El presidente ruso, Vladímir Putin, se prepara para exhibir su músculo militar entre alertas de Estados Unidos y la OTAN de que el Kremlin está contemplando una invasión inminente de Ucrania. El líder ruso supervisará este sábado maniobras militares que incluirán el lanzamiento de misiles balísticos y de crucero (capacitados para transportar ojivas nucleares), según ha informado el Ministerio de Defensa ruso. El Kremlin ha asegurado que las maniobras son las que no se pudieron llevar a cabo en 2020 y 2021 debido a la pandemia de coronavirus, y que estaban en la agenda desde hace tiempo. Los ejercicios militares elevan la tensión en una crisis ya muy caliente a la que se sumó este viernes el llamamiento de los líderes separatistas de Donetsk y Lugansk a los civiles de evacuar la zona por temor a un ataque del ejército de Ucrania. Kiev lo negó inmediatamente. La crisis del Donbás entra así en una nueva fase en medio de las advertencias de Washington y de la Alianza Atlántica de que Moscú puede estar lanzando una operación de falsa bandera, es decir, un ataque orquestado por el Kremlin para usarlo como excusa para una incursión militar en las regiones secesionistas del este de Ucrania.

Pese a la escalada, Putin ha asegurado que mantiene la vía diplomática abierta y que mantendrá nuevas conversaciones con Occidente para resolver la crisis en torno a Ucrania, pero que sus demandas de “garantías de seguridad” —que pasan por reescribir los términos del desenlace de la Guerra Fría y devolver a la OTAN a posiciones anteriores a 1997, así como el veto a la membresía de Ucrania y Georgia en la Alianza Atlántica— deben ser escuchadas. “Estamos listos para emprender el camino de la negociación con la condición de que todas las cuestiones se consideren juntas, sin separarse de las principales propuestas de Rusia”, ha dicho Putin este viernes en una conferencia de prensa en Moscú junto al líder autoritario bielorruso, Aleksandr Lukashenko.

El presidente ruso presenciará los ejercicios del sábado desde un centro de operaciones del Ministerio de Defensa, según el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov. “Estas maniobras son imposibles sin el jefe de Estado. Ya saben, la famosa maleta negra y el botón rojo”, ha dicho este viernes Peskov, que ha apuntado que el líder ruso duerme “tranquilo” estos días de alta tensión.

Cuando las conversaciones diplomáticas de alto nivel contra el reloj parecen no tener fin, Estados Unidos ha elevado este viernes su alerta al insistir en que Rusia, en vez de retirar sus tropas de las cercanías de la frontera con Ucrania como ha anunciado, está acumulando hasta 190.000 soldados, según un documento de Washington enviado a la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa). Un número superior a los 150.000 que estimó el presidente estadounidense, Joe Biden, esta semana.

Las maniobras previstas este sábado se suman a otras que Rusia desarrolla junto a Bielorrusia —con fecha de finalización este domingo—, así como ejercicios en el mar Negro y también en la península ucrania de Crimea, que Rusia se anexionó en 2014 con un referéndum no reconocido por la comunidad internacional. Putin muestra habitualmente el potencial del ejército ruso como maniobra de fuerza, intimidación y también de amenaza. En 2018, en su discurso anual sobre el estado de la nación, anunció una nueva generación de armas nucleares, incluido un misil de crucero intercontinental “invencible” y un torpedo nuclear. Y lo hizo con una presentación vistosa, con vídeos animados que mostraban múltiples ojivas nucleares dirigidas a Florida, donde el entonces presidente estadounidense, Donald Trump, tiene su casa de vacaciones en Mar-a-Lago.

“Se desarrollará un ejercicio programado de las fuerzas de disuasión estratégica”, ha informado el Ministerio de Defensa de Rusia sobre las maniobras. El objetivo, según explica una nota del departamento dirigido por Serguéi Shoigú, el ministro más cercano a Vladímir Putin, es verificar la preparación de los “comandos militares y las tripulaciones de los sistemas de misiles, buques de guerra y bombarderos” y la fiabilidad “de las armas de las fuerzas estratégicas nucleares y convencionales”.

Esta nueva flexión de músculo militar llega en un momento de especial tensión en la zona del Donbás, donde el Gobierno ucranio y los separatistas prorrusos apoyados por el Kremlin, que luchan desde hace ocho años en un conflicto que se cocina a fuego lento, están intercambiando acusaciones de ataques contra la población civil y de romper el alto el fuego. Kiev ha informado este viernes a mediodía de 60 violaciones del alto el fuego en las 24 horas anteriores, incluidos 43 disparos de artillería que alcanzaron una guardería y un colegio en la parte de la región de Lugansk controlada por el Gobierno.

Los líderes separatistas de Donetsk, Denis Pushilin, y Lugansk, Leonid Pasechnik, respaldados por Moscú, han asegurado este viernes que van a iniciar una “evacuación masiva de civiles” a la vecina región rusa de Rostov, alegando ataques de las fuerzas ucranias. Además, informaron de la explosión de un coche bomba en las inmediaciones del edificio del Gobierno de Donetsk, recogida por la agencia estatal rusa Tass, que no causó víctimas. “Una salida temporal protegerá la vida y la salud de usted y sus seres queridos”, instó Pushilin a la población.

El Kremlin afirmó, tras el anuncio, que no tenía conocimiento de estos planes. Sin embargo, poco después recogió el guante. El portavoz Peskov aseguró que Putin ha pedido al jefe del Ministerio de Emergencias que vuele urgentemente a la región de Rostov y ha instruido al Gobierno para que conceda un pago de unos 10.000 rublos (unos 114 euros) a cada refugiado que llegue desde la región ucrania del Donbás.

En la Conferencia de Seguridad de Múnich, el secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken, aseguró que el desarrollo actual sigue el libro de jugadas del Kremlin. “Todo lo que estamos viendo es parte de un escenario que ya está en juego de crear falsas provocaciones, luego tener que responder a esas provocaciones y finalmente cometer una nueva agresión contra Ucrania”, aseguró en un debate con la ministra de Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock.

Rusia ha repartido en las regiones ucranias de Donetsk y Lugansk casi un millón de pasaportes rusos. Putin, que ha ahondado en los últimos meses en su retórica de que en el Donbás se está produciendo un “genocidio” de personas de hablar rusa, habló este viernes de “escalada” e insistió en que la situación es muy preocupante.

El Gobierno ucranio, por su parte, negó las acusaciones de los jefes separatistas. También la oleada de noticias en medios de la órbita del Kremlin que hablan de que Kiev prepara una ofensiva para recuperar las áreas del Donbás en poder de los secesionistas y de que habría lanzado ya un ataque contra una instalación estratégica de la región. “Refutamos categóricamente los informes de desinformación rusos sobre las supuestas operaciones ofensivas o actos de sabotaje de Ucrania en las instalaciones de producción química”, ha remarcado el ministro de Exteriores, Dmytro Kuleba. “Ucrania no lleva a cabo ni planea ninguna acción de este tipo en el Donbás. Estamos totalmente comprometidos con la resolución diplomática de conflictos”, ha añadido.

Tras una madrugada particularmente activa en la que se han producido cortes de electricidad y de algunos operadores telefónicos en las regiones del Donbás controladas por el Gobierno, el ministro de Defensa ucranio, Oleksii Reznikov, insistió en que Rusia y sus representantes [los separatistas prorrusos] buscan desencadenar un pretexto para lanzar una agresión. “Lo más probable es que esperaran que la parte ucraniana tomara represalias para poder culparnos por empeorar la situación”, dijo en una intervención en el Parlamento. “Las provocaciones no terminarán. Nuestro objetivo es mantener la cabeza fría, responder adecuadamente pero no dejarnos provocar. Estimamos que la probabilidad de una gran escalada es baja”, añadió.