Una mujer vende arroz en el mercado de Wukurum, en Makurdi, Nigeria, en diciembre de 2019. AFOLABI SOTUNDE (REUTERS)

Elheri, de 43 años, comienza su jornada a las dos y media de la mañana. Prepara el hornillo en la que cocina el akamu (un cereal de maíz nigeriano) y los ingredientes para el akara (pasteles de judías fritos en aceite). A las cinco de la mañana, esta pequeña emprendedora está lista para un viaje de una hora a Maitama, un barrio acomodado de Abuja, donde fríe el akara y lo vende con platos de akamu. Cuando las ventas terminan alrededor de las 11 de la mañana, Elheri cierra su negocio y regresa a casa a dormir. Sin embargo, el día no termina ahí, ya que debe levantarse a las cuatro de la tarde para preparar los ingredientes del día siguiente. A continuación, trabaja hasta las nueve de la noche, alternando sus tareas comerciales con el cuidado de sus hijos. A las dos y media de la madrugada comienza un nuevo día.

Frente a los obstáculos habituales en una sociedad patriarcal, el espíritu empresarial suele servir a las mujeres de África Occidental como una alternativa eficaz para su independencia económica. A modo de comparación, mientras en Europa menos de un tercio de las empresas son propiedad de mujeres, en Nigeria esa cifra representa el 43%, según el Informe 2021 sobre el Estado del Espíritu Empresarial en Nigeria.

Sin embargo, estas cifras no están exentas de sacrificios. Aparte del trabajo doméstico no remunerado, es común que las mujeres tengan uno o dos empleos de jornada completa y lleven las riendas de un negocio aparte. Es decir, las apretadas agendas de las mujeres les dejan poco o ningún tiempo para ocio y menos aún para la formación personal que apoye el crecimiento de su negocio.

Los estereotipos, el sesgo, las expectativas y las normas socioeconómicas y culturales, como la imposibilidad de las mujeres de poseer tierras, hacen que las grandes inversiones empresariales sean una carga, ya que todo debe financiarse desde cero

Antes de la época colonial, en múltiples sociedades africanas tradicionales, las mujeres eran las que apoyaban económicamente a los hombres. En el pueblo kofyar, por ejemplo, las mujeres eran comerciantes exitosas, lo que permitía la liquidez de sus activos financieros. Así, mientras la riqueza de los hombres estaba ligada a sus tierras, las mujeres solían servir de prestamistas a sus comunidades.

Así lo refleja Christine Fray en su investigación Las mujeres en el África Occidental tradicional: Un estudio de su posición económica y su papel (Women in Traditional West Africa: A Study of Their Economic Position and Role).

Si nos vamos a los años 60 y 70, nos encontramos con el famoso caso de las Nana Benz en Togo, que dominaron la venta de textiles en la región durante la época y son todo un referente para las mujeres comerciantes. Su nombre se debe a los coches de lujo que conducían y se calcula que el 40% de los negocios comerciales de Togo durante este periodo estaban en sus manos. En consecuencia, este grupo de empresarias soportó la carga económica de la nación durante una época marcada por grandes déficits presupuestarios, contribuyendo desde el 13,4% del PIB en 1973 hasta el 39,6% en 1979.

Mientras que en Europa menos de un tercio de las empresas son propiedad de mujeres, en Nigeria esa cifra representa el 43%
Informe 2021 sobre el Estado del Espíritu Empresarial en Nigeria

Inimfon Etuk, fundadora de She Forum Africa, una ONG que ofrece asesoría a mujeres y niñas para el desarrollo integral y el avance económico, considera que las mujeres africanas se enfrentan a otros obstáculos para ampliar sus negocios. Señala que “no hay muchas facilidades de financiación para apoyar el crecimiento de las empresas más allá de la fase de startup, y es aquí donde la mayoría de empresas dirigidas por mujeres necesita más ayuda para financiar la expansión”.

Estas barreras a la inversión suelen tener su origen en prejuicios basados en los roles de género. “Los estereotipos, el sesgo, las expectativas y las normas socioeconómicas y culturales, como la imposibilidad de las mujeres de poseer tierras, hacen que las grandes inversiones empresariales sean una carga, ya que todo debe financiarse desde cero, lo que limita su capacidad de aportar los habituales bienes inmuebles como garantía para los préstamos empresariales”, agrega Etuk.

Incluso en la capital de Nigeria, Abuja, algunos propietarios se niegan a alquilar propiedades a las mujeres, sobre todo si son solteras. Etuk añade: “Irónicamente, las mujeres casadas tienden a recibir más consideración para los préstamos que las que no lo son. La creencia es que un cónyuge apoyará a su mujer en la gestión del proceso de préstamo, frente a una mujer soltera que no tiene ese respaldo”.

Debido a esta situación, están surgiendo iniciativas para ayudar a las mujeres. La fundadora de She Forum Africa observa un aumento de las instituciones que promueven programas de capacitación dirigidos al sexo femenino. Explica que, “las mujeres pueden beneficiarse de estas oportunidades, aprendiendo habilidades interpersonales como la comunicación, el liderazgo, la confianza en sí mismas, el marketing, la negociación y el networking”.

No obstante, para la mayoría de las mujeres, el acceso a la formación y a la financiación sigue estando lejos de su alcance. Elheri, como muchas otras, depende de sus escasos ahorros para financiar su sueño de abrir una tienda de akara. Pero como varias empresarias africanas que le precedieron y lo lograron a pesar de las aguas turbulentas, la tenacidad de Elheri es su baza para prosperar.