“¿Cómo que una mujer va a traer las riendas de la policía comunitaria?”, le dijeron a Nestora Salgado cuando en 2012 organizó en Olinalá al grupo de ciudadanos que se hizo cargo de la seguridad pública. Por aquellos días solo había noticias de asesinatos, secuestros y extorsiones en la montaña del Estado de Guerrero, las autoridades locales estaban coludidas con los grupos criminales y al pueblo le quedaban pocas alternativas para vivir en paz. Tomaron las armas y organizaron su propia policía. “No fue fácil porque existe mucho machismo, pero el cargo y el respeto me los gané. Siempre les demostré que yo quería hacer las cosas”, cuenta a EL PAÍS la ahora senadora del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
El camino desde la montaña de Guerrero hasta el Senado de la República fue muy accidentado. Salgado (Olinalá, 1971) fue encarcelada en 2013, durante dos años y ocho meses, acusada del secuestro de seis personas a las que había detenido como comandante de la policía comunitaria de su pueblo. Los jueces finalmente la liberaron de todos los cargos al concluir que la ley reconocía a la policía comunitaria y que no había suficientes pruebas para juzgarla. De allí, tomó el papel de promotora de derechos humanos y en 2018 aceptó participar en las listas electorales de Morena para el Senado, por invitación de Andrés Manuel López Obrador. Durante la campaña electoral fue señalada sobre sus antecedentes por el candidato del PRI, José Antonio Meade, para evitar que llegara a la Cámara alta. Los ataques no prosperaron.
En las puertas del despacho de la senadora Salgado siempre hay gente esperando. En un viernes, cuando el resto de los legisladores ya se han marchado tras la aprobación de la Guardia Nacional, ella sigue atendiendo a quienes llegan. Dice que está satisfecha con la propuesta final sobre seguridad para México que consiguió el apoyo unánime de todos los partidos políticos. Este es su primer cargo público y admite que en los últimos seis meses, desde el comienzo de la legislatura, ha tenido que aprender a gran velocidad sobre el funcionamiento del Legislativo. Se ha atrevido, incluso, a votar en contra del partido que la aupó. “Yo vengo del movimiento social, soy otra cosa. Veo las cosas como las ve el pueblo y difiero en muchas cosas [con Morena]. Pero también le estamos dando las herramientas al nuevo Gobierno para poder cambiar y nos queda claro que las cosas como estaban no funcionaron”.
Su perspectiva es una ventaja pero también su más grande obstáculo. En los pasillos y salones del Senado ha sido señalada por sus opositores tanto por las acusaciones de secuestro en su contra, como por su falta de experiencia y la carencia de una carrera política a la vieja usanza. “Nunca fue mi sueño llegar aquí, nunca luché por ello. No tuve la oportunidad de una carrera, vengo de una familia humilde. Tuve que migrar porque precisamente no teníamos dinero, ni formas de trabajo, en Guerrero en ese tiempo era muy difícil, ni siquiera había un empleo doméstico [trabajadora del hogar]”, cuenta. Cuando Salgado terminó el bachillerato, decidió irse a Estados Unidos.
Era la década de los años 90 y miles de mexicanos se aventuraron a cruzar la frontera nadando o a pie. Salgado, con 20 años, llegó sola hasta Tijuana y en su primer intento por atravesar la línea fracasó. “Cruzar es muy difícil, yo nunca había salido de mi pueblo”, recuerda. Lo consiguió más tarde cuando caminó por el desierto con un grupo de 38 personas, donde solo tres eran mujeres. “Perdí todo, hasta el número de la familia que me iba a ayudar allá, porque yo iba a Chicago”. Llegó a San Diego (California) con la manos vacías y allí consiguió su primer empleo como niñera. Se estableció definitivamente en la ciudad de Renton (Washington), donde tuvo y crió a sus tres hijas.
Una década más tarde, y ya con permisos migratorios, comenzaron las visitas a Olinalá. “Traje a mis hijas a conocer y me dediqué a llevarlas a los ranchos para que vieran las necesidades que existían. Quería que valoraran la oportunidad que teníamos en Estados Unidos”. Pero la situación en la montaña de Guerrero se iba deteriorando con el paso de los años. Sus estancias en Olinalá se prolongaron hasta que se quedó definitivamente. Los vecinos sacaron los fusiles y Salgado se convirtió en la líder de la policía comunitaria. “Le cerramos la puerta al narco”, dice orgullosa, aunque le costó su paso por prisión.
Esa experiencia también ha puesto el ritmo que marca su agenda legislativa. La senadora entregó en diciembre al nuevo Gobierno una lista con los nombres de 199 presos políticos que podrían aspirar a una amnistía. “No podemos permitir, ya que yo lo viví en carne propia, que una persona inocente esté en la cárcel, ni por persecución política, ni por delitos fabricados”, reclama. Algunos ya han sido liberados y el gobierno de López Obrador se encuentra estudiando el resto de los casos. También, la legisladora estudia una iniciativa para que las madres cumpliendo penas en prisión no pierdan la potestad y el contacto con sus hijos. “Hay casos muy crueles”, apunta.
Salgado ya no usa el uniforme oliva con el que la policía comunitaria de Olinalá se identifica, pero en los pasillos del Senado mexicano su presencia llama la atención de los visitantes. La legisladora reconoce que su paso por allí no será fácil. Nada lo ha sido, pero tampoco quiere mirar demasiado atrás. “Estamos aquí porque el pueblo nos nombró, estamos representandolos, y yo creo que en el momento que yo sienta que no están dando el mismo lugar que a todos, entonces sí me quejaré. El Senado está para darnos el espacio con igualdad de género porque se ha luchado por eso”.