La historia del tráfico de drogas en Norteamérica es también el relato de su prohibición, de la maquinaria punitiva armada al norte del río Bravo, replicada en México, cuya eficacia después de tantos años resulta más que cuestionable. Es la gran construcción de nuestra era: las drogas son un problema de seguridad pública, el mundo necesita poderosas agencias antinarcóticos para neutralizarlo. Cualquier intento de cambiar el paradigma ha topado con la espada del guardián, Estados Unidos, fabricante y exportador de ideologías hegemónicas.

En Cien años de espías y drogas (Debate, 2022), el académico Carlos Pérez Ricart ilumina parte del gran tsunami, la vertiente operativa de la doctrina en México, encarnada por agentes y corporaciones del vecino del norte. Desde hace un siglo, funcionarios del Gobierno de Estados Unidos actúan en México contra fabricantes y traficantes de droga. Las detenciones de Rafael Caro Quintero o Joaquín El Chapo Guzmán son solo los últimos ejemplos de una operación ininterrumpida, caracterizada, según el autor, por la improvisación.

Dividido en dos partes, el libro plantea primero los orígenes de la presencia de agentes estadounidenses en México, los primeros cruces de frontera, mediado el siglo XIX, para perseguir a esclavos huidos, el tratado que ambos países firmaron entonces para castigar a la nación apache a los dos lados de la línea divisoria… Y también el origen de la producción y el tráfico de opio y marihuana, y más tarde de cocaína.

El autor dedica la segunda parte a cuatro agentes antinarcóticos, cuyas vidas ilustran la historia de desencuentros que ha sido la guerra contra las drogas en Norteamérica. Pérez Ricart habla de Al Scharff, un delincuente reconvertido en agente de aduanas durante la Primera Guerra Mundial; Joe Arpaio, el egocéntrico y racista sheriff de Arizona, que hizo carrera en la DEA en México en la década de 1970 y Héctor Berréllez, policía con pinta de vaquero que vivió como un marqués en la costa de Sinaloa durante años y dejó registros de las prácticas ilegales de sus colegas mexicanos.

Pero sobre ellos destaca la figura, cómo no, de Enrique Camarena, piedra de toque de las relaciones entre ambos países, desde su asesinato en Guadalajara en febrero de 1985. Nunca se supo por qué lo mataron, pero sí que traficantes sinaloenes aficandos en la capital de Jalisco lo hicieron, caso por ejemplo de Caro Quintero. No hay forma de hablar de la operación antidroga en el hemisferio sin recurrir a su figura. Y por ahí, precisamente, inicia la charla.

Pregunta. Camarena aparece, dice usted, como un “punto de fuga”, un personaje inevitable.

Respuesta. Camarena es nuestro Kennedy. Creemos saber qué pasó, igual que Kennedy. Me fascina el espectáculo alrededor. Pensé que no podría escribir esta historia sin él. Por eso quise narrar desde lo que todos creemos conocer, meterme en todo lo que se sabía de él y luego separar narrativas, ideas y darme cuenta de que sabemos muy poco.

P. ¿Muy poco?

R. Todos lo han usado a su favor. La DEA lo usó porque en ese entonces estaban a punto de desaparecer. El Gobierno mexicano trata de parar las actividades de la DEA a partir de ese caso. Un montón de periodistas ha hecho carrera alrededor suyo… Y en realidad es una historia sencilla que se construye a partir de casualidades. Él no era el agente mas importante, antes de su muerte tirotearon a un superior, persiguieron a otros de la oficina de Guadalajara… Hay cuatro o cinco personas más que pudieron haber sido asesinadas. Y luego, los hechos indican que no lo querían matar, no por nada le ponen la venda en los ojos. Su muerte es un accidente y todo lo que se construye hacia ahí es fascinante, la guerra diplomática… Camarena era el muerto que justificaba su existencia. Aunque su historia personal me parece aburrida, no podía empezar de otra manera.

P. Antes que Camarena, México hospedó a Joe Arpaio.

R. Su historia me permite entrar en el racismo constitucional de la guerra contra las drogas, el racismo intrínseco de varios de estos agentes. Fíjate que tres de los cuatro a los que dedico un capítulo son migrantes o de primera generación, caso de Arpaio, que es de familia italiana. Él ejemplifica muy bien la agenda antimigrante. Es un personaje deleznable. Estuve enojado con él.

P. Se nota

R. Me ganó la antipatía, trate de ser objetivo, pero con él… Ademas, es que está muy documentada su figura. Ademas es un mentiroso profesional. Me hubiera gustado entrevistarlo, lo intenté, pero no quiso. Ya no era Sheriff, era candidato… Es un fracasado desde siempre, incluso en el caso de los vuelos espaciales [después de su paso por la DEA, Arpaio y su esposa vendieron asientos para futuros vuelos espaciales]. Hablé con gente que lo conoció y no conocí a nadie que hablara bien de él. Sus tiempos en México son oscuros. Seguí y documenté muchas de las cosas que ha dicho y nada es cierto. Y aun así fue jefe de la DEA aquí.

P. Bueno, pero era un momento, por lo que escribe, en que EE UU se fijaba más en Colombia que en México.

R. Si, pero le toca Operación Intercepción, que pone a México en la mira. [En 1969, un par de años antes de que lanzara su guerra contra el narco y cuatro antes de que naciera la DEA, el Gobierno de Nixon ordenó registrar exhaustivamente los carros que quisieran cruzar la frontera sur]. Luego, México deja de ser importante y luego vuelve a serlo. Pero los primeros programas de compartición de inteligencia fueron en esa época y le tocó manejarlos. Pero, en fin, Arpaio representa algo más: la improvisación, la falta de profesionalismo, el amateurismo de estos agentes… A Arpaio lo recogen de una policía local. Un tipo muy mal preparado. La política de drogas entonces y ahora está hecha por agentes muy mal preparados, poco profesionales. La política exterior de drogas de EE UU no ha sido planeada, es un conjunto de improvisaciones.

P. Me viene a la cabeza el caso, que usted cuenta, del doctor Salazar Viniegra, jefe de toxicología e higiene mental con el presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940), que planteó un acercamiento más de salud pública al tema de las drogas. Quiso que el Estado se quedara con el monopolio estatal de la morfina, peleó por desmitificar la marihuana, incluso preparó una reforma del reglamento del toxicomanías, que llegó a firmar Cárdenas. Pero el Gobierno de EE UU le chantajeó con suspender las exportaciones de medicamentos a México. Ahí se acabó.

R. Sí, sí. Pero ojo, la política de drogas no es una imposición de EE UU. Viene todo de una lógica imperialista, los funcionarios de EE UU tenían sus canales de implementación en Mexico, a través de políticos conservadores. A Salazar lo golpean los periódicos, mucho. Por eso digo que no es que México americanizara sus políticas, es un híbrido entre su imposición y la habilitación de actores locales. La política de drogas no fue impuesta, fue propuesta, aceptada y asimilada.

Carlos Pérez Ricart con su libro, “Cien años de espías y drogas”, en mano.
MÓNICA GONZÁLEZ ISLAS

P. Uno de los últimos accidentes diplomáticos a cuentas de la guerra contras las drogas fue la detención del general Cienfuegos en Los Ángeles hace un par de años. Luego, la Fiscalía mexicana estimó que las pruebas que había recopilado EE UU no daban ni para procesarlo.

R. Es que vemos a EE UU como el gold standard en carga de pruebas. No solo es Cienfuegos, es Zuno [cuñado del expresidente Echeverría, vinculado al caso Camarena], el médico de Camarena [que trató de mantener vivo al agente en su secuestro y tiempo después, agentes de EE UU lo secuestraron y se lo llevaron a EE UU para procesarle]. Esto muestra que el monopolio del desaseo a la hora de hacer casos no es mexicano.

P. Una de las cosas que me sorprendió del libro es que la presunta revisión del acuerdo para que agentes extranjeros actúen en México, que desencadena el caso Cienfuegos, repite en realidad lo que ya se había aprobado en la década de 1990. ¡En realidad no ha cambiado nada!

R. Los agentes de la DEA tienen dos vías para actuar en México, la formal, agentes consulares, que siempre han sido mas o menos 50, y luego los TDA, vinculados a oficinas del sur de EE UU, sobre todo, que no responden a la lógica central de la operación de la DEA en México, sino que tienen objetivos específicos en el país. A mí me costó mucho entender esto. Digamos que la oficina de Calexico (California) tiene una investigación de metanfetamina en Mazatlán y envía a sus agentes allá a investigar. Esos agentes no tienen permiso, el Gobierno mexicano no sabe. Y puede ser que incluso la operación de la DEA en México no sepa de sus actividades.

Eso ocurre todo el tiempo, a menudo con intereses contradictorios. Puede que ese operativo entre en conflicto con otro de la oficina de Nueva York… Incluso con actores antagónicos, puede que los de Calexico tengan informantes de un grupo criminal y los de Nueva York de otro. Es mucho menos ordenado de lo que pensamos. Esa falta de racionalidad genera dinámicas violentas. Creo que gran parte de la violencia en México proviene de ahí. Insisto en que el éxito de la DEA es el fracaso en México. Porque puede que sus oficinas en San Diego o Nueva York tengan éxito, pero dejas un polvorín, porque dejas grupos fragmentados y pugnas.

P. ¿Le parece posible un mundo en que la DEA y agencias por el estilo pierdan peso?

R. La DEA es uno de los últimos enclaves de oposición a la reforma de drogas en EE UU. Al punto de que llegan al absurdo de que, a nivel local, se permite fumar marihuana, pero la DEA lo persigue. La DEA es un enclave autoritario, pero sí se puede desmontar. Y se hará cuando se ataque su economía política. Gran parte de los recursos con que la DEA paga salarios, etcétera, es el narco. Se benefician directamente de las motivaciones de su lucha. Ellos son los principales interesados en la prohibición, porque da sentido a su existencia. Lo que menos quisieran ellos es vivir en un mundo sin drogas. Es lo mismo que la Iglesia, para entendernos. Sin el pecado, no existe. Necesitan el pecado para existir.

A raíz de ese pensamiento, al final del libro menciono el caso de Osiel Cárdenas, antiguo capo del Cartel del Golfo. Lo agarra la DEA y él acepta dar, entre otras cosas, dinero. ¡Y es un dinero no para las víctimas, sino para ellos! Este libro permite mirar con más detenimiento el concepto de corrupción. No se si ese concepto alcance lo que estoy queriendo nombrar. Porque esto es otra cosa, aunque también es lo mismo. No es corrupción en el sentido que lo usamos nosotros. Pero cuando una agencia estatal se beneficia de la ilegalidad para mantener o decir que mantiene la legalidad, es muy grave. Por eso quiero hablar en mis próximos trabajos de cómo los procesos de justicia de EE UU abrevan en la ilegalidad para construir legalidad. Tal vez porque la paz está hecha de mierda.