El ruso, define el escritor ruso Vladímir Gúbarev, es un pueblo “escéptico y desconfiado” por naturaleza. Gúbarev fue uno de los primeros periodistas en cubrir el accidente de la central nuclear de Chernóbil, en 1986, silenciado y minimizado durante muchos meses por las autoridades de la URSS. “En los tiempos de la catástrofe todo el mundo decía que el poder soviético miente. No ha cambiado nada; solo ha desaparecido la palabra ‘soviético”, opina el escritor, autor de docenas de libros, artículos y guiones sobre lo sucedido en Chernóbil (Ucrania). Aquel desastre —y otros sucesos más recientes en los que la ocultación también fue una regla— marcó Rusia, reconoce Gúbarev. Ahora, en plena pandemia de coronavirus, mientras otros países viven una crisis devastadora, el equipo del presidente, Vladímir Putin, asegura que en casa las cosas están bajo control. Y que la información que indique lo contrario solo busca desestabilizar el país.

Las autoridades aseguran firmemente que las severas medidas emprendidas pronto —cierre de fronteras con los países más tocados, veto a ciudadanos chinos e iraníes, limitación de vuelos y obligación de autoaislarse si se llegaba a Moscú de un país con casos— han funcionado; de hecho muchos otros países no tardaron en imitarlas. Sin embargo, con una ratio de contagio de las más bajas ―253 personas, según las últimas cifras oficiales de este viernes, en un extensísimo país de 144 millones de habitantes―, muchos ciudadanos sospechan de la veracidad de las cifras. Y el temor de la población a otro encubrimiento y que solo se conozca la realidad cuando ya sea demasiado tarde es un riesgo para la prevención y abono para el pánico, advierte Alexéi Roshin, profesor de Psicología Social de la Universidad Estatal de Moscú.

La Covid-19 se ha presentado en un momento decisivo para Rusia, con el rublo en caída libre por la guerra de los precios del petróleo que mantiene con Arabia Saudí y en plena maniobra de Putin para garantizarse, a través de una sustancial reforma constitucional, la posibilidad de permanecer en la presidencia potencialmente hasta 2036. Decisivo y crítico. Así que algunos opositores, como Alexéi Navalni o el militar y antiguo miembro del KGB Gennady Gudkov, han acusado al Gobierno de tapar la situación para no retrasar la consulta popular prevista para el 22 de abril; el último paso de la reforma que pavimenta el camino de Putin para destronar a Iósif Stalin como el líder de más longevo en el poder de la Rusia moderna. Otros afirman que las medidas más severas llegarán pronto. Y que lo harán en un momento cuidadosamente elegido para que Putin pueda emerger después como un gran líder, proveedor y garante de la estabilidad.

Anastasía Vasílieva, presidenta del sindicato Alianza de Doctores, está convencida de que el Gobierno ha dado orden de silenciar todo lo relacionado con el coronavirus al máximo. Asegura que su equipo no cesa de recibir llamadas de alerta desde centros de salud de toda Rusia. “Las autoridades ocultan la verdad porque nunca reconocerán que no tienen recursos, que están convirtiendo las unidades de maternidad en hospitales para pacientes con neumonía, que estamos desbordados”, asegura a través de una videollamada. “La mortalidad real del coronavirus no se sabrá nunca, la consulta sobre la Constitución se celebrará en abril pese a cualquier pandemia. Solo el año próximo año, cuando analicemos las estadísticas veremos que ha aumentado la mortalidad entre los ancianos”, advierte.

Como otros especialistas, Vasílieva cree que la Covid-19 se está contabilizando en algunos casos solo como neumonía. En enero, la incidencia de neumonía aumentó un 37% en Moscú respecto al año anterior, según datos de la agencia estatal Rosstat, a los que tuvo acceso RBK. Sin embargo, las cifras de la misma patología proporcionadas por el departamento de Sanidad de Moscú son menores. Una inconsistencia que aviva la desconfianza. El jueves, después de que el alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, anunciase en las redes sociales la muerte de una mujer de 79 años infectada con el coronavirus, ingresada en un centro de la capital, la unidad operativa de reacción al coronavirus de Moscú se afanó por aclarar que no había fallecido por la Covid-19, sino que tenía patologías previas y que la causa final fue un trombo.

El jueves, el presidente ruso insistió en que las autoridades sanitarias dan toda la información y que es fiable. “No hay que creer en las diferentes falsificaciones”, pidió. “Algunos lo hacen inconscientemente y otros a propósito para sembrar la desconfianza hacia lo que hacen las autoridades federales o municipales, para causar el pánico”, zanjó Putin durante una visita a la península ucrania de Crimea. Su reacción a la crisis y lo que suceda en el país puede afectar al resultado de la consulta de abril. Un discurso de control frente a lo que se vive en otros países que repiten constantemente los medios de la órbita del Kremlin. Mientras, el regulador de medios ruso, Roskomnadzor, ha advertido de que aquellos que difundan información sobre el virus que considere falsa “estarán sujetos a las medidas más severas”, incluida la revocación de sus licencias.

La intranquilidad y el temor es visible. El coronavirus es ahora la preocupación principal de los ciudadanos, según varias encuestas; muy por delante de la reforma de la Constitución. Moscú, una ciudad de casi 13 millones de habitantes, está en alerta “alta”, se ha recomendado a la ciudadanía que trabaje desde casa y las calles están como en agosto. En todo el país se han suspendido las clases. Los museos están cerrados. El famoso teatro Bolshói, que no cesó sus espectáculos ni siquiera durante la Segunda Guerra Mundial, ha cerrado sus puertas. Y las autoridades siguen tratando de dibujar el coronavirus, que ha causado unos 10.000 muertos en todo el mundo, como algo extranjero pese a que la inmensa mayoría de infectados son rusos que habían estado de viaje. Como otra de las amenazas exteriores que Rusia, como gran potencia, enfrenta, apunta Alexéi Roshin.

“Muchos no se fían de las autoridades porque en otros muchos casos, en situaciones extraordinarias, han mentido y ocultado”, remarca el analista Alexéi Mázur. “Todo el mundo tiene en la cabeza el caso de Chernóbil. Pero más recientemente hay otros, como el atentado terrorista en un avión sobre la península del Sinaí, en 2015, que durante dos semanas definieron insistentemente como un accidente. O los últimos incidentes nucleares en instalaciones militares, donde no se ha dado a conocer nada, por poner solo algunos ejemplos”, dice por teléfono desde Novosibirsk, desde donde escribe en el medio independiente Taiga.info. De hecho, según las estadísticas, solo Putin goza de un nivel de desconfianza bajo (26,4%), mientras que el 47% de la población asegura desconfiar del Gobierno en general, según cifras de febrero de VTsIOM, el encuestador estatal.

El diputado del Partido Comunista Alexéi Kurinníy, que ejerció como médico hasta 2010 y que ahora forma parte del Comité de Sanidad de la Duma, también cree que la cifra oficial de infectados en Rusia es menor que la real. Pero apunta a otras causas más relacionadas con la ineficacia y debilidad del sistema de salud y no a intereses espúreos. “No creo que las autoridades mientan aposta, la imperfección de la metodología no permite ver la imagen completa”, comenta el diputado, que recuerda que no se está haciendo análisis a todo aquel que tiene síntomas. Además, cree que la “baja sensibilidad” de los test empleados está dando lugar a falsos negativos. “En dos semanas tendremos una situación diferente”, alerta. Una advertencia que repite el virólogo Anatoly Alstéin.

También Vladímir Karpekin reconoce tener dudas. Veterano del Ejército, fue uno de los liquidadores enviados por las autoridades soviéticas para lidiar con las consecuencias de la explosión de la central nuclear de Chernóbil. “Durante aquella catástrofe se silenciaba todo y eso llevó al pánico con consecuencias gravísimas”, dice. “No creo que se estén silenciando los casos. Quiero creer las cifras oficiales, pero la gente habla y hay mucho ruido de fondo, así que admito que me afecta”, remarca Karpekin, de 68 años, que cree que lo más importante ahora es que haya mucha información oficial abierta, comprensible y concisa. Como el veterano periodista y escritor Gubárev, que piensa que en esta ocasión para la población, sin conocimientos adecuados de medicina, “es más fácil temer que pensar“ y cree que no hay motivos todavía para ceder al pánico. “El miedo nace de la falta de información”, advierte también el antiguo liquidador, que cree que el patriotismo es más importante que nunca en estas circunstancias. Y añade: “El pueblo ruso ha vivido cosas peores y también podremos con esto. Yo veo a Putin en la televisión y no está dubitativo, sino seguro. Yo, como militar, le creo. Para él, el pueblo no es una palabra vacía”.

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