Piscina exterior del balneario Walliser Alpentherme Burgerbad & Spa Leukerbad, en Suiza, con la montaña Gemmi como telon de fondo. CARMA CASULÁ

El valle glaciar del Ródano, el único río que conecta el Mediterráneo con la Europa del Norte, ha ejercido de auténtica autopista de comunicación desde la Antigüedad. Por ella se han intercambiado todo tipo de mercancías, ejércitos y viajeros, y las legiones romanas la consolidaron como estratégica ruta comercial al tiempo que al atravesar los Alpes introdujeron la cultura del vino en Suiza.

Así que no es difícil imaginar —cuando no estaban guerreando o trazando inmortales obras de ingeniería— su disfrute de las excelencias culinarias y de las aguas termales que afloran en el corazón del que hoy es el parque natural Pfyn-Finges, en la margen derecha del alto Ródano, considerado de importancia nacional por su extraordinaria variedad de flora y fauna y su alto valor paisajístico, con una diversidad territorial y climatológica llevada al límite. En poca distancia se pasa de los 600 a los 3.000 metros de altitud, del clima suave de sus humedales fluviales y laderas soleadas tapizadas con los viñedos más altos del viejo continente a altas cimas donde conviven las aguas termales con las glaciares.

Su puerta de entrada es la pequeña y pujante ciudad medieval de Leuk (3.700 habitantes), aposentada entre terrazas con vides y frutales sobre el Ródano. El casco histórico que huele a barrica y a tradición se levantó en torno al conjunto del castillo Viztumschloss (siglo XI), actual ayuntamiento, y del palacio episcopal Bischofsschloss, reconocible por su cúpula de cristal de Mario Botta, el mismo gran arquitecto suizo que proyectó en el cercano macizo de Les Diablerets la estación Glacier 3000 y su icónico puente colgante Peak Walk.

Entre nobles casonas solariegas despunta la iglesia de San Esteban (siglo XV), que además de pinturas murales esconde la capilla Beinhaus, un osario descubierto en 1981 por unas obras que desenterraron una auténtica escenografía de calaveras dispuestas ordenadamente y esculturas en piedra de los siglos XIII al XVI entre los restos de una edificación romana precedente.

Desde aquí se abre la soberbia garganta del valle que lleva a Leukerbad, con las últimas vides y pequeños núcleos de casas y graneros de madera tan clásicos de la arquitectura popular de alta montaña. Entre los claros ganados al tupido bosque se encuentran las aldeas de Inden y Albinen, con estrechas calles para resguardarse de las inclemencias del tiempo. Y si alguien se siente seducido, los apenas 250 habitantes de este último aprobaron en 2017 como iniciativa para frenar la despoblación pagar a cada persona que se mude a su localidad 25.000 francos suizos (unos 25.200 euros), y otros 10.000 francos suizos adicionales por cada niño; eso sí, con una permanencia de al menos 10 años.

Desde aquí se llega al circo glaciar de Leukerbad, la localidad de 1.500 habitantes emplazada en una espectacular caldera geotérmica rodeada de bosques y al abrigo de la escarpada pared rocosa de la montaña Gemmi. Un destino donde se multiplican las ofertas de deportes de nieve y caminatas insuperables convertida en el balneario alpino de referencia del wellness, o bienestar, y de la sanación natural. Porque bajo estas cumbres cubiertas de hielo y nieve se encuentran grandes bolsas de agua termal de las que brotan nada menos que 3,9 millones de litros diarios a 51 °C por sus 65 fuentes. Unas aguas fuertemente mineralizadas con altas proporciones de calcio, sodio, estroncio, hierro o flúor, entre otros, que las hace especialmente idóneas para dolencias de huesos y articulaciones, nervios y piel. Son aprovechadas en balnearios y modernas clínicas como Walliser Alpentherme Burgerbad & Spa Leukerbad, que entre sus piscinas tiene una al aire libre con la pared rocosa de telón de fondo, convertida en una de las imágenes icónicas del país. O Leukerbad Therme, el complejo termal más grande de los Alpes, que de noche con su propuesta Aqua Mystica se convierte en un jacuzzi bajo las estrellas, con juegos de agua y efectos de luces y música entre nubes de vapor por el contraste con el gélido ambiente.

Los balnearios son la principal seña de identidad de este destino correteado por venas de agua. Por las calles de la zona antigua, con casas de elaboradas fachadas de escamas o plumas de madera, como criaturas de alguna fábula, y rematadas con ventanas decoradas con muñecos y cortinas de encaje, pasearon Julio Verne, Picasso, Goethe, Mark Twain, Herbert von Karajan o el mismísimo Lenin.

Cerca de su plaza parte el sendero que lleva a la garganta Dalaschlucht, donde las aguas calientes del río Dala discurren en su estado natural. El camino está diseñado y mantenido por el propio gremio Thermalquellen (Aguas Termales) y solo está abierto al público de mayo a octubre, siempre que lo permita el tiempo, como tantas otras rutas.

Dos teleféricos comunican el pueblo con sus dos cimas, que se alzan frente a frente: Torrent (2.998 metros), muy popular entre los amantes del esquí por sus 55 kilómetros de pistas, y Gemmi (2.350 metros), para el esquí de fondo. Y siempre con impresionantes vistas a varios cuatro miles, como el conocido Matterhorn o Monte Cervino; el vecino de enfrente al otro lado del Ródano es el valle que lleva a Zermatt.

El trayecto hasta el histórico paso de montaña Gemmipass se hace en pocos minutos y permite ver la trayectoria casi vertical y en zigzag del antiguo sendero mulero y también la vía ferrata Gemmi Daubenhorn, una de las más largas y exigentes de Suiza.

Encaramada en lo alto, la plataforma colgante panorámica de Gemmi, una balconada romboidal de acero y cristal suspendida sobre el precipicio con unas vistas de infarto, sobrevuela Leukerbad, a 920 metros bajo nuestros pies. Desde aquí parte un sendero circular que bordea el lago Daubensee helado con su gran manto de nieve. También para los excursionistas de invierno se mantienen abiertos los nueve kilómetros del camino hasta Sunnbüel (dos horas y media), si el tiempo y el azote del viento lo permiten. Al albergue de montaña de Sunnbüel se ha sumado el panorámico café-restaurante Gemmi Lodge 2350, donde mimar también el paladar. Y es que todos los espacios dentro de los 277 kilómetros cuadrados del parque natural Pfyn-Finges están comprometidos en “conservar y valorizar los paisajes culturales y naturales tradicionales, promover y perpetuar el desarrollo sostenible de la economía, sensibilizar y formar a sus habitantes y productores”, según se lee en la web de este espacio protegido. Por ello, a su propuesta natural se suma, para deleite y placer del viajero, la gastronómica, en restaurantes y cantinas, privilegiando la amplia variedad productos locales de temporada que produce su paisaje único. Desde baguettes elaboradas con harina de pepitas de uva a jugos de pera y manzana, mermeladas de cereza, saúco o ciruela, quesos, tisanas, vinos y licores, artesanías y otros artículos que se pueden comprar en la calle principal (Kirchstrasse) de Leukerbad o directamente a sus productores.

Al caer los últimos rayos de sol, tras la actividad deportiva, llega el momento del relax en sus cálidas aguas termales. El silencio de la montaña se rompe solo en sus animados pubs, en horario suizo para reponer fuerzas para la jornada siguiente.