Un empleado de seguridad en un tejado de un hotel cercano al centro de congresos del foro en enero de 2018. FABRICE COFFRINI AFP

En los años posteriores a la Gran Recesión, las élites que cada año se dan cita en el Foro Económico Mundial (WEF, en sus siglas en inglés) no paraban de alertar de los riesgos que representaba el populismo emergente para la geopolítica y la economía mundial. Pero a la hora de la verdad, el pragmatismo y los negocios se imponen. Con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fuera de juego por el cierre de la Administración, Davos extiende este año su alfombra roja para recibir al recién estrenado presidente de Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro.

Trump no es el único mandatario que renuncia este año a viajar a Davos por sus problemas políticos internos. Ni su homólogo francés, Emmanuel Macron —que quiere quitarse su aura elitista ante la crisis de los chalecos amarillos— ni la primera ministra británica, Theresa May, —inmersa en encontrar una salida para el Brexit— se pueden permitir acudir a la estación suiza por esos mismos motivos.

La ausencia de otros dirigentes como los presidentes de Rusia, Vladímir Putin; de China, Xi Jinping; o México, el recién investido Andrés Manuel López Obrador, hacen de esta edición la de menor presencia de líderes políticos de los últimos años. Con todo, serán más de 3.000 participantes, de 110 países y 65 jefes de Estado o de Gobierno —entre ellos el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez— los que se pasen entre mañana y el viernes por el pequeño pueblo suizo.

Quizás como reflejo de esa nueva realidad, en la que los países se repliegan cada vez más sobre sí mismos, el Foro de Davos alertaba la semana pasada de que la débil cooperación internacional disminuye la capacidad de hacer frente a los retos globales, y que ese es el mayor riesgo para este año, según se desprende de un informe elaborado por Zurich Insurance Group y Marsh & McLennan. Este contexto se da después de un 2018 en el que las disputas comerciales y el marco multilateral se deterioraron considerablemente. “Con el comercio mundial y el crecimiento económico bajo amenaza en 2019, hay más urgencia que nunca para renovar la arquitectura de la cooperación internacional”, clamaba el presidente del Foro, el noruego Borge Brende.

La estrella de esta edición dista mucho de encajar en ese perfil con el que sueña Davos. El presidente que pone a “Brasil por encima de todo” y “a Dios por encima de todos”, en línea con el “América, primero” de Trump, no es precisamente un defensor del globalismo, pero aún así recibirá un tratamiento de primera figura en su debut en el Foro. Claro que Bolsonaro no acude con las manos vacías. La reforma del sistema de pensiones que su superministro de Economía, Paulo Guedes, lleva en la cartera resulta suficiente atractivo para calmar los ánimos de los inversores, ávidos de una mayor presencia en la mayor y más poblada economía de Latinoamérica. No en vano, Brasil envía este año la delegación más numerosa de la región, con 34 dirigentes políticos y empresariales.

Davos, en buena medida, es siempre así. Sucedió de forma evidente en 2014, cuando el presidente de Irán, Hasán Rohaní, acudió a la estación alpina a última hora, en lugar de acudir a una reunión en Ginebra sobre la crisis siria, y lo hizo acompañado por el ministro del Petróleo. En los los pasillos más exclusivos del Centro de Congresos había empujones y colas para lograr una cita con la delegación y, con ello, el acceso a un mercado con enorme potencial que prometía abrirse a la inversión extranjera.

Tensiones con Rusia

Ha vuelto a suceder en los últimos meses con la delegación rusa. La organización del WEF amenazó a los empresarios de aquel país afectados por las sanciones impuestas por Estados Unidos —Oleg Deripaska, presidente de Rusal; Viktor Vekselberg, presidente de Renova; y Andréi Kostin, presidente de VTB— con vetar su asistencia al evento. La reacción del Gobierno ruso fue inmediata y el propio primer ministro, Dimitri Medvedev, amenazó a su vez con un veto del Gobierno a la organización. El Foro Económico dio marcha atrás.

No solo porque estos empresarios son unos de los principales contribuyentes del evento —cada participante paga una más que generosa suma por asistir al Foro, cifra que va subiendo en función de la presencia y protagonismo que se quiera tener durante la cumbre— sino porque el WEF trabaja, además, con el Gobierno ruso en la organización del Foro de San Petersburgo. La alternativa de Putin a un encuentro dominado por los aliados occidentales.

En este contexto y en ausencia de muchas de las grandes figuras políticas, los debates en torno a la globalización 4.0 que plantea Davos, los retos en torno al cambio climático y las amenazas que presenta la tecnología para la seguridad y el empleo en la cuarta revolución industrial quedarán, cuando menos, desdibujados. Aunque para los líderes financieros y empresariales, mayoría entre los participantes, el valor de Davos no reside tanto en las sesiones públicas como en la posibilidad de hacer contactos y cerrar acuerdos al margen de la cita oficial.

Y eso no ha cambiado.

UNA MUJER POR CADA CINCO PARTICIPANTES
La necesidad de aumentar la participación de mujeres en un encuentro que reúne a la élite económica, política e intelectual mundial ha sido una constante en las últimas cumbres de Davos. Pero el Foro Económico no consigue romper su propio techo de cristal. Según datos de la propia organización, en esta edición un 22% de los participantes serán mujeres. Un ligero aumento respecto al 18% en el que estaba estancado en estos años pero supone poco más de una mujer por cada cinco participantes. Las reivindicaciones de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, a este respecto encuentran escaso eco.

Por primera vez el Foro incluye la salud mental como uno de los riesgos que afronta la sociedad y una de las cuestiones a las que se ha querido dar un protagonismo especial en los debates públicos. De hecho, el duque de Cambridge se estrenará en el Foro moderando una conversación sobre este tema. El informe de riesgos alude a la “etapa de ira” que vive la sociedad por la falta de control que perciben los ciudadanos ante la incertidumbre social, tecnológica y laboral. Para el Foro de Davos el impacto de esa ira se refleja en las decisiones de voto de los individuos.