Ilse Urquieta, una de las creadoras de la Santa Vulva, en su estudio en Ciudad de México el 8 de noviembre.

Ilse Urquieta sufrió un abuso sexual cuando era niña y hasta hoy, a sus 30 años, le cuesta vivir con ello. A lo largo de su vida ha ido buscando una vía expiatoria, una salida a ese trauma que le marcó para siempre. En la Santa Vulva encontró una forma de hablar de esa violación, pero también de darle voz a otras mujeres que sufrieron, como ella, la violencia machista en el país.

Creó esa imagen el año pasado junto a una decena de amigas y la artista PJ Romer para exhibir una profunda contradicción: mientras en México se adora a una figura femenina —la Virgen de Guadalupe—, las violaciones a los derechos de las mujeres se multiplican. “La Iglesia Católica ha tenido un muy mal historial con las mujeres. Entonces dijimos: ‘Vamos a tomar tu símbolo y vamos a usarlo para resignificar la historia de las mujeres que hemos sido violentadas”, explica Urquieta.

La Santa Vulva se convirtió en algo más que un símbolo: se transformó en una especie de confesionario móvil. El 8 de marzo de 2020, cuando sus creadoras salieron por primera vez a marchar con ella a cuestas, un altavoz iba reproduciendo a todo volumen historias de abusos y violencias sufridas por diferentes mujeres que acudieron a la manifestación. Ilse reconoce que al principio tuvo miedo de cómo pudiera ser recibida, pero se sorprendió con la reacción de la gente: “Fue un acto de amor, de bienvenida y de entendimiento, que es lo más importante”. Tras dos años guardada por la pandemia, la pieza volverá a salir a las calles el próximo 8 de marzo.