La renuncia de la embajadora de México en los EE. UU., Martha Bárcena, quiere venderse como parte de una lucha personal de la diplomática con el canciller Marcelo Ebrard Casaubón, pero en el fondo se trató de un reacomodo de líneas estratégicas: la diplomática no entendió el enfoque nacionalista del presidente López Obrador y quiso subordinar a México a los intereses que vienen del gobierno de Joseph Biden.
La representación mexicana en Washington tiene una carga política inevitable: en el pasado priísta esa embajada foránea era el camino hacia la titularidad de la cancillería, porque en la capital del poder se hacían los amarres necesarios con el establishment imperial de la Casa Blanca. Sin embargo, como en todo, el presidente López Obrador es, en los hechos, el secretario de Relaciones Exteriores.
La embajadora Bárcena tenía un canal de comunicación directa con el presidente en Palacio Nacional, pero sin que ello significará la definición de la política exterior mexicana. A lo largo de los dos años de gobierno la embajadora resultó a veces incómoda al querer imponer líneas estratégicas de acción a espaldas y por encima del canciller, sin entender que Ebrard es uno de los funcionarios de mayor confianza del presidente de la república.
Asimismo, la diplomática no pudo comprender el funcionamiento político del presidente López Obrador no sólo fuera de los roles priístas del pasado, sino muchas veces en contra. La línea diplomática de Palacio Nacional hacia la Casa Blanca se fijó en el libro nacionalista Oye, Trump de López Obrador que ha sido soslayado en estos dos años de gobierno, pero que contiene el espíritu del enfoque realista del presiente contra los EE. UU.
La dirección de política exterior de la burocracia diplomática respondió a los intereses acomodaticios del régimen priísta y sobre todo al modelo de entreguismo del gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari adoptado para lograr la firma del Tratado: la subordinación estratégica de los intereses mexicanos al dominio de los intereses estadunidenses.
La embajadora Bárcena quería imponer el modelo priísta-salinista, en tanto que el presidente López Obrador buscaba definir nuevas relaciones de poder. Una cosa era que la embajadora Bárcena fuera en México la caja de resonancia del establishment imperial de Washington y otra que quisiera obligar al presidente López Obrador a adoptar esos criterios. En este sentido, la embajadora violó algunas de las reglas de subordinación institucional y cometió errores que causaron daño al escudo de seguridad nacional de México frente al acoso estadunidense.
El tema final fue el reconocimiento a Biden. La embajadora operó en México a petición de funcionarios del equipo de Biden, pero sin conocer ni racionalizar la experiencia propia del presidente mexicano en situaciones anteriores cuando el establishment diplomático entronizó al PRI. Al no diferenciar los intereses de Palacio Nacional de los intereses del equipo de Biden, la embajadora Bárcena quedo atrapada en la lógica del entreguismo mexicano hacia el poder estadunidense.
La diferencia de la embajadora Bárcena, por lo tanto, no fue con la gestión del canciller Ebrard en los términos de los intereses lopezobradoristas, sino que no supo entender ni administrar el enfoque particular de la diplomacia bilateral del presidente López Obrador. El problema de la diplomática, por ello, no fue con Ebrard, sino con el presidente de la república.
El auto desplazamiento de la embajadora Bárcena era inevitable. El presidente López Obrador comenzará una nueva fase de relaciones con la Casa Blanca sin depender de las tradiciones, de las prácticas ni de la burocracia diplomática mexicana. El reconocimiento a Biden será institucional, pero no entreguista. El éxito de la estrategia dependerá del manejo personal de la diplomacia desde Palacio Nacional, sin intermediaciones incomodas que representen intereses extranjeros.
La decisión de la embajadora de jubilarse fue, además, un mensaje de ruptura; no pasó a retiro ni aceptaría otra posición en otro país.
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