Dos llamas en la región de Tarapacá (Chile). SANTIAGO URQUIJO ZAMORA (GETTY IMAGES)

Desde pequeño, Rolando Manzano (Arica, 35 años) solía viajar en sus vacaciones desde la nortina ciudad chilena de Arica hacia el altiplano chileno. Allá, en General Lagos, la comuna donde se unen las fronteras de Chile, Perú y Bolivia, acompañaba a su abuela paterna, Concepción Butrón, aymara de nacimiento, a pastorear. El día empezaba a las 5 de la mañana y el clima era implacable: llovía con frecuencia, las temperaturas no pasaban de los 10º grados y el paisaje era seco y semidesértico. Tampoco había agua potable ni alcantarillado y se cocinaba siempre a leña. A Rolando no le gustaba ese tipo de vida, iba obligado cada verano, pero disfrutaba con las llamas y alpacas que criaba su abuela.

Apenas salió del colegio dejó el norte y partió a estudiar Medicina Veterinaria a la Universidad de Concepción, en la Región del Biobío, en el centro sur de Chile, desde donde empezó a observar con mayor interés a los camélidos. Tenía 25 años y estaba a punto de terminar su tesis cuando su abuela murió. Así fue como regresó al norte y se hizo cargo de los pocos animales que todavía tiene su familia en General Lagos. Hoy Manzano lidera la Red de Ganaderos y Ganaderas de Camélidos Sudamericanos del Territorio Biocultural Andino, que componen 12 comunidades y asociaciones indígenas de la zona.

Así como Rolando, hay otros jóvenes que está regresando a sus tierras, y a sus orígenes, para recuperar una actividad que hasta hace pocos años atrás iba camino a desaparecer. La masa de camélidos en el norte grande chileno ha ido menguando con los años. Si en 2007 el Censo Agropecuario cuantificó 48.989 llamas en territorio nacional, concentradas principalmente en las regiones más al norte del país sudamericano, en el censo de 2021 éstas eran menos de la mitad, 20.857. Las alpacas corrieron similar suerte: en 2007 eran 26.147 y para 2021 solo se contabilizaban 16.707. Asimismo, las zonas donde se realiza esta actividad ganadera, casi siempre en lo alto de la cordillera de Los Andes, se han ido despoblando. Sus habitantes prefirieron migrar a las ciudades en busca de mejores condiciones de vida, que no siempre encuentran, y de paso, fueron dejando las fronteras vacías, abandonadas, a merced de la inmigración ilegal y la trata de personas.

Es esa nueva generación que hoy regresa a las tierras de sus antepasados, la que está dinamizando esta actividad. En 2021, con la ayuda de Servicio País de la Fundación para la Superación de la Pobreza, se creó la primera mesa de trabajo que hoy reúne a ganaderos de las comunidades andinas aymaras, quechuas, likanantay y kollas, herederas de esta práctica ancestral. A partir de esa experiencia se creó la primera Red de Ganaderos y Ganaderas de Camélidos Sudamericanos del Territorio Biocultural Andino, que lidera Rolando Manzano y que hoy agrupa a 180 personas que se dedican a esta actividad en cuatro regiones del Chile. Fue esta instancia la que empujó para que el 9 de mayo pasado el Servicio Nacional del Patrimonio y la Cultura chileno consagrara a la ganadería camélida como patrimonio inmaterial del país sudamericano. Precisamente, a raíz de ese reconocimiento, la semana pasada se realizó en la ciudad de Arica, en la frontera norte de Chile, el primer Congreso Internacional de Ganadería Camélida, que contó con la participación de representantes de esta actividad de Bolivia, Argentina y Perú, además de Chile, quienes compartieron prácticas y experiencias de políticas públicas de fomento hacia este sector.

Parte importante de la agenda de la red chilena es el trabajo que realiza en conjunto con el Ministerio de Agricultura chileno, comandando por Esteban Valenzuela, del partido Federación Regionalista Verde Social, además de agencias estatales y universidades, para presentar un proyecto de ley de fomento a la ganadería andina que permita tener fondos de desarrollo estables para esta actividad. También coordina iniciativas específicas, como la habilitación de infraestructura que permita el desarrollo de la actividad, entre ellas mataderos y redes de agua.

Las actividades productivas de la ganadería camélida andina van desde la producción de carne y sus derivados culinarios como el charqui, la fibra y sus procesos artesanales textiles y el turismo. Pero también, acota Manzano, hay otras dimensiones clave para el país: “Tenemos cientos de kilómetros de frontera con Bolivia y Perú en el altiplano que hoy están despoblados, sobre todo por el fenómeno migratorio hacia las ciudades. Fomentar la ganadería andina permite mantener esas fronteras vivas”.

Otro elemento es el cambio climático. “La cantidad de metano que liberan los camélidos es mucho menor que la de los rumiantes. Por eso para muchos expertos esta es la ganadería del futuro, porque a pesar de que viven en lugares súper inhóspitos se adaptan y son capaces de producir carne de buena calidad, con altas concentraciones de hierro y bajo colesterol”, explica Rolando Manzano.

Pero también el pastoreo y la crianza de llamas y alpacas tienen que ver con tradiciones propias de las comunidades indígenas del norte del país que están empezando a desaparecer en la medida que las poblaciones de las zonas altoandinas envejecen.

Ximena Anza tiene 50 años y ha vivido toda su vida en Caspana, en la zona andina de la Región de Atacama. En ese sector, la población de camélidos es menor que en las regiones más al norte de Chile, pero para ella y su comunidad indígena Licanantay, de la que es dirigenta, la relación con los camélidos va más allá de un vínculo productivo. “Tenemos tradiciones y costumbres que han ido desapareciendo, como el enfloramiento de ganado, se le ponen flores a las orejitas de las llamas y se hacen ceremonia”, cuenta Ximena, quien lidera la mesa regional de Atacama en la red de ganaderos. Por lo mismo, parte importante de su trabajo es apoyar el proyecto de ley que proteja el ganado camélido. “Vamos quedando pocos, los que quedan son adultos mayores y las prácticas han ido cambiando o anulándose. No hemos sido capaces de transmitir a las nuevas generaciones la importancia del respeto y el buen vivir y tenemos una tarea pendiente, así nos mandataron nuestros antepasados”, señala.

“El traspaso de conocimientos es muy importante”, acota Rolando. Y dice: “Yo envidio a los que tienen a sus abuelos vivos, para mí esto ha sido una oportunidad de retomar mis orígenes indígenas, pero me di cuenta tarde, cuando uno está lejos de su casa aprende a valorar las cosas”.