Unos migrantes se agolpan en la orilla del río Evros, este domingo cerca de Pazarkule (Turquía). En vídeo, un grupo de ciudadanos de Lesbos trata de impedir el desembarco de refugiados sirios. EMRAH GUREL AP

Tres afganos de siete u ocho años lanzan piedras a las aguas del río Evros, intentando llegar cada cual más lejos. Juegan, ejercen de niños, lo que son. Tampoco pueden hacer mucho más para matar el rato en la aldea de Doyran, en la linde turca del río. Desde allí, la otra orilla —Grecia, la Unión Europea— está tan cerca que parece muy fácil llegar. Pero resulta casi imposible.

Aunque un tercio o más de los 15.000 refugiados que se agolpan a lo largo de la frontera turco-griega se concentran en el paso de Pazarkule-Kastanies y en torno a la valla de diez kilómetros que delimita parte de la frontera, desde la noche del sábado muchos otros han sido dirigidos hacia la parte fluvial de la frontera, el Evros, que marca la separación entre ambos países a lo largo de 200 kilómetros.

En la noche del sábado, cientos de refugiados trataron de ganar la orilla griega en pequeños botes. “Pasamos, a las nueve o diez de la noche [del sábado]. [Los traficantes] Nos pidieron 100 liras [unos 15 euros] por persona y cruzamos en barcas hinchables”, explica Masud Haydari, un joven afgano. “Pero al llegar al otro lado, los policías griegos nos pararon. Nos robaron todo, el dinero, los teléfonos, los pantalones de repuesto… Todo. Y nos devolvieron a Turquía”. Les hicieron volver caminando a través del río —las aguas bajan con poco caudal este año— pese a que de noche las temperaturas descienden por debajo de los cero grados. Por la mañana, Masud y otras ocho familias más se sientan en un prado a unos metros del río, a secar sus ropas entre las hogueras. “Aquí hace mucho frío, hay muchos niños y se ponen enfermos. Pensábamos que la frontera estaba abierta, y por eso dejamos todo, nuestro trabajo, nuestra casa y vinimos aquí. Pero la frontera está cerrada”.

Integrantes de grupos diferentes de migrantes relatan comportamientos parecidos de los agentes griegos de vigilancia fronteriza. Otro grupo, de unos treinta afganos, explica haber sido recibido con “disparos al aire” por la policía griega y luego devuelto a Turquía, una práctica conocida como pushback o devolución en caliente, y que, pese a la reciente sentencia del Tribunal de Estrasburgo, está prohibida por la legislación internacional. Muhannad, un iraquí de Mosul, relata que otros compañeros de viaje también han sufrido un destino semejante: “Vimos pasar a unas mil personas. Pero a nuestros amigos que cruzaron a Grecia les quitaron las mochilas y los teléfonos, y los retornaron a Turquía”. Un aldeano de Doyran muestra vídeos grabados horas antes en los que se ve a africanos empapados, a los que supuestamente las autoridades griegas devolvieron por el río tras despojarles incluso de las camisetas y sudaderas.

“No intente cruzar la frontera. Nadie puede hacerlo. A aquellos que intentan entrar ilegalmente se les impide entrar en el país”, advierte un SMS de las autoridades griegas que ha comenzado a llegar a los teléfonos de los refugiados desplazados a la frontera. La presión del Gobierno griego, que ha enviado a la zona policías de refuerzo y ha pedido auxilio a la agencia europea Frontex, ha hecho que no pocos refugiados se planteen regresar a las ciudades en las que residían antes de esta crisis migratoria. “Habíamos tomado la decisión de volver a Estambul. Íbamos en taxis unas diez o 15 familias y nos han parado los policías turcos en la carretera. Nos han dicho que volvamos a la frontera”, se queja Zekerya, un joven iraquí; “ni los griegos nos dejan pasar ni los turcos nos dejan volver, así que no sabemos qué vamos a hacer. Nos hemos quedado en medio”.

No cabe duda de que a Turquía le interesa enviar cuantos más emigrantes a la frontera para incrementar la presión sobre la UE. El ministro de Interior, Süleyman Soylu, continuamente da cifras exactísimas con mensajes del estilo: “Hasta las 09.55 el número de migrantes que han abandonado nuestro país a través de [la provincia de] Edirne es de 76.358”. Mensajes que se replican luego en los grupos de Telegram, Facebook y WhatsApp que utilizan los refugiados para informarse. Parece ser una técnica utilizada con el fin de mostrar que el camino está despejado.

Las autoridades griegas califican estas cifras de “completamente falsas”. Según el recuento de la policía griega, 139 migrantes han sido detenidos tras entrar a territorio heleno, de los que 17 afganos ya han sido condenados por un tribunal a tres años y medio de cárcel. Quizás algunos cientos más han logrado cruzar sin ser detectados por las autoridades griegas, pues, como reconoció el gobernador de Tracia, Jristos Metios, a la cadena Skaï, “el río Evros es realmente muy largo y hay pasajes fáciles. Pese a los esfuerzos de las fuerzas de seguridad, algunos migrantes consiguen pasar”. Pero, desde luego, los números que da Turquía son irreales.

En la orilla turca es además evidente la actuación de traficantes a plena luz del día. Tradicionalmente en los pueblos de esta zona hay traficantes locales que se dedican a enviar a refugiados y migrantes compinchados, a veces, con personas del lado griego. Pero suelen actuar al amparo de la noche. En cambio, la mañana de este domingo, tres que aseguraban haber venido de Estambul trataban de organizar el cruce dando gritos y ofreciendo plazas en barcas a los migrantes.

“Jamás pensé que me convertiría en refugiado. Mi familia tenía un restaurante en Mosul y la vida nos iba bien. Pero luego llegó el Estado Islámico, la guerra, no quedó piedra sobre piedra y tuvimos que huir. En Turquía, la vida es muy dura, trabajo doce o trece horas al día y estoy solo. Mi padre y mi madre siguen en Irak, el resto de mi familia está en Francia. No los he visto en cinco años”, lamenta Muhannad, desesperado por no poder continuar hacia adelante ni volver hacia atrás: “Llevamos dos días durmiendo al raso, con este frío. Ni Turquía ni Grecia tienen piedad de nosotros”.