Le precisa a ‘El Tecleador’ (ET) plasmar en letras, para expulsarla y después olvidarla, una rara experiencia. Aunque ha de ser algo frecuente entre los mortales y tener explicación incluso científica; quién sabe.

Hace pocas madrugadas ET dejó de escribir como a las 5 a.m. (como tantas veces) y pronto se durmió. Ni una hora había pasado, cuando lo despertó “alguien” que lo estaba empujando por la espalda y lo tenía inmovilizado. Imposible levantarse o siquiera cambiar de postura; el cuerpo sentía aquella presión fuerte y contundente. No respondían los músculos.

Luego le soltaron la espalda y le pareció -quien sabe si lo vio, oyó o imaginó- que ese “alguien” escapaba velozmente de la recámara. Al abrir los ojos notó a trasluz por la ventana una silueta humana que subía o bajaba por fuera apoyada en los marcos metálicos de la rejilla de protección, y su primer pensamiento fue que habían entrado unos ladrones.

Al intentar levantarse tropezó, sin llegar a caerse, y entonces su esposa despertó y encendió la luz. La idea de que había gente dentro de casa, lejos de provocar miedo los llevó instintivamente a recorrer las demás habitaciones, prender otros focos y asomarse por las ventanas, en especial la de la silueta, pero nada vieron ni nada raro o faltante notaron. Las cerraduras estaban bien.

Después de la inspección volvieron a su descanso, pero ET recordó que, antes de sentirse inmovilizado, había tenido un sueño en el que convivía con familiares vivos y otros ya fallecidos, entre estos últimos la abuelita que, por coincidencia, alguna vez narró una experiencia similar.

Ya viuda, ella dormía una noche y llegó a verla su esposo. Lo reconoció y hablaron -eso platicó a la familia-, pero ella no podía moverse. Acostada, sentía su cuerpo paralizado por una fuerza extraña que la oprimía, igual como le sucedió al nieto -ET- en una de estas noches de abril. A ella, la impresión le duró mucho tiempo.

El abuelo aparecido esa vez a su viuda, fue formalmente tutor de ET (hijo de madre soltera), pero murió cuando este no alcanzaba todavía los nueve años. Y como su mayor deseo era dejar al nieto ya crecido, una noche también ET, niño aún, lo vio mientras merendaba. Estaba parado en el pasillo que había entre la cocina y el comedor en la casa de Tacubaya, que existe todavía. Vestía su traje con chaleco, corbata y sombrero, fiel a la imagen que había en los recuerdos del protegido, a quien observaba esa noche. La experiencia fue tal -primero miedo y luego alegría por esa visita-, que se mantiene grabada con cincel en la memoria.

Hay muchas historias medio macabras en la familia, incluida la de unos fantasmas chocarreros que una noche le hicieron pegar la carrera a ET por las calles de San Pedro de los Pinos. Y otras apariciones de las que platicó la abuela de sus tiempos infantiles en su natal Tequisquiapan, o las que tuvo cuando era estudiante de enfermería, hace algo así como un siglo, en el siempre lóbrego Hospital General que se derrumbó en la Ciudad de México con el sismo de 1985.

Parece que hacen falta unas vacaciones para conjurar esas raras “vibras”. ¿Sería bueno ir a Brujas o a Transilvania? O tal vez a Catemaco. O visitar con más frecuencia a los antepasados en sus sitios de descanso.