Una realidad que muchos no ven, es que nos quedamos sin vacunas contra el Covid-19, sin saber con exactitud a qué se debió. Hay preguntas sin respuestas y una enorme opacidad en la gestión de las vacunas. No existen dosis suficientes, incluso, para aplicar la segunda inoculación a personal médico en la primera línea de combate contra el coronavirus, y se siguen despilfarrando vacunas por razones políticas. El Plan Nacional de Vacunación amenaza con caerse en pedazos.
Hay denuncias de que funcionarios del gobierno aplicaron vacunas a quienes no debían, como sus amigos, los familiares de sus amigos, o a quienes entregan programas sociales, además de existir un mercado negro de vacunas de 100 mil pesos la dosis. Pero aun así, ese número de dosis no alcanza las cifras de millones, por lo que el problema del desabasto de inoculaciones contra el coronavirus hay que buscarlo en otro lado.
“A partir de hoy”, dijo el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, el 13 de octubre, “México está en la misma condición que Estados Unidos, la Unión Europea y otros países del mundo. Tenemos ya asegurados los cupos necesarios”. Esto fue una mentira. México, como otros países, está enfrentando problemas con el acceso a las vacunas. El mal de muchos sería el consuelo del gobierno, pero el problema es que las declaraciones grandilocuentes han sido más comunes que la transparencia de sus acciones.
La campaña de vacunación sufrió un rezago importante por causas exógenas: el retraso en el abasto de Pfizer por la ampliación de su planta en Bélgica. El laboratorio le dijo a México que reduciría a la mitad el suministro mientras ajustaba su planta, pero la llegada de sus vacunas se detuvo. El gobierno mexicano ya no dijo nada, como tampoco expresó su desacuerdo con la Unión Europea, que anunció el viernes que impediría que vacunas fabricadas en la eurozona fueran exportadas a otros países. Canadá y Japón, que como México recibían dosis de Pfizer desde Bélgica, expresaron su inconformidad y les respondieron que revisarán sus casos.
Mediante las dosis de Pfizer, CanSino y AstraZeneca, de acuerdo con la Política Nacional de Vacunación dada a conocer el 11 de enero, se garantizaba la estrategia de inoculación universal prevista, y mediante una negociación directa aseguraba suficientes dosis para inmunizar a 83 millones de personas entre diciembre pasado y diciembre de este año. Con Pfizer, el gobierno se encuentra en un terreno lleno de baches, que pone en riesgo la aplicación de la segunda dosis para el personal médico de primera línea que se alcanzó a vacunar. CanSino ni siquiera ha concluido la fase tres de análisis clínicos, por lo que aún no tiene autorización de nadie para vender y distribuir. El caso de AstraZeneca es otro de esos túneles negros del gobierno por tantos mensajes cruzados que ha emitido.
Ebrard confirmó ayer que este mes México recibiría las dosis de AstraZeneca a través de la Iniciativa Covax de la Organización Mundial de la Salud, que busca garantizar el acceso a la vacuna a todos los países, principalmente a los menos avanzados. México tendrá, al igual que otras 35 naciones, esas vacunas, aunque el número de dosis y el calendario dependen aún de la aprobación de la OMS para su uso de emergencia. En todo caso, el máximo que obtendrá México de dosis de AstraZeneca de la Iniciativa Covax, sólo alcanzará para vacunar a 3 por ciento de la población durante el primer trimestre de este año, que es el tope que estableció la OMS, aunque en el plan rector de vacunación sostienen que será para 20 por ciento de la población.
El canciller no aclaró ninguna duda –tampoco le preguntaron–, y menos aún dio explicaciones de lo que sucedió con el acuerdo anunciado en Palacio Nacional en agosto pasado, sobre la firma de un contrato para producir y distribuir 250 millones de dosis de ese laboratorio, en asociación con Argentina y la Fundación Carlos Slim, para ser repartida a partir del próximo mes, más allá de Covax.
Todavía el 22 de diciembre, Ebrard dijo que las acciones para la compra de las vacunas marchaban de acuerdo con lo planeado. A Pfizer se le comprarían 34.4 millones de dosis, a AstraZeneca 77.4 millones, y a la OMS, mediante Covax, 77.4 millones. Hoy ya no podemos estar seguros de ello, porque ni en el gobierno están alineados los discursos y los planes. El canciller dijo en diciembre que estaba en proceso de autorización la vacuna rusa Sputnik-V, y el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell viajó a Buenos Aires, donde la aprobaron, para analizar su viabilidad. Sin embargo, en el plan rector sobre la vacunación, dado a conocer tres semanas después, la vacuna rusa no aparece. Ebrard anunció que las primeras dosis de Sputnik-V llegarían en la última semana de enero, y tampoco sucedió.
Cincuenta y tres países ya iniciaron la vacunación, pero sólo 10 están en ritmo para inocular a una tercera parte de su población este año, de acuerdo con un reporte del banco suizo UBS. México se encuentra en el lugar 49, lo que habla de la lentitud con la que avanza su plan de vacunación. La gran campaña iniciaba su calendarización con toda la fuerza ascendente en diagonal, si se imagina un plano geométrico, de unos 60 grados, pero se ha quedado en escasos 45. Según Goldman Sachs, México vacunará a 3 por ciento de su población en el primer trimestre, 7 por ciento en el segundo, 18 por ciento en el tercero, y 32 por ciento en el cuarto. Sin embargo, en el ritmo actual, apenas se ha alcanzado la mitad de las ambiciosas metas establecidas.
Ninguno de los dos reportes consideraba la crisis de la vacuna que vive México, ni las complicaciones prácticas a lo que habían anunciado. Tampoco contemplaron que la solidez de las declaraciones no se sustentará en la solidez de las acciones del gobierno. Menos aún, que nos quedáramos sin vacunas.