Los argentinos sienten en la piel la inminencia de una gran crisis. Es una sensación casi imperceptible, un malestar que recorre todo el cuerpo e insinúa que algo no anda bien tras la calma de un día cualquiera. El malestar crece poco a poco hasta que se transforma en preocupación y luego en angustia. La realidad, finalmente, termina dándoles la razón. Esta vez llevan tiempo con la piel erizada, atentos a una nueva debacle. En las calles de Buenos Aires se respira crisis.
Las elecciones primarias del domingo, que dieron un abrumador triunfo al kirchnerista Alberto Fernández por encima del liberal Mauricio Macri, consumaron los peores augurios. El peso se desplomó casi 30% desde el lunes y la bolsa perdió en una sola jornada el 38% de su valor, la segunda mayor caída en la historia de los mercados. El bloqueo político entre un presidente sin poder y un ganador que debe convalidar su título en octubre complica aún más las cosas. ¿Qué hacen los argentinos ante la catástrofe? Lo que han hecho siempre: aguantar.
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“El lunes fue un desastre, hice cuatro ventas en todo el día”, dice Carlos Gutiérrez detrás del mostrador de un local de venta de comida para mascotas en Villa Urquiza, un barrio de clase media de Buenos Aires. El martes, Gutiérrez recibió por WhatsApp el mensaje de uno de sus proveedores: “A raíz del aumento que ha sufrido el dólar, nos vemos obligados a incrementar la lista de precios un 15% a partir del día de la fecha”. Tiempo después, otro vendedor le advertía de que “debido a la incertidumbre” había decidido suspender las ventas durante una semana. Mientras tanto, le aconsejaba que “aumente la mercadería un 12%”.
Puede elegirse como punto de partida mayo del año pasado, cuando el presidente Mauricio Macri anunció el inicio de una negociación con el Fondo Monetario Internacional. Macri presentó como una bendición que el resto del mundo confiaba tanto en su Gobierno que estaba dispuesto a prestarle dinero, muchísimo dinero. Finalmente, fueron 57.000 millones de dólares, un récord sin precedentes. Con la vuelta al Fondo, los recuerdos de las peores crisis arruinaron el sueño de los argentinos, que desde entonces se prepararon para lo peor. Y lo peor sucedió.
El deterioro fue veloz. A principios de mayo se necesitaban 21 pesos para comprar un dólar. En octubre ya eran 41. Y este miércoles, 63. El Gobierno intentó contener la caída de la moneda local con tasas de interés de hasta 70% y la economía colapsó. El consumo se detuvo y crecieron la pobreza y el desempleo. Miles de pequeñas empresas cerraron. Óscar Ferraro tiene 65 años y desde hace 25, cuando perdió su trabajo como gerente comercial de una multinacional que se fue de Argentina, vende insumos de oficina a grandes empresas. Timonel en mil crisis, sabe cuando el mercado tambalea. Lleva tiempo con el termómetro en números rojos y el lunes puso en práctica toda su experiencia. “Como en la hiperinflación de Raúl Alfonsín o la debacle de 2001”, dice.
El “canibalismo” de la crisis
Ferraro acaba de transferir a la cuenta de un proveedor de cartuchos de impresora el dinero de una compra que realizará mañana. “El martes pasé precios a un cliente con un dólar a 61 pesos y hoy mi proveedor ya me pidió 63. Entonces pagué por adelantado para congelar el precio”, explica, y lamenta que en la crisis aparece lo que llama “canibalismo”: “El grande se come al chico, el que tiene el dinero en la mano te pone el precio. Lo que no entienden es que si les cobro al valor de hace una semana ya me como los márgenes de ganancia”.
“Sube el dólar, no tengo un mango” (un peso), cantan los alumnos del tercer grado de una escuela pública de Colegiales, en el norte de la capital. La melodía es la de la Bella Ciao, la canción popular rescatada por La casa de papel. Los argentinos se preparan desde niños, gracias a los anticuerpos que recibe de sus padres, que a su vez los recibieron de los suyos. La experiencia se mete en el ADN nacional y permite sobrevivir. Cómo hacen Gutiérrez, Ferraro y también Jorge Favur, un peluquero de 46 años que para ahorrar gastos ya no prende la calefacción y mantiene las luces de su comercio apagadas cuando no hay clientes. “Lo primero que hice el lunes fue ir al supermercado y comprar 10 kilos de carne de pollo y maples de huevos, antes de que aumenten”, cuenta.
Favur no fue el único. Las ventas en supermercados mayoristas subieron un 40% entre el lunes y el martes en productos como harina, fideos y pañales. La estrategia fue demorar el impacto en el bolsillo del pico de inflación que vendrá. La fiebre por comprar antes de las subidas de precios complicó el trabajo de Eduardo Pérez, encargado de un restaurante de Barracas, en el extremo sur de la capital. “En el mayorista pusieron límites a la cantidad de unidades”, se queja Pérez, abrumado por la necesidad de cambiar el menú ante la falta de insumos. “Ayer teníamos en las previsiones un matambre de cerdo”, explica, “pero como no pudimos conseguir lo cambiamos por carne de vaca. Algunos frigoríficos incluso cerraron, porque dicen que no saben a qué precio vender”.
El día a día de los argentinos es mucho más que preocuparse por comprar dólares antes de que la cotización frente al peso siga siguiendo. Como cantan los niños, nadie tiene “un mango” y queda poco margen para el ahorro si uno es un simple asalariado. Tampoco hubo largas colas en los bancos para retirar dinero, tal vez por el temor a males mayores. Una cadena de WhatsApp que circuló entre votantes kirchneristas pedía no participar de protestas como las que en diciembre de 2001 terminaron con el Gobierno de Fernando de la Rúa. “Compañeros, están llegando cadenas de cacerolazos. No hacer nada de eso. Mucho menos tomar las calles. Nos quieren responsabilizar de todo y generar caos. Reenvíen , por favor”, decía el texto. Todos desean que Macri termine su mandato, sea como sea, y garantizar el triunfo de Fernández en las elecciones de octubre.