia es que el estadounidense optó por privilegiar a sus compatriotas y el mexicano, cuando la elección presidencial, a Donald Trump. El desencuentro con Biden, quien en esa reunión ni siquiera abrió la puerta para que López Obrador continuara hablando del tema, motivó que surgieran varias propuestas para poner presión pública sobre Estados Unidos y, sobre todo, a las empresas farmacéuticas.

El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, le sugirió que en la mañanera admitiera que México no tenía suficientes vacunas para los mexicanos y que se refiriera a que las empresas farmacéuticas ni habían cumplido con el número de dosis pactadas, ni tampoco en los tiempos de entrega. Pero reconocer que había fallado en algo prometido, no lo iba a hacer. López Obrador le dijo que fuera él quien presionara a las compañías.

Durante todo este tiempo López Obrador ha ganado tiempo con la esperanza de que Biden se apiade de él. El jefe de la Casa Blanca ya volteó a ver a México y Canadá como, quizá, los primeros beneficiarios de las dosis que tiene Estados Unidos acaparadas. Pero la óptica es geoestratégica, como lo han venido señalando algunos diputados, como el texano Vicente González, quien ha insistido a Biden que apoye a sus socios comerciales. Tiene una racionalidad: si Estados Unidos está acelerando la vacunación masiva para poder reabrir la economía y retomar el crecimiento, necesita que sus socios norteamericanos no se queden rezagados.

Canadá tiene tantos problemas como México en su plan de vacunación, pero van en el mismo vagón de Estados Unidos en el crecimiento. Canadá tiene el mayor número de dosis per cápita del mundo, pero no ha podido garantizar el suministro de Pfizer y Moderna –las únicas que tiene autorizadas– por deficiencias en el abasto. Canadá ha administrado 8.6 dosis por cada 100 personas, pero sólo tiene completamente vacunada a 1.6 por ciento de su población, de acuerdo con el tracker de vacunas global de la agencia Bloomberg, que lo ubica como el país 21 en vacunas aplicadas. México se encuentra en el lugar 20, con 3.5 dosis administradas por cada 100 habitantes, pero sólo 0.5 por ciento con las dosis completas. Estados Unidos es el primero en la tabla mundial.

El miércoles, Ebrard anunció el incremento de dosis que llegarán a México en las próximas semanas para lo que dijo se logrará una “vacunación masiva”. Buen discurso, pero impreciso. El que sean millones de dosis no significa que sea para la vacunación “masiva”, sino para continuar, de forma más acelerada, la inmunización quirúrgica que hasta la fecha se ha realizado. México no está en una situación crítica, como otras naciones, porque a contracorriente de la línea de pensamiento que imperó en el gobierno de marzo a octubre –del detente contra la pandemia a que no eran necesarias las vacunas–, la lucha burocrática la ganó Ebrard y se comenzó la compra de vacunas, primero con un portafolio de medicinas occidentales, y más tarde con chinas y rusas. Pero aun así, por los problemas de distribución de las farmacéuticas, donde la demanda las rebasó a todas con todos, hay un retraso en los planes de inmunización. Ningún adulto mayor ya tiene la segunda dosis, y faltan de recibirla poco más de 500 mil integrantes del personal médico de primera línea.

Estados Unidos era la alternativa de salvación más lógica que tenía México, y por ello López Obrador se lo planteó a Biden. Su alegato fue, sin embargo, equivocado. No era un acto de solidaridad como alegó, sino de pragmatismo político y económico, como ha sido la valoración en Estados Unidos en las últimas semanas. El equipo de Ebrard ha ido negociando con sus contrapartes en Washington, enfocados en la vacuna AstraZeneca, que aún no aprueban en ese país, y de la cual Estados Unidos tiene 30 millones de dosis almacenadas, porque aún no tiene la certificación –no se sabe cuándo vendrá, si es que en algún momento la aprueban.

En ese país se están aplicando las vacunas de Pfizer, Moderna y desde la semana pasada, la de Johnson & Johnson, pero no se avizora luz en el túnel de AstraZeneca, cuya distribución ha sido suspendida por la mitad de Europa, donde parece más una decisión política contra el Reino Unido –la vacuna fue diseñada en la Universidad de Oxford–, que una valoración científica. La agencia reguladora de medicinas de la Unión Europea y la Organización Mundial de la Salud han avalado y aprobado la vacuna.

Al presidente López Obrador le urge acceder a vacunas por fuera de las líneas de distribución de las farmacéuticas, y de manera más expedita que las chinas. Hasta el viernes pasado, varios países habían hecho la misma solicitud de México, pero la respuesta había sido negativa. Según Bloomberg, el gobierno hizo una segunda petición formal esta semana para una dotación de vacunas AstraZeneca, pero todavía no está claro qué sucederá. Biden dijo que en breve daría a conocer lo que hará, y López Obrador debe estar esperando que este viernes, cuando espera la respuesta de la Casa Blanca, llegue el salvavidas que tanto le urge.