Luis Arce, y el expresidente Evo Morales El presidente boliviano, Luis Arce, y el expresidente Evo Morales en la ceremonia aymara de Año Nuevo en junio de 2022. MANUEL CLAURE (REUTERS)

La pelea entre el expresidente Evo Morales y el presidente Luis Arce, dirigentes del Movimiento al Socialismo, MAS, el partido de gobierno de Bolivia, llegó al momento del divorcio. La facción de Morales realizará un congreso el 3 de octubre y ratificará la candidatura de su líder a la presidencia, que este ya anticipó el fin de semana pasado. Los seguidores de Arce, por su parte, tendrán una reunión 15 días después. Finalmente surgirán dos MAS: un dolor de cabeza para el Tribunal Electoral, que deberá definir cuál de ellos es el legal.

La escalada del conflicto interno ha sido imparable desde que comenzaron los primeros roces entre Morales y Arce, a fines de 2021. La causa de fondo de estas asperezas era que el presidente boliviano cumplía su deseo de gobernar con independencia de su mentor, quien lo había designado para la candidatura de 2020. Tras ganar las elecciones, Arce declaró a este periódico que “en el Gobierno [Morales] no tendrá ninguna participación”. Y enfatizó: “No vemos que lo que pueda hacer o decir el compañero Evo vaya a afectarnos… La pelota está en nuestra cancha”. Esta voluntad de independencia llevó al presidente boliviano a proyectarse como un competidor de Morales por el liderazgo de la izquierda en el país. Inició este camino rechazando las arremetidas del “compañero Evo” contra sus ministros de Gobierno, Eduardo del Castillo y de Justicia, Iván Lima, que son de primera importancia en la operación gubernamental, y que Morales considera “derechistas”. En las múltiples acusaciones que el expresidente realizó contra estos ministros se puede detectar su preocupación porque ejecuten un “plan negro” contra él, que lo inhabilite para cumplir el objetivo que concibió al día siguiente de caer derrocado en 2019: volver al poder. Este temor continúa ensombreciendo el ánimo del líder indígena.

Puesto que en Bolivia existe reelección, Arce también proyectó su liderazgo hacia un posible nuevo periodo presidencial. Esto era crucial para sus colaboradores, pues si otra persona ascendiera a la presidencia, ellos quedarían marginados. El MAS no es un partido institucional, sino personalista. Durante décadas, Morales fue el personaje central, pero la imposibilidad de que siguiera en el poder por más tiempo, tras gobernar 14 años y generar una crisis política por su deseo reeleccionista, obligó a reemplazarlo y esto creó las condiciones del cisma.

El “espíritu de cuerpo” que se formó en el Gobierno de Arce, que incluyó al vicepresidente David Choquehuanca, antiguo rival de Morales, así como el discurso de “renovación” dentro del MAS que estos políticos impulsaron, condujeron al “líder histórico” a chocar cada vez más fuertemente contra sus compañeros. Consideró la propuesta de renovación como “traición y división” y sugirió que el MAS no podía concebirse “sin Evo”. Promovió una reforma del estatuto del partido que bloquea la candidatura de Luis Arce en 2025, pues exige una militancia de más de diez años que este no cumple. Además, el estatuto proclama a Morales “líder nato” del MAS. La constitucionalidad de este artículo está en revisión por parte del Tribunal Constitucional.

En 2022, refiriéndose implícitamente a Arce, el expresidente declaró que se equivocaba la “autoridad” que pensara que “llegó al cargo por su supuesta fama o mérito personal y no por el acompañamiento, la lealtad y el compromiso orgánico del MAS”. Ulteriormente, en 2023, señaló que su partido “no está en el Gobierno”. Al mismo tiempo, comenzó a ser menos claro quién podía hablar a nombre del MAS, porque los “arcistas” lograron la adhesión de una importante cantidad de dirigentes sindicales, lo que es relevante a causa de que este partido es un conglomerado de sindicatos y organizaciones indígenas. Según los “evistas”, la relación de estos dirigentes con sus rivales está mediada por “la prebenda y la corrupción”. Para el oficialismo, el movimiento de trabajadores ha comprendido que Evo Morales se mueve por “intereses personales”.

El reciente anuncio de que este será candidato no sorprendió a los bolivianos, que están familiarizados con la personalidad política de su expresidente, pero acabó con las conjeturas sobre una alternativa de reconciliación de los polos. Al prescindir Morales de las elecciones primarias intrapartidarias que él mismo introdujo en el sistema electoral boliviano, no queda ninguna opción para dirimir de forma unitaria cuál de los dirigentes enfrentados debe continuar a la cabeza. Algunos creen que este reencuentro era imposible de todas maneras.

Los voceros del Gobierno ven a su excompañero y ahora activo opositor “desesperado” por evitar que la política boliviana transcurra “sin Evo” en el corto, el mediano y el largo plazo. Aunque ha realizado declaraciones contradictorias al respecto, la advertencia de Morales de que hará política “hasta la muerte” se toma muy en serio en el país.

La oposición política externa ha descargado sus municiones contra el anticipo de candidatura. “Evo Morales pretende volver a gobernar a un país que ya le dijo no”, señaló Zvonko Matkovic, presidente de la Asamblea Legislativa de Santa Cruz. “Los bonos soberanos bolivianos cayeron tras la noticia de su candidatura, porque Morales está asociado a un modelo económico y político que ha caducado”, declaró a una televisión otro dirigente opositor, Samuel Doria Medina.

Para Morales, estos “ataques de la derecha” coinciden con los del Gobierno en “oponerse a esta candidatura promovida por el pueblo”. Aseguró haber recibido “aliento sincero, militante y comprometido” de sus bases, que, según él, lo “obligaron” a dar este paso.