¿Qué escribió Jamal Khashoggi para irritar a la monarquía saudí?

En sus columnas más recientes, el periodista desaparecido dirige sus críticas al príncipe heredero y se compromete con la libertad del mundo árabe

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Jamal Khashoggi, en Davos (Suiza) en 2011. En vídeo, declaraciones de la editora de Opinión del 'Washington Post' sobre el columnista el pasado 10 de octubre. VIRGINIA MAYO (AP) / VÍDEO: REUTERS-QUALITY

“Recibí esta columna del traductor y ayudante de Jamal Khashoggi el día después de que se supiera de su desaparición en Estambul. El Post decidió aplazar su publicación porque confiábamos en que Jamal se pusiera en contacto con nosotros y así, editarla juntos”. Quien así se expresa es Karen Attiah, la editora del periodista saudí que, según la policía turca, fue asesinado en el consulado saudí de Estambul el 2 de octubre. Su nota encabezaba este miércoles la última colaboración de Khashoggi en su sección habitual, Global Opinions, en The Washington Post. “Esta columna recoge perfectamente su compromiso y pasión por la libertad en el mundo árabe. Una libertad por la que parece que él ha dado su vida”, añade Attiah.

Khashoggi había respaldado en anteriores textos decisiones de la corte saudí, como su intervención inicial en Yemen o la diversificación de la economía. Considerado generalmente como un periodista crítico pero no un disidente, adoptó un tono más duro después de su decisión de abandonar el país, hace algo más de un año, especialmente en sus colaboraciones en el Post, que empezaron en septiembre de 2017.

En su última colaboración, Lo que el mundo árabe necesita es más libertad de expresión, no se encuentran referencias explícitas al príncipe heredero, Mohamed bin Salmán, que sin embargo ha aparecido en casi todos sus textos de este año. En su lugar, Khashoggi recoge menciones a una de sus habituales bestias negras: la falta de libertad en el mundo árabe. “Los árabes [con la excepción de Túnez] o no reciben información o están mal informados. No pueden abordar adecuadamente y mucho menos debatir en público, las cuestiones que afectan a la región y a su vida diaria”.

No repara en alusiones a enemigos acérrimos de Arabia Saudí, como Catar. “El Gobierno catarí mantiene su apoyo a la cobertura de las noticias internacionales, a diferencia de los esfuerzos de sus vecinos de mantener el control de la información en apoyo del viejo orden árabe”.

Irán, el gran rival de los saudíes en Oriente Próximo, también aparece en boca de Khashoggi a menudo. En una de sus columnas, ¿Por qué debería el príncipe heredero preocuparse por las protestas en Irán?, celebra las manifestaciones populares del último año contra el régimen de los ayatolás, una celebración que, insinúa, comparte el régimen saudí. A pesar de eso, aprovecha para asaetearlo con una crítica directa: “Ha llegado el momento de que MBS [Mohamed bin Salmán] se libere de su miedo a la democracia y la verdadera Primavera Árabe, y también de sus preocupaciones, justificadas, del expansionismo iraní [en el mundo musulmán]”. “¿Qué puede impedir que los saudíes piensen que esa celebración de la libertad, la democracia y la justicia apoyadas por el Estado está reservada a los iraníes?”, se preguntó.

Al hilo de las protestas, Khashoggi zahería a la monarquía saudí: “Después de fallar en su intento de cortocircuitar el acuerdo nuclear iraní, y con Irán dominando los conflictos de Yemen, Irak, Siria y Líbano, Arabia Saudí tiene un aliado nuevo e inesperado: el pueblo iraní”.

El periodista abordó también los “errores” de Arabia Saudí en la vecina guerra de Yemen. En una de sus frases reúne a varios enemigos de los saudíes en una única línea: “La continuación de la guerra [entre los yemeníes] dará validez a aquellos que dicen que Arabia Saudí está haciendo allí lo que el presidente sirio Bachar el Asad, los rusos y los iraníes están haciendo en Siria”.

No dudó en mencionar de continuo a colegas encarcelados por sus ideas y reivindicaciones. “El equipo de comunicación del príncipe heredero en la corte ha castigado, y lo que es peor, intimidado a todo el que disiente”, afirmó en febrero. Criticó el encarcelamiento de Samar Badawi, activista de los derechos de las mujeres y hermana del bloguero Raif Badawi, condenado en 2014 a 10 años de cárcel y a 1.000 latigazos por “insultos al islam”. La detención de la activista abrió una crisis diplomática con Canadá, que protestó por la decisión judicial y cuyo embajador terminó siendo expulsado de Arabia Saudí.

“Hoy los ciudadanos saudíes ya no entienden la lógica que subyace en la ola incesante de detenciones”, afirmó. “Esos arrestos arbitrarios han empujado a muchas personas al silencio y a otras incluso a abandonar discretamente el país […] Hay un modo mejor de que el reino evite las críticas de Occidente: simplemente, que libere a los activistas por los derechos humanos y que interrumpa las detenciones innecesarias que han perjudicado la imagen de Arabia Saudí”.

También aludió a los grandes proyectos constructivos apoyados por la monarquía saudí: “Si [Bin Salmán] ayudara a la gente corriente a reconstruir sus vidas en sus casas y ciudades actuales, y les diera mejores escuelas, formación profesional, carreteras y saneamientos, se daría cuenta de que puede que no necesite levantar ciudades de ensueño lejos del desierto”.

Khashoggi también alabó a Bin Salmán cuando consideraba que actuaba de manera oportuna. Así lo hizo cuando se permitió por fin que las mujeres condujeran coches: “El príncipe heredero […] merece reconocimiento por buscar una conclusión correcta para la cuestión. Cuando dirigentes anteriores a él se resistieron a abordar el asunto, él lo afrontó e hizo lo correcto para Arabia Saudí”. Pero enseguida rebajaba el mérito: “[Lujain al Hathlul, activista por los derechos de las mujeres] le permitió al príncipe heredero llevarse todo el crédito de que se levantara de la prohibición de que las mujeres conduzcan”. Al punto, reivindicaba la libertad de ella y otras mujeres presas. “Espero que [Salmán] no olvide las actuaciones valientes de cada saudí que dedicó sus esfuerzos en pro de la libertad y la modernización. Debería ordenar la liberación de Hathlul, Aziza al Yusef, Eman al Nafjan y el resto de las valientes mujeres que hicieron campaña por el derecho de las mujeres a conducir”.

El periodista abundó en sus columnas acerca de esos arrestos. “Se nos pide que abandonemos cualquier esperanza de libertad política, que nos callemos acerca de las detenciones y de las prohibiciones de viajar que penden no solo sobre los críticos, sino también sobre sus familias”, aseguraba, para afirmar después: “Se espera que aplaudamos con entusiasmo las reformas sociales y que cantemos las alabanzas del príncipe heredero y, al tiempo, que evitemos cualquier referencia a los saudíes que se atrevieron a abordar estos problemas hace décadas”.

Mostró cierto escepticismo con el alcance de algunas medidas, como la reapertura de los cines en Arabia Saudí, cerrados desde finales de los setenta. “¿Tenemos que escoger entre que haya cines y nuestros derechos como ciudadanos para expresarnos, sea para apoyar o para criticar la acción de nuestro Gobierno?”, se preguntaba. “A mí se me ha dicho que tengo que aceptar, con gratitud, las reformas sociales que he reclamado desde hace mucho tiempo y que a la vez me calle sobre otras cuestiones, que van desde el atolladero de Yemen, las apresuradas reformas económicas, el bloqueo a Catar, los debates sobre una alianza con Israel en contra de Irán y el encarcelamiento de decenas de intelectuales y clérigos saudíes del último año”.

“A esa decisión me enfrentaba cada mañana desde junio pasado, cuando dejé Arabia Saudí por primera vez desde que el Gobierno me mandara callar durante seis meses”, aseguraba en el mismo texto. En el último publicado, sentenciaba: “El mundo árabe afronta su propia versión del telón de acero”. Ahora, como una involuntaria herencia suya, abogaba por crear para los oyentes musulmanes una especie de Radio Free Europe, la emisora financiada por Estados Unidos que emitía para los países comunistas durante la Guerra Fría.

El apellido Khashoggi pertenece a una estirpe de origen turco bien relacionada en Arabia Saudí. Su patriarca, Mohamed Khashoggi, fue médico personal del rey Abdulaziz Bin Saud, fundador de la moderna Arabia Saudí. Algunos de los miembros más destacados de la familia han sido el traficante de armas Adnan Khashoggi o la escritora Samira Khashoggi, madre del multimillonario egipcio Dodi al Fayed, novio de la princesa Diana de Gales.

Jamal Khashoggi, como su abuelo, mantenía una excelente relación con la élite saudí: fue consejero del príncipe Turki al Faisal, exjefe de la inteligencia saudí, durante su etapa como embajador en Londres. Pero también hablaba de manera franca y directa —como explica la corresponsal de EL PAÍS Ángeles Espinosa, que lo conocía personalmente— y eso le hizo caer en desgracia y lo llevó al exilio. Su conocimiento de los entresijos de la política saudí hacía que sus columnas en el Post doliesen aún más en Riad.