Ahora vas tú; no, tú, el que acaba de llegar. Foto: Gobierno de la República

En su penúltima novela, Sumisión, Michel Houellebecq plantea los dilemas de un hombre común frente al avance aterciopelado de los totalitarismos. Una día, la Sorbona amanece en manos de los ricos jeques árabes; la han comprado. Los académicos tienen la opción de convertirse al Islam (y tener cuantas mujeres puedan mantener, y con grandes salarios) o una jubilación anticipada.

Houellebecq describe cómo una cultura va derrotando “amorosamente” a otra, con bombones y pequeños apretones de tuerca que son eso: apretones de tuerca. La idea de los que asumen el poder, en la novela, es conducir a la sociedad francesa a su rendición.

Recordé ese extraordinario texto no por casualidad (nada es “casualidad”), sino por dos eventos: uno, que ha salido la última novela del escritor francés y habla de las otras rendiciones-reducciones de Occidente (la novela se llama Serotonina, imagínense), ahora ante sí mismo; el otro evento que me recordó Sumisión es el que me planteaba un amigo hace unos días.

Me contaba cómo muchos medios tradicionales están desesperados y otros asustados porque la 4T no les ha soltado un peso. Más de tres meses sin publicidad oficial. Y no hay señales de que se vaya a soltar el gasto.

Un segundo amigo me dijo, calculando, que lo que el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador buscaba era poner de rodillas a muchos dueños de los medios tradicionales; doblarlos; obligarlos (la mayoría son adictos al dinero público) a pedir de rodillas su dosis de publicidad oficial.

La administración Peña Nieto los dejó muy mal acostumbrados. El dispendio fue mucho y cualquiera se acostumbra a la abundancia. Y ahora están temblando.

Recordé, inevitablemente, la novela Sumisión. Gran libro. No les digo en qué termina.

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Como Julio Astillero, también creo que el Presidente puede invitar a los yutuberos a la mañanera: total, es su espacio, es su evento, tiene 85 o 90 por ciento de aprobación, puede hacer lo que quiera. Pero coincido con Salvador Camarena en que eso que se hace cada mañana no es necesariamente una conferencia de prensa. Es un espectáculo en vivo, una comparecencia pública, lo que quiera. Pero no es ya una conferencia de prensa.

Los periodistas, sin embargo, debemos cubrirlo porque hay noticias (también lo dice Camarena). Simple y sencillamente. Pero el formato no es el de una conferencia de prensa “democrática” ni un “diálogo circular” o como quiera llamársele.

Pero lo de invitar a una parte (la parte afín) de los yutuberos confirma que se trata más bien de un evento a modo, de ambiente controlado. Desconozco (y lo dudo) si invitaron a Chumel Torres, opositor de AMLO (sí, quien muchas veces es incluso grosero con el Jefe del Ejecutivo) (qué se puede esperar de gente tan ignorante). Si no abrieron la “mañanera” a los yutuberos opositores, entonces no es un evento para todos; mucho menos una conferencia de prensa: es un ejercicio para difundir propaganda oficial. Así debería de tomarse y ya.

Los periodistas, insisto, deben acudir pero no a rendirse ante el formato del evento. Hay que llevar agenda y sacarla allí, cuando el Presidente los señale con el dedo. Aunque sea un espacio controlado. No podemos ser parte de la rendición. Los periodistas libres y críticos deben ser los últimos en rendirse, como lo hicimos en el pasado con Peña. La democracia la construimos a diario entre todos; no podemos caer en la rendición.

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La rendición de una buena parte de la prensa tradicional ante Enrique Peña (y Felipe Calderón, y Vicente Fox y…) tiene que ver con el dinero. Se ha doblado décadas por dinero. Con Peña, el puñado de medios que no se rindió debió enfrentarse a la hostilidad del régimen y a la desigualdad generada por los recursos entregados a manos llenas a medios afines.

Ahora, curiosamente, la 4T encontrará que cierta prensa se le doblegará por dinero; pero es sólo la misma prensa que ya se dobló con todos los anteriores presidentes, porque esa es su especialidad, incluso su vocación. La que no se doblegará (espero, confío) es la que no se doblegó en el pasado.

La que no se dobló antes es la que ayudó a exhibir la podredumbre peñista y de carambola ayudó a AMLO a llegar a Palacio Nacional. No lo hizo por ayudarle: lo hizo porque era su deber; un deber que ahora llama a decir, como antes, las cosas por su nombre.

Pronto, López Obrador se dará cuenta que no todos van a caminar hacia la rendición. Y que la rendición es una mala noticia si de lo que se trata es de fortalecer la democracia. A menos, claro, de que la idea sea abatir la democracia.