Los euroescépticos advierten a May que no tolerarán que retrase el Brexit

“La gente nunca nos perdonará” una rendición ante Bruselas, dicen Johnson y Davis

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La primera ministra de Reino Unido, Theresa May, responde a los periodistas este jueves en Bruselas. EMMANUEL DUNAND (AFP) / VÍDEO: ATLAS

“El problema no es el Brexit, es la primera ministra”. El ultraderechista Nigel Farage, exlíder del UKIP y en la actualidad miembro del Parlamento Europeo, no tiene pelos en la lengua. Su virtud, en cualquier caso, es decir, claramente lo que los euroescépticos del Partido Conservador no se atreven a decir a las claras. Pocas horas después de que se hiciera pública la última carambola de Theresa May, aceptar una extensión del periodo de transición hasta la salida definitiva de Reino Unido de la UE para desencallar las negociaciones, el ala dura de su partido le ha escrito una carta abierta en la que le exige que “no escenifique un juego de resistencia y discusión que lleve al final a una rendición”, porque “la gente nunca nos lo perdonaría”.

La carta, que lleva la firma del exministro de Exteriores Boris Johnson, del exministro para el Brexit David Davis y del ultranacionalista Jacob Rees-Mog, entre otros, intenta mantener las formas y el tono pero respira rebelión interna por sus poros. “Exigimos a la primera ministra que deje claro que no vinculará a Reino Unido al purgatorio perpetuo de la pertenencia a la Unión Aduanera, ya sea a través del backstop [la salvaguarda irlandesa propuesta por Bruselas] o a través de cualquier otra ruta”. Se refieren con esa “otra ruta” a la posibilidad sopesada por May y sus colegas comunitarios de extender por un plazo de hasta 12 meses el periodo de transición hasta la salida definitiva, previsto para el 31 de diciembre de 2020.

Es el último clavo ardiente al que se aferra Londres para intentar negociar una relación comercial definitiva con la UE antes de que sea necesario establecer cualquier tipo de control aduanero entre Irlanda del Norte y la isla. Ese es el talón de Aquiles de May, que no ha dejado de proclamar en los últimos meses que haría lo imposible por preservar la integridad territorial de Reino Unido.

Los euroescépticos se permiten el lujo de ignorar las endiabladas dificultades técnicas y políticas que afrontan Londres y Bruselas en las negociaciones. Sus argumentos son de brocha gorda. Defienden un pacto comercial a la canadiense con la UE que, aseguran, “traerá consigo el premio de un amplio abanico de oportunidades comerciales que ya existen fuera del marco comunitario y nos liberará de todas las ataduras regulatorias que ahora mismo nos imponen”. No concretan, sin embargo, qué solución podría tener el problema de Irlanda del Norte, o cuáles serían los costes económicos a corto y medio plazo de la salida a las bravas que proponen.

La clave de su empeño es mucho más prosaica. Una extensión del periodo de transición, temen, les llevaría a las puertas de las próximas elecciones generales sin haber concluido la pesadilla del Brexit. No solo supondría un electorado conservador irritado y frustrado, sino la ocasión de que el Partido Laborista pudiera hacerse con el poder y revertir o renegociar una situación que ya corre el riesgo de pudrirse.

Theresa May concentra su día a día en ganar tiempo. Regresa de Bruselas sin resultados concretos y con un mínimo margen de maniobra. No hay aún acuerdo definitivo de retirada, ni por tanto texto alguno que llevar al Parlamento británico. Su última estrategia, por lo que parece, consiste únicamente en derrotar por agotamiento al sector euroescéptico de su partido, que solo puede gritar cada vez más alto sus argumentos frente a cada nuevo giro de unas negociaciones que siguen sin despejar ninguna incertidumbre.