El subcampeón olímpico Daniel Dhers, con 531.000 seguidores en redes sociales, ha asumido un rol de contención de las estridencias que desde hace años hacen sordo cualquier debate en Venezuela. Bajarle la intensidad a la crispación, ponerle pausa al conflicto automático, ha sido un subtexto recurrente en sus continuas transmisiones en Instagram en las que ha contado todo su camino a los Juegos Olímpicos. Mientras deportistas como él alegraban a los venezolanos con sus medallas, la política ha salpicado sus logros en Tokio. No podía ser de otra forma en medio del atasco en el que lleva el país gobernado hace 22 años por el chavismo.
Desde la primera medalla de plata lograda por el pesista Julio Mayora, que dedicó su triunfo al expresidente y líder de la revolución bolivariana Hugo Chávez, la conversación latente ha girado en torno a cómo recibirán los otros atletas la clásica llamada de felicitación de Nicolás Maduro. Este ha sido un gesto configurado por el oficialismo como una ocasión de propaganda, para capitalizar los logros de los atletas que forman parte de la más reducida delegación olímpica en cuatro ciclos olímpicos y cuyas grandes figuras se han labrado casi solas sus carreras. Pero que también busca aprovechar la mínima oportunidad de reconocimiento para un Gobierno que ha perdido sus credenciales democráticas.
En una de sus transmisiones en vivo, Dhers opina sobre algunas reacciones de rechazo que generó la dedicatoria de Mayora. “Indiferentemente de su inclinación política, ese chamo ama a su país. Los Juegos Olímpicos son un momento de alegría para nuestros países, dejen eso de lado. Julio dejó el corazón por Venezuela, se enfocó en sus metas, levantó su peso, y ahora lo ligan con la política, qué fastidio”, se quejó. “No saben lo difícil que ha sido llegar aquí en una pandemia. Así como él, seguimos todos en la delegación de Venezuela, por el país que queremos, porque somos de ahí. Dejen la política de lado”, insistió.
El rito de la llamada desde Miraflores ha sido el mismo en las cuatro medallas que ha logrado el país sudamericano hasta ahora. Maduro en altavoz desde el teléfono del ministro de Juventud y Deportes, Mervin Maldonado, u otro funcionario. Alguien graba la conversación entre el líder chavista y el medallista como si se tratara de una prueba y se cuelga el video en el Twitter del mandatario. La de Dhers ha dejado una estela distinta.
El subcampeón olímpico en BMX freestyle ha vivido 20 años fuera de Venezuela. Emigró cuando el chavismo apenas comenzaba. Tomó esa rampa para lograr la profesionalización en un deporte que entonces era una cosa de muchachos rebeldes en las calles. En la llamada mostró una vez más su don para las acrobacias. “Hermano, ¿cómo te encuentras?”, saludó con su desparpajo de ciclista a Maduro, que cuenta con una aparatosa caída en bicicleta entre sus primeros bloopers presidenciales. Continúa una conversación cordial de dos minutos. “Cualquier cosa que sea de deportes, me llama”, subraya Dhers.
La disección de frases de estos intercambios es síntoma de la crisis de lenguaje que vive Venezuela, generada por la debacle política, económica y social y dos décadas de chavismo. En Venezuela las palabras no significan lo que nombran. Por eso a las felicitaciones oficiales por cada medalla ha seguido esta avalancha de discusiones. Desde criticar a los que saludaron como presidente a Maduro y se rieron con él hasta denigrar al boxeador Eldric Sella, como hicieron los chavistas más radicales, por su fugaz participación en el equipo de refugiados. También hubo quien aventuró como una victoria opositora que Dhers no se refiriera a Maduro como presidente sino como “hermano”. En medio de estos caudales, los videos del ciclista han sido un dique.
Su medalla, concebida por él como un momento de alegría para los venezolanos de dentro y fuera de un país en conflicto, también ha sido mucho más conciliadora que todos los intentos de tejer puentes para encontrar una salida al atolladero en el que vive el país. El deporte como lugar de encuentro ha servido en este momento para eso mismo que se propuso Dhers. Venezuela no es el país polarizado de los tiempos de Chávez. Es ahora una nación arrasada, empobrecida y fragmentada, representada en Tokio con la participación, por primera vez, de un venezolano en el novel equipo olímpico de refugiados. Las glorias de la última semana y, sobre todo, la empatía de Dhers son bálsamo para una nacionalidad estropeada.
En este momento en que la crisis pareciera haber vuelto una vez más al punto de partida, el agotamiento de las esperanzas, la salida a la vista pasa necesariamente por bajar el tono de la confrontación y atenderle la llamada a Maduro, o marcar su número directamente para sentarse a acordar las reglas de la competencia. Las gestiones para una nueva ronda de negociaciones en México se están haciendo, pero todavía hay suspenso sobre agenda, canales y métodos para llegar a consensos. El fantasma de un nuevo fracaso merodea los intentos. En medio, los mensajes y la insistencia conciliadora del ciclista parecen tener más calado que algunos liderazgos políticos. Con su estilo libre, Dhers ha podido despachar a los “intensos”, gracias a la distancia que le da no vivir en Venezuela desde hace más de 20 años, pero tener un cable que lo trae frecuentemente al país. Así respondió a quienes lo criticaron por atender la llamada de Miraflores. “Fui cordial en la llamada con Maduro, y así como hablo con él puedo hacerlo con alguno de la oposición. Todo es en pro del deporte”, dijo en un video en directo ya de regreso a Estados Unidos. “Si no lo pueden superar, chao”.