La secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, inició la mañanera del martes 26 de enero con un largo agradecimiento a toda la gente, a los dignatarios del mundo, los expresidentes mexicanos, a políticos y empresarios que habían expresado sus deseos por la pronta recuperación del presidente Andrés Manuel López Obrador. Al día siguiente, a una pregunta directa casi al final de la mañanera, respondió que el Presidente se encontraba “estable” y “bien” de Covid. Sánchez Cordero había sido muy cuidadosa, desviando la posibilidad de que le inquirieran sobre la salud de López Obrador, o respondiendo de forma escueta. No era para menos. La noche del lunes para amanecer el martes, López Obrador había tenido una crisis por el coronavirus.

Lo que sucedió en las 48 horas previas de que se le diagnosticara positivo de Covid-19 y del martes al viernes 29 de enero, se ha mantenido como secreto de Estado dentro del gabinete de seguridad, quizás por las implicaciones legales en que pudiera haber incurrido con algunas de sus acciones, así como por la fragilidad en la que se encontró el Estado mexicano, al sufrir el Presidente un momento de alto riesgo donde el equipo de médicos –dos de ellos del sector privado–, encabezados por el secretario de Salud, Jorge Alcocer, por años doctor de todas las confianzas de López Obrador, trabajó muy bien para estabilizarlo y evitar que aquello se convirtiera en tragedia.

Esa primera parte de la enfermedad del Presidente comenzó la tarde del viernes 22, cuando López Obrador le confió a su coordinador de asesores, Lázaro Cárdenas, que se sentía bastante cansado, y que le había costado trabajo mantener la secuencia en las reuniones que había tenido. Ninguno de los dos sospechaba que tenía Covid, porque no presentaba ningún síntoma. Cárdenas le recomendó descansar y reducir la agenda del fin de semana, por lo que sólo mantuvo entrevistas con los gobernadores de San Luis Potosí y Nuevo León, así como un par de reuniones con empresarios, a petición de Alfonso Romo, el exjefe de la Oficina Presidencial.

El Presidente viajó a esos estados, pero tanto Romo como la candidata de Morena a la gubernatura de Nuevo León, Clara Luz Flores, comentaron al equipo de López Obrador que no lo habían visto con ánimo y que, cosa rara en él, repetía cosas que ya había conversado momentos antes. Desde el mismo viernes, antes de iniciar su gira de trabajo, López Obrador se había vacunado contra el Covid, como un trámite fuera de las pruebas semanales que le hace la unidad médica en Palacio Nacional los martes. Incluso, Cárdenas bromeó con él de la posibilidad de que podía contagiarse del virus antes de que se vacunara, lo que provocaría diversas teorías conspiracionistas, como sucedió, primero con la especulación de que era un tema electoral, y después los rumores de que su enfermedad era realmente una embolia.

López Obrador había expresado a sus colaboradores su preocupación porque la cifra de muertes iba a llegar en breve a las 150 mil, por lo que vendría una nueva andanada de críticas contra él –cada vez es más susceptible a ellas– y contra el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, arquitecto de la fallida estrategia del combate al coronavirus. Luego viajó a Monterrey y después a San Luis Potosí, mientras le llegaba el resultado de la prueba. El resultado le fue entregado la madrugada del domingo en su hotel en la capital potosina: positivo.

Pese a ello, no interrumpió su gira por San Luis Potosí, donde inauguró un cuartel de la Guardia Nacional. Pero los observadores notaron que algo sucedía con el Presidente. Raymundo Rocha, de El Sol de San Luis, escribió: “Se acabaron los saludos, las sonrisas, los chistes. Hoy (domingo 24 de enero), el presidente Andrés Manuel López Obrador fue otro muy diferente al de giras anteriores. No sonrió, tenía la mirada sin brillo, no cantó el Himno Nacional y no habló convencido de lo que decía, y por si fuera poco, sigue recorriendo un país de casi 150 mil muertos sin cubrebocas”.

El Presidente ya se sabía enfermo y no canceló ningún acto ni tampoco tuvo cuidado en sus interacciones. En San Luis Potosí, la prensa registró que, sobre el templete colocado para la ceremonia de la Guardia Nacional, con la mano que llevó a su cara y nariz, saludó al gobernador Juan Manuel Carreras, quien se tuvo que hacer la prueba de Covid. Tampoco cambió su modo de transporte a la Ciudad de México, y tomó un avión comercial. Aun pese a que utilizó el cubrebocas, fue una irresponsabilidad, con dolo podría añadirse, el haber viajado en avión sabiendo que era portador del coronavirus.

Por la tarde, a través de su cuenta de Twitter, el Presidente reveló que estaba enfermo de Covid-19, casi 12 horas después de haber recibido la prueba positiva, y comenzó su confinamiento en Palacio Nacional. Informó que presentaba síntomas leves y que ya estaba bajo tratamiento leve. Omitió que se sentía bastante mal, sin fuerza y con temperatura alta. Se decidió dentro del gabinete de seguridad que su estado de salud se mantendría con secrecía y se prohibió a todo el staff del Presidente hablar sobre el tema con nadie, incluidos sus familiares y amigos. El hermetismo se mantuvo.

La vaguedad en los reportes sobre su salud, señalados en este espacio como acciones ocasionadas por incompetencia profesional, no tuvo ese factor como el origen. La forma como estuvieron informando en Palacio Nacional, Sánchez Cordero y López-Gatell, como ahora lo muestran los detalles que circularon dentro del gabinete de seguridad, fue para ocultar el estado de salud de López Obrador, su irresponsabilidad de interactuar con el conocimiento pleno de que tenía Covid, y el momento de mayor crisis durante todo el periodo de tratamiento y el sexenio mismo, que fue aquella madrugada del 26 de enero, que le provocó un notable deterioro físico el martes y el miércoles.