La biblioteca del hotel Mandrake, en Londres. MANDRAKE HOTEL

El hotel The Mandrake emerge como una selva de vegetación en mitad de Fitzrovia, barrio londinense enclavado entre Marylebone y Bloomsbury (justo al norte del Soho) en el que no escasea ni la creatividad ni la ausencia de bullicio. Ubicado en un antiguo bloque de oficinas victoriano que mantiene en crudo todo su diseño arquitectónico gracias a Manalo & White Architects, The Mandrake es casi un ecosistema propio, un laberinto de habitaciones con una ecléctica mezcla de piezas antiguas e infusiones sensoriales. Porque lo que hace único a este hotel es, precisamente, como huele.

El artífice de todo esto es Rami Fustok. Con aspecto de estrella de rock y nacido en Líbano en el seno de una familia creativa (su madre es la escultora Bushra Fakhoury; Male, su hermano, es pintor, y su otra hermana, Tala Fustok, es la interiorista que ha firmado la decoración del hotel), Fustok es coleccionista de arte y ha escogido las obras que pueblan el establecimiento. The Mandrake es su primer proyecto y ha sido un éxito, afirma, a pesar de haber roto con todos los convencionalismos sobre cómo se supone que tiene que ser un hotel.

Aires selváticos: vista general del patio del hotel Mandrake.
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El restaurante Yopo, en el hotel Mandrake.
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“En primer lugar, he huido del minimalismo, del estilo nórdico, de los lugares sin alma, corporativos e impersonales. He pasado toda mi vida en hoteles y pienso que algo se ha perdido en el camino, por eso he intentado llenar ese hueco y apostar por la creación de un espacio maximalista y multisensorial”, afirma el emprendedor sobre un hotel que unas veces parece una lujosa fantasía gótica y otras, un sugerente piso de soltero. The Mandrake abrió sus puertas en 2017 y “es una extensión de mi carácter”, según Fustok. “Cuando alguien me dice que no recuerda si ha estado hospedado, le respondo al instante: ‘No, no has estado”.

Terrazas exteriores y pasarelas que conducen a las habitaciones se articulan en torno a un patio central, un núcleo selvático plagado de vegetación y enredaderas que se vierten en cascada por el atrio desde los niveles superiores, mezcla de jazmines, flores y dos helechos centenarios de Tasmania que se exhiben en la planta baja. Los interiores son acogedores y opulentos: hay piezas adquiridas en los mercados de antigüedades de Londres y París que plagan las suites de terciopelos, dorados y líneas sensuales. Hay colorido, pero también cortinas oscuras y camas envueltas en telas ricamente plegadas, al estilo beduino. Todo, trufado de esculturas surrealistas de Bushra Fakhoury.

La ‘suite’ Newman del hotel Mandrake.
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¿Una lujosa ruina? Vista del ‘lobby’ del hotel Mandrake, con la recepción al fondo.
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Las obras de arte de la colección privada de Fustok, entre las que hay piezas de Jonas Burget, se alternan con máscaras rituales, cantos a la fertilidad o cristales que parecen lágrimas (”o gotas de semen”, apunta Fustok). En el vestíbulo, The Haunted Chandelier, una lámpara gótica creada a medida por la joyera convertida en diseñadora de mobiliario Laura Bohinc, comparte espacio con la escultura Soul of a man, del peluquero Masciave. Esta es una de las piezas más desconcertantes del hotel: está hecha con 200 metros de pelo humano.

Los ojos son otra constante en el arte que el libanés expone en The Mandrake, desde el logo hasta los cuadros que inundan las diferencias estancias, escaleras y restaurantes. “También nos guían”, apunta Rami. El interior del hotel consigue, además, una cualidad vibrante gracias a los paisajes sonoros confeccionados a medida por el ingeniero de sonido Pierre-Arnaud Alunni.

¿A qué huele aquí?
Uno de los puntos fuertes de la estancia en el Mandrake es la experiencia olfativa. La galardonada perfumista británica Azzi Glasser es la creadora del sensual aroma que impregna cada rincón. Glasser ya ha creado el olor del Reino Unido (a petición el exprimer ministro David Cameron), el del espacio de la odisea de Stanley Kubrick y hace perfumes a medida para que Helena-Bonham Carter, Jude Law o Johnny Depp entiendan mejor a sus personajes mientras están rodando.

El cuarto de baño de una de las ‘suites’ del hotel Mandrake.
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La sorprendente escultura ‘Soul of a man’, de Masciave, que se expone en el hote Mandrake y está hecha con pelo humano.

El controvertido aroma del hotel tiene un número, en concreto la fórmula F3178143. “Esta formulación se crea utilizando algunos ingredientes mágicos para atraer los sentidos cuando se huele por primera vez. El corazón y el núcleo de la composición es la esencia de la higuera y su poder de seducción nocturno. El jazmín, otro de los ingredientes estrella, es otro de los aromas más sensuales, mejora el estado de ánimo, aumenta el estado de alerta y juntos pueden incrementar el deseo sexual”, explica la perfumista.

Aceites rituales como Oud Negro, incienso, mirra y musgos negros ponen la guinda. “Es como entrar en una de aquellas fiestas clandestinas que se nos mostraban en Eyes Wide Shut, una mezcla de erotismo, provocación y lujo capaces de despertar los impulsos más primigenios gracias a elevadas notas afrodisiacas que nos recuerdan que somos animales y que el sentido del olfato forma parte de nuestro ADN”.


La perfumista Azzi Glasser, que ha creado la característica fragancia que se respira en el hotel.
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Glasser es rotunda sobre la fama del aroma afrodisiaco que precede al hotel: “Nunca pensé que la reacción fuera tan notoria como ha sido, ya que es un aroma sutil, pero poderoso. Parece tener una resonancia distintiva que se queda contigo desde que llegas hasta que te vas. La gente quiere comprar esta fragancia cuando visita el hotel”. Mandrake significa mandrágora (raíz humana que propicia la fertilidad). Entonces, ¿se podría decir que el hotel huele a sexo? “A sexo caro”, sentencia la perfumista sonriendo.

No solo sexo
La oferta gastronómica del Mandrake es otra experiencia en sí misma. Babette y sus festines en forma de bares, Waeska y Jurema, ofrecen cócteles etnobotánicos, una primicia en la capital británica. El bar Waeska está presidido por una impresionante barra de mármol de Antolini sobre la que levita una criatura híbrida, entre una gacela y un pavo real, cuyo salto ha sido congelado en el tiempo. El espacio tiene una disposición que favorece la conversación con las mesas colindantes. El restaurante Yopo, dirigido por el chef George Scott-Toft, cuenta con una elaborada carta de inspiración sudamericana.


La barra del Waeska Bar, en el hotel Mandrake, presidida por una escultura digna de una película de fantasía.
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En general, todas las áreas de The Mandrake están ideadas para facilitar la interacción (y el romance, dado el contexto olfativo). El hotel también es, a su manera, un experimento social: hay una parte dedicada a la luz y otra a la oscuridad. Se avisa de que el bar del patio está abierto hasta tarde y ofrece música en directo y sesiones con DJ (de jueves a sábado hasta la una de la madrugada) y de que algunas habitaciones, dependiendo de la zona, podrían verse afectadas por el ruido. Pero nada importa si eres parte de la fiesta. Aquí se trata de ver y ser visto sin ser reconocido. Y hasta olido, si se nos permite el juego.