Hoy celebramos el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, estamos aquí, para hacer visibles y reconocer la presencia de más de 476 millones de indígenas que vivimos en 90 países de todo el mundo, y que representamos el 6.2 por ciento de la población mundial.

Somos nosotros los Indígenas, los que nos sumamos a la diversidad de culturas, tradiciones, idiomas y sistemas de conocimiento; fusionándonos a las 7 mil lenguas que se hablan en el mundo, y que en su mayoría, corresponden a nuestros pueblos indígenas.

Sin embargo, es lamentable saber que en Durango, según datos del Instituto Nacional de las Lenguas Indígenas, aparecemos en la lista de aquellas, que están en peligro de extinción.

Mucho se ha escrito sobre nosotros. Hemos sido motivo de investigaciones antropológicas sociológicas y objeto de estudio de cientos de tesis doctorales.

No obstante, a la par de esto, muchos pueblos indígenas seguimos viviendo en la marginación, padeciendo la discriminación y la pobreza, luchando contra el control ejercido sobre nuestras tierras, territorios y recursos.

Lo que subyace a este comportamiento, es justo la falta de respeto a LOS DERECHOS HUMANOS, nuestros derechos humanos, que no han sido reconocidos, y por lo tanto, no se han creado las condiciones necesarias para ejercerlos y para que seamos respetados.

Hoy compartiré con ustedes algunas reflexiones, desde mi ser o’dam, sobre lo que considero que nos impacta a nosotros, a los que integramos los pueblos indígenas en Durango. Los Derechos Humanos.

Solo reflexionaré sobre dos artículos contenidos en la Declaración de las Naciones Unidas, sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.
Y que a la letra dicen:

Artículo 4. Los pueblos indígenas, en el ejercicio de su derecho a libre determinación, tienen derecho a la autonomía o al autogobierno en las cuestiones relacionadas con sus asuntos internos y locales, así como a disponer de medios para financiar sus funciones autónomas.

Artículo 13.
1. Los pueblos indígenas, tienen derecho a revitalizar, utilizar, fomentar y trasmitir a las generaciones futuras sus historias, idiomas, tradiciones orales, filosóficas, sistemas de escritura y literaturas, y a atribuir nombres a sus comunidades, lugares y personas, así como a mantenerlos.

2. Los Estados adoptarán medidas eficaces para asegurar la protección de ese derecho y también para asegurar que los pueblos indígenas pueden entender y hacerse entender en las actuaciones políticas, jurídicas y administrativas, proporcionando para ello, cuando sea necesario, servicios de interpretación u otros medios adecuados.

Sin embargo, aunque tengamos escriturados muchos derechos, no significa que gocemos de ellos.

En la práctica ¿qué pasa con el derecho de los niños y niñas indígenas, a ser educados en su cultura y su idioma?

Esto no es posible, porque gran parte del personal docente que trabaja en los Centros Educativos de las regiones indígenas, no habla nuestra lengua y en su mayoría nuestros hijos reciben su educación en español.

Así como el derecho a la educación, podemos analizar el derecho a la salud, al trabajo, o sobre nuestro territorio, del que no tenemos certeza jurídica.
Porque cuando, solicitamos poner orden en este tema, siempre habrá una respuesta negativa.

Nosotros siempre hemos estado dispuestos a cumplir con lo que mandata la Constitución.

Pero consideramos que como sociedad que está en constante cambio, nuestro presente, requiere de respuestas diferentes, sin que ello implique dejar de mirar el pasado, porque cada día, está más presente que nunca.

Hoy hare referencia, a esas miradas que nos han definido, que han dicho quiénes somos, que pensamos y cómo somos considerados. Miradas bajo realidades diferentes, experiencias diferentes, formas diferentes de concebir la vida, la muerte, la tierra.

Nosotros hablamos de solidaridad, dignidad, de respeto, del vivir bien, de la madre tierra, del padre sol y no de desarrollo, progreso, y explotación.

La solidaridad, es la práctica de la ayuda mutua, en la preparación de la tierra para la siembra y en la cosecha. En la construcción de la casas para el servicio de la comunidad, el mantenimiento de los espacios para nuestras ceremonias.

Para nosotros la tierra es un ser vivo, es la madre que provee de alimento a sus hijos, ¿quién entonces en su sano juicio, daña a su madre?

Hoy muchos hermanos están viviendo con miedo, por la presencia de personas desconocidas, que USAN ARMAS Y PROVOCAN DISTUBIOS Y DIVISIÓN ENTRE NOSOSTROS. A causa de ello algunos han tenido que abandonar su tierra, ese espacio que representa todo, porque es parte de su historia, porque ahí están sus ancestros, y buscar un nuevo espacio para vivir, porque el Estado no es capaz de brindarnos seguridad para vivir en paz en la tierra que por derecho nos pertenece.

Y eso sucede justo por esas miradas que nos han definido como diferentes, porque para ellos somos inferiores y ellos con su “fuerza” presumen tener más derecho que nuestra posesión ancestral.

Igual nos miran diferentes cuando de saberes se trata. Se dice que nuestros conocimientos no son científicos, por lo tanto son creencias, es magia, es idolatría. Para nosotros son saberes, que nos dejaron nuestros antepasados, que guían y orientan nuestro actuar, para estar en armonía con nuestro medio ambiente, con nuestros semejantes y con nosotros mismos.

Pero qué pasa con nosotros, qué es lo que el indígena realmente piensa, cuando se sabe definido por otro que no está en sus zapatos.

Nos lo han dicho tantas veces y de diversas formas, que algunos hemos terminado por aceptarlo, asumiendo una condición que no es, otros una actitud de confrontación, de rechazo y no una comunicación de respeto.

Y entonces permitimos que nos cosifiquen, que nos folkloricen, que nos conviertan en mercancía, para ser aceptados y visibilizados; porque para la sociedad capitalista importa la ganancia, no la preservación de la cultura.

Ahí tenemos la Guelaguetza, La noche de muertos, Los voladores de Papantla.

Todos son ejemplos de la folklorización de nuestras costumbres para que así sea más vendible, más mercantilizable.

O nos decidimos a la descolonización de nuestro ser como refiere el filósofo Enrique Dussel, y rescatamos la estatura de nuestros ancestros.

O estamos condenados, a la lenta pero efectiva pérdida de nuestra cultura, de nuestra lengua y todo lo que nos hace ser diferentes, a ser nosotros y no como nos han dicho que debemos ser.

Pero para ello nuestro pueblo indígena necesita desaprender, para reinventarnos y resignificar nuestros saberes, para emprender nuevas formas de caminar como iguales.