Llegó la hora de la sociedad civil

David Guillén Patiño | Palabras Mayores

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– Evidentemente, agoniza el anquilosado sistema de partidos políticos.

La ruina que aparentemente significó para el PRI la batalla electoral en el Estado de México esconde una contundente realidad: el juego político del país, como hasta ahora lo conocemos, alcanzó su punto de quiebre. Buena noticia.

Esto aplica también para la contienda en Coahuila, donde la alianza que encabezó Manolo Jiménez habría consumado el más grande fraude que jamás haya ocurrido en la entidad, con la compra de entre 150 mil y 200 mil votos, y la implantación de un terrorismo electoral que terminó por ahuyentar a más del 4% de los electores.

Ante estos graves hechos, por lo menos cuatro actores políticos han preferido guardar silencio: el candidato de Morena, Armando Guadiana Tijerina; el líder nacional de ese partido, Mario Delgado Carrillo; el dirigente del PAN en el país, Marko Cortés; y el propio presidente Andrés Manuel López Obrador.

La manipulación de la opinión pública ha sido de tal magnitud que casi no trasciende la especulación, más o menos sustentada, de que, en lo que se refiere al Estado de México, habría ganado el Revolucionario Institucional, a base de montarse en la privilegiada posición de un Morena, previamente secuestrado. Así, de ese calibre.

Aunque las elecciones de Coahuila fueron consideradas por la élite partidista como parte de un mismo plan, la jugada en esta entidad presentó ciertas variantes.

El triunfo del abanderado oficial a gobernador se gestó desde que el PRI impuso, por tercera ocasión, a su siempre bienquerido soldadito de carbón Armando Guadiana como candidato de Morena al mismo cargo.

Siguiendo las instrucciones de Alejandro Moreno y otras figuras cupulares, el líder nacional del partido presidencial no tuvo empacho en participar de este enjuague.

Ello explica por qué se niega a mostrar el método y los resultados reales de la encuesta interna de selección, practicada por su propia firma encuestadora, mediante la cual hizo candidato ipso facto al senador muzquense.

“Todo estuvo arreglado desde las cúpulas”, reza la versión generalizada, misma que Dante Delgado, líder nacional del partido MC, acaba de confirmar: “En el estado de Coahuila –denunció– hubo un acuerdo político del presidente de la república”.

El dirigente comparte la idea de que “el candidato que mayor potencial tenía, por ser disruptivo, era Mejía Berdeja, y no lo seleccionan a él”.

Considera que las razones políticas de tal exclusión tienen que ver con el hecho de que el excandidato del Partido del Trabajo “tiene otro tipo de vínculos dentro de su propio equipo” que habrían puesto en riesgo el proyecto de Andrés Manuel López Obrador, ocupado en las elecciones de 2024.

Algo que permite corroborar la simulación de Morena en la entidad son las reveladoras palabras de Guadiana Tijerina al presentar sus conclusiones como pseudo candidato, las que a continuación transcribo:

“Yo tengo un buen concepto de Manolo Jiménez, lo conozco desde muy jovencito, sobre todo conozco a su madre, que es una gente muy capaz, a Liliana Salinas, conozco a toda la familia”.

“Entonces yo por eso no hablé –confesó–, lo estoy diciendo, de detalles en los debates, porque no quería yo entrar en cosas, en temas de ese tipo, y lo hablé en forma genérica”.

De esta afinidad política, social y hasta empresarial, se puede colegir que, tal como lo sugirió Dante Delgado, el único enemigo a vencer por parte de la alianza PRI-PAN-PRD y de su tentáculo denominado Morena, fue el abanderado del PT, Ricardo Mejía Berdeja, quien en tal virtud tuvo la ventaja de marcar la agenda de campañas.

Por esta y otras realidades, el ciudadano común del Estado de México, como de Coahuila y, en general, de todo el país, estaría hoy exigiendo “¡fuera máscaras!”.

Las siglas y colores ya no significan nada, excepto para sus inventores y los incautos atrapados en el fanatismo partidista y la mercadotecnia política.

Morena, institución relativamente nueva, a la que le tomó por sorpresa la responsabilidad de gobernar, no es lo que originalmente dijo ser. De lo que fue en Coahuila, solo se conservan sus siglas y sus documentos básicos, que para nada interesan a su nueva militancia multicolor.

Su cabecilla, Diego del Bosque, pasará a la historia si acaso como paje de un priista consumado: Armando Guadiana, quien, obsesionado con segregar a los auténticos morenistas, no deja de sujetar los hilos de la marioneta guinda.

Dicho de otra manera, los postulados de Morena seguirán siendo un cero a la izquierda mientras el control de la organización esté en manos de individuos que sirven a los intereses del círculo de poder político de siempre.

Si logramos reconocer al menos esto último, habremos entendido todo, incluso la razón por la cual muchos de sus miembros, al no encajar ya en esa prostituida organización, buscan consolidar un nuevo movimiento.

Pero si bien aspiran legítimamente a convertirse en partido político para poder contender en los próximos comicios, estos “rebeldes con causa” deberán demostrar que su cometido va más allá de siglas y colores.

De no ser así, pasarían a ser un componente más del decadente sistema político electoral que tanto daño ha hecho a los coahuilenses y al país. Para muestra, un botón: Morena.

Al nuevo Movimiento Coahuilense, como pudo haber sido cualquier otro levantamiento ciudadano, le tocó revelarnos que llegó la hora de la sociedad, cuya crisis de líderes genuinos también parece haber terminado.

Es un buen momento para capitalizar, sin dilación alguna, el desencanto expresado por un amplio sector de la población durante la pasada campaña: más de 1.6 millones (casi 70%) de electores no votaron por la llamada “alianza maldita”.

Vale insistir en que, más allá de partidos, alguien debe llevar a buen puerto las demandas de un pueblo ávido de gobiernos honrados y eficaces que saquen del rezago a la entidad y la rescaten de la despiadada rapiña de que es objeto.

Estoy convencido de que estas metas no parten de una idea romántica, mucho menos de un ideal utópico.

El hecho es que quienes hoy se reparten el botín electoral no son la respuesta que la gente busca. Más que una coalición de partidos, se trata de la misma clase política reagrupada, una gavilla representativa de los eternos depredadores del erario.

En ese contexto, una de las novedades de estas elecciones es que el Partido Acción Nacional, otrora enemigo acérrimo del Revolucionario Institucional, cayó al cuarto lugar del ranking electoral, signo de que su dirigencia estatal dejó de encabezar con lealtad a su propia militancia, cuyos votos de castigo no se hicieron esperar.

Ahora, esos sufragios, junto con otros, estarían del lado del nuevo movimiento social que nos ocupa, cuyo número de adherentes creció exponencialmente, dando oxígeno a un partido que ya no figuraba en Coahuila: el PT, que, a última hora, acudió al llamado de Morena, con motivo de la próxima batalla presidencial.

Es evidente que la fuerza popular que se abre paso entre las opciones partidistas ha sabido leer el enfadado desencanto de la población coahuilense.

Será por eso que la cabeza visible de esta fuerza ciudadana, Ricardo Mejía Berdeja, es hoy el centro de atención del gobernador Miguel Ángel Riquelme, quien amenaza, un día sí y el otro también, con iniciarle un proceso judicial por atentar contra la ya de por sí deteriorada imagen de la policía estatal.

Todo indica que Riquelme Solís desea dejar a su sucesor, Manolo Jiménez Salinas, un escenario libre de sobresaltos para, con las manos libres, dar continuidad a la línea de gobierno establecida por Humberto Moreira hace casi dos décadas.

Lo que el mandatario no ha sopesado bien es que su eventual demanda es un simple juego de niños, en comparación con las impugnaciones a la elección que preparan, por un lado, Ricardo Mejía, y por otro, el senador suplente Reyes Flores Hurtado, quienes para el caso ya tienen reunidas, en conjunto, más de 180 pruebas contundentes, relacionadas con viejas prácticas ilegales, como las siguientes:

“Operación carrusel”, compraventa de votos, amenazas de desemplear a burócratas que se negasen a entregar cada uno cuando menos 20 credenciales de elector, encuestas “cuchareadas”, apertura de “casas amigas”, acarreos, creación de una página de internet para verificar que la gente comprobara que votó por el PRI, levantones, secuestros, encarcelamientos ilícitos.

A lo anterior se agrega la “Operación Ratón Loco”, la entrega condicionada de despensas, arrestos exprés de alcaldes (para disuadirlos), publicación y distribución de propaganda negra, allanamiento de moradas, decomiso ilegal de celulares y hasta balazos. Se trata de un terrorismo electoral que Miguel Ángel Riquelme, el IEC y la policía estatal habrían implantado el pasado 4 de junio en Coahuila.

Por lo demás, todavía no sabemos cuándo, ni cómo, pero las semillas del cambio en Coahuila darán el fruto esperado, toda vez que ya tocaron tierra fértil.

Sea con Ricardo Mejía Berdeja o con cualquier otro adalid inspirado en la visión y coraje de Zaragoza, Madero o Carranza, un ejército de 178 mil 888 ciudadanos está listo para entrar en acción… En lo dicho: la hora de la sociedad civil ha llegado.