La canciller de Alemania, Angela Merkel, este miércoles, en Berlín.HENNING SCHACHT

Lo que en la política alemana hace dos semanas parecía urgente e indispensable ha dejado de serlo arrollado por el implacable coronavirus. Es decir, la elección del líder del partido conservador alemán y potencial sucesor de Angela Merkel, al frente de la cancillería durante 14 años. En aquel pasado remoto de hace un par de semanas, había mucha prisa por acelerar el proceso sucesorio y coronar a un nuevo presidente de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), tras la retirada de la aspirante Annegret Kramp-Karrenbauer. El coronavirus ha frenado en seco la sucesión y ha pulverizado los equilibrios de poder y las quinielas.

De entrada y como era de esperar, el calendario ha saltado por los aires. El congreso extraordinario del partido, previsto para el 25 de abril, en el que se elegiría al nuevo líder, ha sido pospuesto hasta que las circunstancias lo permitan. Hasta entonces seguirá al frente Kramp-Karrenbauer, que es además ministra de Defensa y que se encuentra volcada en la lucha contra el coronavirus.

Pero más allá de fechas y logística, la carrera sucesoria se ha desvanecido en cuestión de días dada la gravedad de la situación, y también por las circunstancias que rodean a cada uno de los candidatos. Uno de los dos favoritos en la carrera sucesoria, Friedrich Merz, ha dado positivo de coronavirus y se encuentra en cuarentena. Así lo anunció el pasado martes a través de Twitter, para un día después advertir de que su estado de salud empeoraba. El jueves, Merz, un hombre poco habituado a mostrar el mínimo síntoma de debilidad, anunció una mejoría y a la vez su preocupación por el impacto que el virus tendrá en la economía alemana. La vida pública de Alemania, como la de tantos otros países europeos, se apaga progresivamente con el paso de las horas y el temor a que el impacto sea devastador en el gran motor de la zona euro, que ya bordeaba la recesión antes de la crisis, resulta cada vez más fundado.

Mientras Merz convalece, un candidato oficioso y un supuesto número dos en una candidatura conjunta ha cobrado un enorme protagonismo en la gestión de la crisis sanitaria provocada por el coronavirus. Uno de ellos es Jens Spahn, el ministro de Sanidad alemán, que justo antes de estallar la crisis anunció que renunciaba a la candidatura para formar parte del equipo de Armin Laschet, el candidato más centrista. Spahn se ha convertido como titular de Salud en uno de los rostros omnipresentes durante esta crisis. Comparece continuamente ante los alemanes explicando la gravedad de la situación desde el inicio, con autoridad y competencia, y su gestión está siendo de momento muy bien recibida por la población.

Baviera
Pero ha sido Markus Söder, el jefe de Gobierno de Baviera, el político que durante esta crisis ha cobrado mayor relevancia. Baviera, con 1.692 casos de positivos, es uno de los Estados federados más afectados por la propagación del virus. Es además el primer land en el que se detectó el coronavirus en Alemania en enero. Söder se ha mostrado muy firme en esta crisis, decretando el estado de emergencia y ordenando a mediados de semana el primer confinamiento de una localidad alemana, Mitterteich, por el elevado número de contagios.

El jueves, Söder amenazó con el cierre total en Baviera ante la falta de colaboración ciudadana plasmada en imágenes que han circulado por las redes de masas de personas en el centro peatonal y comercial de Múnich. “Si la gente no se contiene voluntariamente, al final no quedará más remedio que decretar el toque de queda en todo el Estado federado”, ha advertido Söder. A la vez, ha anunciado una lluvia de 10.000 millones de euros en Baviera para paliar los estragos económicos de la pandemia. “El primer ministro bávaro se ha convertido en días en primus inter pares de los jefes de Gobierno regionales”, sentenciaba el Frankfurter Allgemeine en un editorial en el que se preguntaba quién será el Helmut Schmidt de esta crisis.

Söder es el líder de la CSU, el partido conservador bávaro hermanado con la CDU, y hasta ahora ha asegurado que su lugar está en Baviera y que no aspira a la cancillería. Pero a la vez, insiste en que quien salga elegido como líder de la CDU no se convierta automáticamente en candidato a canciller; que en ese proceso tiene mucho que decir la CSU. No sería la primera vez que un candidato de la CSU aspira a encabezar el Ejecutivo en Berlín. Josef Strauss en 1980 y Edmund Stoiber en 2002 ya compitieron, aunque sin éxito, por la cancillería alemana.

Frente a la fuerte presencia de Söder y Spahn, a Armin Laschet, el candidato continuista del legado de Merkel, se le escucha algo menos estos días. Es hasta cierto punto natural, porque el Estado federado que gobierna, Renania del Norte-Westfalia, en el oeste del país, es el que más contagios registra —3.033— y Laschet se encuentra volcado en su territorio.

Los científicos alemanes advierten de que este es solo el inicio de una crisis muy larga, que podría durar hasta dos años e infectar a diez millones de alemanes solo en los próximos meses si no se toman medidas. Ante semejante perspectiva en medio de una emergencia sanitaria sin precedentes, parece razonable pensar que la carrera sucesoria por el centroderecha alemán vuelve a estar abierta de par de par. De momento y hasta nueva orden, la ministra de Defensa, Annegret Kramp-Karrenbauer, a la que urgía desalojar cuanto antes tras el fiasco de las elecciones de Turingia, seguirá al frente del partido conservador alemán. Kramp-Karrenbauer, que este jueves explicó que ha movilizado a los reservistas, se prevé que tenga también un papel decisivo al frente de las fuerzas armadas, a medida que la crisis del coronavirus se agudice.

Merkel vuelve a la primera línea
Mientras la sucesión al partido conservador alemán se paraliza, la figura de Angela Merkel, la canciller cuya marcha definitiva está prevista para el otoño de 2021, cobra peso y estatura con el paso de las horas. Después de meses convulsos en la política nacional, en los que la canciller había pasado a un relativo segundo plano, Merkel ha vuelto a la primera línea, a liderar un país que se enfrenta a un desafío con pocos precedentes. En un momento de incertidumbre máxima como el actual, Merkel, la veterana política-científica, resulta para muchos ciudadanos balsámica. La canciller representa para muchos alemanes la estabilidad y la solidez avalada con tres lustros de gestión al frente de la gran potencia europea.

Tras unos primeros días dubitativos, salió a la palestra para advertir sin excesivos miramientos de la dimensión de la tragedia. Merkel, científica de formación, dejó a medio mundo helado con su declaración semana pasada de que entre el 60% y el 70% resultarían contagiados de no mediar una vacuna o una cura para el coronavirus. Pero la canciller es capaz de presentar con frialdad semejantes datos y a la vez transmitir una confianza y una sensación de seguridad, difícil de replicar para cualquier aspirante a la sucesión.

No obstante, el momento cumbre de la canciller en esta crisis se produjo la noche del miércoles. A las 20.15 se dirigió a la nación en un mensaje pregrabado. Muy poco dada a los discursos grandilocuentes, era la primera vez que Merkel daba el paso. Lo hacía en sus 14 años de mandato al margen de los tradicionales discursos de año nuevo. Fue un mensaje con un tono solemne y sin estridencias; con el drama justo, que ya es mucho. Explicó a los ciudadanos que ahora lo que hace falta es solidaridad y acción colectiva, como nunca antes había sido necesaria desde la II Guerra Mundial. Insistió en la necesidad de mantener la distancia social, pero no decretó ningún estado de alarma ni confinamiento.

Como política que creció en la República Democrática Alemana detrás de un muro, Merkel es muy consciente de lo que supone cercenar la libertad de movimiento y piensa que debe ser realmente la última opción. “Esto es serio. Tómenselo en serio”, advirtió Merkel sin trucos ni alardes retóricos. El excepcional formato de su aparición ejerció de por sí de potente mensaje. Solo el tiempo —días u horas en una crisis en que todo cambia a tremenda velocidad— dirá si el pueblo alemán la escuchó y obedeció.