Por mucho que la derrota hubiera sido anticipada, y hasta amortizada, el golpe que los votantes británicos han propinado a Boris Johnson este jueves volverá a poner en cuestión el futuro político y la autoridad entre los suyos del primer ministro. El Partido Conservador ha sufrido una doble derrota, a manos de los laboristas y de los liberales demócratas respectivamente, en las elecciones parciales celebradas en las circunscripciones de Wakefield y de Tiverton-Honiton, cuyos resultados se han conocido este viernes. Las llamadas byelections son convocatorias a las urnas, en cualquier momento de la legislatura, cuando un escaño queda vacante. En el caso de Wakefield, porque el conservador Imran Ahmad Khan fue condenado y encarcelado por una agresión sexual contra un adolescente. Era una de los territorios en los que la izquierda había dominado durante décadas —parte de la llamada “muralla roja” del norte de Inglaterra—, y que Johnson logró arrebatar en su histórica victoria de diciembre de 2019. Tiverton-Honiton, en el acaudalado suroeste inglés, era también territorio natural de los conservadores. Hasta hoy. Su diputado Neil Parish dimitió después de que dos compañeras le acusaran de ver porno en su teléfono móvil durante una sesión de la Cámara de los Comunes.
El presidente del Partido Conservador, Oliver Dowden, ha enviado una carta en la madrugada de este viernes a Johnson en la que anunciaba su dimisión, para intentar realizar un control de daños del golpe electoral. “Nuestros votantes están angustiados y decepcionados por los últimos acontecimientos, y yo comparto su sentimiento”. Sin decirlo, Dowden señalaba directamente al escándalo de las fiestas en Downing Street durante el confinamiento, que acabó con el primer ministro multado por la policía por saltarse la ley, y una moción de censura interna contra Johnson en la que un 41% de sus diputados exigió su expulsión. “No podemos seguir como si nada. Alguien deber asumir la responsabilidad, y he concluido que no sería correcto que yo siguiera en el puesto”, ha explicado Dowden.
Resulta pronto para determinar si la derrota de Johnson —porque nadie duda en atribuírsela al primer ministro, no a los dos candidatos conservadores locales— es un abandono definitivo de los votantes, o un castigo coyuntural fruto de la irritación y decepción de muchos de ellos por el escándalo de las fiestas. Johnson, de visita en Ruanda por un acto que congrega a las naciones de la Commonwealth [la Comunidad política surgida después de la fragmentación del Imperio Británico], había descartado preventivamente como una “locura” la posibilidad de dimitir a consecuencia de una derrota en las elecciones parciales.
Horas después de conocer los resultados, el primer ministro culpó a la crisis del coste de la vida por lo sucedido y se desvinculó del varapalo. “Tenemos que escuchar el mensaje de la gente”, ha dicho Johnson en Kigali, “pero estos resultados no tienen nada que ver con mi liderazgo. Los Gobiernos siempre suelen perder las elecciones parciales desde la Segunda Guerra Mundial”.
Los liberales demócratas han sido siempre la opción preferida por los votantes tradicionales de derechas para enviar una señal de advertencia o reproche a los tories. La victoria de su candidato Richard Foord en Tiventon-Honiton, con más de 6.000 votos por encima del rival conservador, refleja un voto táctico. Tanto los ciudadanos con simpatías laboristas como los propios conservadores se han volcado con Foord y han dado un vuelco a la situación. En 2019, la ventaja de los tories en esa circunscripción superó las 24.000 papeletas. “Esto debería ser una llamada de atención para que despierten los diputados conservadores que siguen sosteniendo a Johnson. No pueden permitirse ignorar este resultado”, ha señalado Ed Davey, el líder de los liberales demócratas. El candidato Foord fue aún más lejos en su discurso de celebración de la victoria: “Esta noche el pueblo británico ha hablado para lanzar un mensaje alto y claro. Ha llegado la hora de que Boris Johnson se vaya. Nos ha llevado a un estado de vergüenza, caos y negligencia. No es apto para liderar”, ha sentenciado.
La victoria en Wakefield del candidato laborista, Simon Ligthwood, ha permitido respirar aliviado al líder del Partido Laborista, Keir Starmer. Tres años después de sustituir al frente de la formación a Jeremy Corbyn, mucho más posicionado a la izquierda, el papel desempeñado por Starmer sigue despertando dudas en los votantes, y entre los militantes nostálgicos del periodo anterior. Las encuestas señalan poco a poco una mejora de sus expectativas, ante unas futuras elecciones generales, pero no la suficiente para pensar en una posible victoria. La reconquista de Wakefield, territorio laborista histórico hasta que llegó Johnson y cambió las reglas del juego, permite alimentar al laborismo con la esperanza de una remontada. En 2019, los conservadores dieron un vuelco del 6% (de ventaja) a esa circunscripción. Este jueves, el candidato de la formación de izquierdas ha logrado posicionarse más de diez puntos porcentuales por delante de su rival.
“Este resultado es un claro veredicto de que el Partido Conservador se ha quedado sin ideas y sin energía. El Partido Laborista está del lado de la gente trabajadora, recupera escaños que antes había perdido y está preparado para gobernar”, ha afirmado Starmer en la madrugada de este viernes, cuando ya estaba clara la victoria en Wakefield.
Los dos nuevos resultados electorales ―tras un largo recuento, a las cuatro de la mañana (cinco en horario peninsular español)― son dos nuevos recordatorios a los diputados conservadores de que la magia de Johnson para movilizar a los votantes ha comenzado a sufrir una dura erosión. En principio, las reglas internas del partido prohíben la celebración de una nueva moción de censura interna hasta que pase un año de la anterior. A principios de junio, el primer ministro británico logró salvar por la mínima su puesto. El consenso general entre los tories ha sido el de darse una tregua hasta el otoño antes de replantearse si sueltan la mano de su líder. La derrota en las urnas de este viernes, y el verano de huelgas y malestar social que se avecina en el Reino Unido, vuelven a poner en la cuerda floja al primer ministro británico.