El hombre del Presidente electo. Foto: Cuartoscuro

El escándalo de César Yáñez –que tuvo dos episodios: primero, el de la boda; después, su aparición en la portada de ¡Hola!– fue muy amargo para los seguidores de Andrés Manuel López Obrador. Pero fue terrible al interior de Morena.

En el primer episodio, en las redes sociales hubo una defensa al derecho del colaborador más cercano de AMLO a gastar su dinero (o el de su pareja) como le viniera en gana. En el mismo instante, dentro de Morena no había esa consideración, o al menos con los miembros que yo consulté. Era una condena amarga pero cautelosa a Yáñez. Sobre todo, en ese momento, le reclamaban que hubiera arrastrado al Presidente electo a ese espectáculo de frivolidades que se veía venir desde antes, desde la llamada “mesa de regalos” en Palacio de Hierro.

En el segundo episodio, las condenas se generalizaron. Muchos simpatizantes de AMLO se unieron al reclamo y varios desde la izquierda expresaron abiertamente, en sus redes, con mayor honestidad, su extrañamiento. La portada de ¡Hola! no fue producto de un paparazzi; en cuanto circularon las páginas se confirmó que la cobertura fue pagada o al menos le abrieron las puertas a la revista.

López Obrador, como él mismo dijo, no era quien se casaba; ni siquiera él fue parte del acuerdo con ¡Hola!: no posó para la revista. Pero lo pusieron en portada no con malaleche: la nota claramente no era Yáñez, sino César-Yáñez-el-más-cercano-colaborador-de-AMLO.

Piqué por aquí y por allá en Morena y todos tenían un coraje contenido. “Así como así, [Yáñez] aprovechó de su amistad [con AMLO] para hacerse una boda de Estado, no chingue”, me dijo un próximo Subsecretario de Estado. Otro del mismo nivel me comentó, molesto: “Yáñez debería saber como nadie que eso no se hace. Su jefe está siempre expuesto a todo tipo de críticas. Él sabe qué significa ¡Hola! y toda esa frivolidad para los mexicanos y para nosotros”, me escribió. Edito un poco sus palabras. Me dijo esto: “Hicimos una campaña, y ganamos, criticando ese tipo de actitudes en el sexenio de Peña”.

Yo mismo viví tres episodios. Primero, una experimentada reportera me ofreció un texto sobre la mesa de regalos antes de la boda; le dije que aguantara, que me parecía malaleche para un individuo que ni siquiera era funcionario. Sí advertí el riesgo de que Yáñez pidiera regalos abiertamente cuando se está sentado junto a (y tiene influencia sobre) quien será –y ya es– el hombre más poderoso de México. Luego, la noche del sábado, una editora poblana también muy experimentada me dijo que la historia de las langostas, los tres vestidos de novia y los 600 invitados ya estaba en Instagram. Y así lo publico SinEmbargo, esa misma noche: de lo que se levantó de Instagram. Y luego vino ¡Hola! y la nota brincó a The Guardian y a Associated Press. Ya sabemos lo que siguió.

El domingo, sin ¡Hola! en el aire, un asesor de uno de los nuevos legisladores federales de Morena me dijo que él creía, por lo que había escuchado, que López Obrador se sintió comprometido a ir. Pero, agregó, “no sabía que se trataba de una boda de esas magnitudes”. Y ya adentro, de acuerdo a él mismo, “tenía el rostro desencajado aunque fue muy discreto para no afectar a los novios”.

–Algunos sí los van a criticar fuerte en redes –le dije. Insisto: era el domingo, un día después del zafarrancho. No había muchos detalles y como digo, no había circulado la revista. La cruda apenas empezaría.

–Lo van a criticar los de siempre. Pero no creo que pase de allí –me dijo.

No fueron “algunos” y no fueron “los de siempre”. Los dos nos equivocamos. La condena, el jueves, ya era unánime.

***

La única experiencia que conocemos sobre la reacción de un gobierno de México frente la adversidad en las redes sociales, es la de Enrique Peña Nieto. Felipe Calderón tuvo redes adversas, pero no alcanzó a sentir todo su poderío. Lo que el equipo de Comunicación Social de Peña hizo fue básicamente soltar cañonazos de billetes a un puñado de medios, supongo que para contrarrestar la caída dramática en la aceptación pública por el maltrato en redes, que fue brutal.

López Obrador ha prometido que no hará otro despilfarro como el de Peña. Pero todavía no dice cómo va a gastar el dinero para publicidad oficial, es decir, con cuáles reglas y quiénes participarán en la generación de esos mecanismos que acabarán con el abuso y el reparto discrecional.

Lo digo porque ya en pleno ejercicio, el Gobierno de AMLO se dará cuenta que tiene tres tipos de medios: los adversarios, cuyo objetivo es simplemente llevarle la contraria; los críticos, que buscarán un equilibrio y ejercerán eso, la crítica, cuando sea necesario. Y estarán los que se acomodan. Y los que se acomodan son justamente los que se llevan siempre la mayor parte de los recursos de la publicidad.

Es decir: muy pronto, frente a un escándalo mayúsculo como el de Yáñez, el equipo de Comunicación Social se dará cuenta que puede comprar el silencio de ciertos medios, los que se acomodan. Y son justamente los que se llevan el pastel de la publicidad oficial. Entonces, creo, la tentación será brutal.

AMLO hablaba el 1 de julio en la noche sobre “las benditas redes sociales”; pero la semana pasada se enteró que también pueden ser “malditas redes sociales”. O no malditas, pero sí canijas. Y que es difícil contenerlas cuando tienen los pelos de la burra –en este caso el ejemplar de ¡Hola!– en la mano.

La gran duda –y es duda porque hay pocos datos sobre qué hará el Gobierno de AMLO con la publicidad oficial– es si se dejarán vencer por la tentación de los que se acomodan, una cantidad importante de medios poderosos que podrán ofrecer silencio a cambio de dinero… como lo hicieron con Peña y con Calderón y con Fox y con Zedillo y con Salinas y con De la Madrid y con López Portillo y con Echeverría y con Gustavo Díaz Ordaz y con todos los demás antes que ellos.

Yo confío en que el Gobierno de AMLO cumplirá con su promesa de controlar y reglamentar el gasto en publicidad oficial. Pero también sé, porque no nací ayer, que se le vendrán muchas tentaciones cuando los escándalos ingobernables se le suban a la cresta, y las “benditas redes sociales” se les vuelvan malditas o, al menos, ingobernables.

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