Macron saludaba el domingo después de votar en la localidad de Le Touquet, al norte de Francia. MICHEL SPINGLER (EFE)

Francia ha entrado en territorio desconocido. Los franceses sancionaron el domingo a Emmanuel Macron en la segunda vuelta de las elecciones legislativas. La coalición macronista, Ensemble, seguirá siendo la que tendrá más diputados que el resto, pero queda muy lejos de la mayoría absoluta. Y, tras gobernar durante un quinquenio sin contrapoderes, el presidente se verá obligado a buscar compromisos en una Asamblea Nacional con una poderosa oposición de izquierdas y de extrema derecha. El país tiene dos alternativas: o aprender la cultura del consenso, exótica en su sistema presidencialista, o verse abocado a la ingobernabilidad.

El correctivo es severo para el presidente de la República, apenas dos meses después de salir reelegido con comodidad. Su coalición pierde 100 o más escaños para quedarse con 244 de 577, según el recuento oficial, con un 100% del voto escrutado. En segunda posición, con 127 escaños, queda la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES), la alianza de populistas de izquierdas, socialistas, ecologistas y comunistas liderada por Jean-Luc Mélenchon. Además del descalabro de Macron y la irrupción de la alianza de izquierdas como primera fuerza opositora, la otra novedad de la noche electoral es el ascenso del Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen, que pasa de ocho diputados a 89.

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La abstención fue del 53,7%, medio punto más que en la primera vuelta, el domingo pasado, pero cinco puntos menos que en la segunda vuelta de 2017. Los números de escaños podrían variar una vez que todos los diputados —algunos se presentaban sin la etiqueta oficial de ningún partido— se hayan ubicado en cada grupo parlamentario.

“Esta situación constituye un riesgo para nuestro país, vistos los desafíos tanto a escala nacional como internacional”, declaró la primera ministra, Élisabeth Borne, tras una reunión de tres horas con Macron. “A partir de mañana trabajaremos para construir una mayoría de acción”, añadió.

Una nueva época política arranca en Francia, después de un quinquenio en el que, con una mayoría absoluta de 345, Macron ha podido gobernar con manos libres y la Asamblea Nacional se ha limitado, en la mayoría de los casos, a dar el visto bueno a las iniciativas de un presidente que concentraba todos los poderes. Los franceses envían una señal a Macron: quieren imponer límites a su poder. Ya no podrá mandar solo. Todo su programa de reformas queda en suspenso, y no es seguro que cuente con las mayorías necesarias para aplicarlo. También su habilidad estratégica está en entredicho: confiado en la facilidad de la victoria tras ganar las presidenciales, decidió hacer una campaña de perfil bajo.

Ensemble podría llegar a la mayoría absoluta con una alianza con la derecha moderada de Los Republicanos (LR). LR tendrá 61 diputados. “Seguiremos en la oposición”, avisó Christian Jacob, presidente de LR.

“El desastre, para el partido presidencial, es total y no aparece ninguna mayoría”, dijo Mélenchon, quien no descartó que, al final del recuento, fuese NUPES la candidatura con más diputados. Le Pen, por su parte, declaró: “Nosotros encarnaremos una oposición firme pero respetuosa con las instituciones”.

Varios ministros de Macron eran candidatos a las legislativas y al menos tres perdieron: la titular de la Transición ecológica, Amélie de Montchalin, la de Sanidad, Brigitte Bourguignon, y la secretaria de Estado del Mar, Justine Bénin. Deberán abandonar el cargo, según la regla establecida por el palacio del Elíseo. El presidente saliente de la Asamblea Nacional, Richard Ferrand, amigo y aliado del presidente, perdió en Bretaña. Y el jefe de la mayoría macronista, Christophe Castaner, en los Alpes de Alta Provenza. También queda en posición delicada la nueva primera ministra, Borne, elegida por poco en su circunscripción de Normandía. Su futuro es incierto.

La Asamblea Nacional reflejará, con mayor fidelidad que hasta ahora, el esquema tripartito —centro, alianza de izquierdas y extrema derecha— que ha dominado la política francesa desde que Macron conquistó el poder en 2017. Las voces antisistema se escucharán más y tendrán un peso mayor en la vida parlamentaria. Y el descontento social se reflejará en el hemiciclo. Si fracasa en el intento de formar mayorías, el presidente de la República tiene la posibilidad de disolver la Asamblea y convocar nuevas legislativas.

En Francia se inaugura, después de estas legislativas, un periodo sin elecciones, hasta las europeas de 2024. Se cierra un ciclo electoral que empezó en 2019, precisamente con las europeas, siguió en 2020 con las municipales, en 2021 con las regionales y en 2022 con las presidenciales y las legislativas. En cada una de estas elecciones la abstención ha batido récords, o ha estado cerca. Los franceses ya empezaban a acusar la fatiga electoral.

La carrera para suceder a Macron en 2027 ha comenzado y el resultado de las legislativas puede socavar su autoridad. Macron no puede presentarse a un tercer mandato seguido. Entre sus aliados, el ex primer ministro Édouard Philippe —hoy líder del nuevo partido Horizons— y el actual ministro de Economía, Bruno Le Maire, no esconden sus ambiciones.

El futuro de Mélenchon
Otra incógnita: qué será de Mélenchon, líder indiscutible de la nueva izquierda y uno de los triunfadores de estas elecciones, pero que no era candidato en estas legislativas y, por tanto, se queda sin el altavoz del escaño en la Asamblea Nacional. No habrá alcanzado, según las proyecciones, su objetivo de liderar la primera fuerza parlamentaria y obligar así a Macron a nombrarle primer ministro, pero ha devuelto a la alicaída izquierda al centro de la política francesa.

En la primera vuelta, el 12 de junio, Ensemble sacó un 25,75% de votos. La NUPES, un 25,66%. La campaña se escenificó como un duelo entre Macron y Mélenchon. Macron presentó a Ensemble como el partido del orden y alertó de que una victoria de los melenchonistas significaría “añadir un desorden francés al desorden mundial”. “¡El caos es Macron!”, replicó Mélenchon.

La prioridad de Macron era la aprobación, en la Asamblea Nacional, del plan para proteger el poder adquisitivo de los franceses ante la inflación. En otoño debía llegar el turno de su reforma más complicada, aplazada en el primer quinquenio tras semanas de huelgas y manifestaciones y la llegada de la covid. Se trata de la reforma de las pensiones, que debe llevar la edad de jubilación de los 62 años actuales a los 64 o 65 años. Está por ver si contará con suficientes diputados para aprobar estos planes.

La izquierda había hecho campaña con un programa para reducir la edad de jubilación a los 60 años, subir el salario mínimo a los 1.500 euros mensuales y controlar los precios de los productos de primera necesidad. Cada partido integrante de NUPES debería tener su propio grupo parlamentario. El riesgo es que, dadas las diferencias entre europeístas y euroescépticos o entre partidarios del libre mercado y anticapitalistas, la alianza se fracture.

La nueva legislatura, la XVI, se inaugurará oficialmente el 28 de junio con la elección del presidente de la Asamblea Nacional y la formación de los grupos. Entretanto, Macron posiblemente deba remodelar el Gobierno formado en mayo tras las presidenciales. En julio, la primera ministra Borne, o quien le suceda si abandona el cargo, podría pronunciar el llamado discurso de política general ante el Parlamento y solicitar un voto de confianza. No es obligatorio. Con la nueva Asamblea Nacional, no lo tendría tan fácil como sus antecesores.