Imborrable imagen de Diego Armando Maradona como colofón de un Mundial histórico en suelo mexicano que resultó de los más recordados

CIUDAD DE MÉXICO.- Bien pudo ser la imagen de un capitán con una pierna encima de la popa mirando su tesoro, la de aquel domingo en Ciudad de México, sin embargo no distaba de la fantasía que había creado Diego Maradona con su futbol.

En hombros, cargando la Copa del Mundo, dio una vuelta olímpica y fiel a su estilo de ser Dios y el diablo al mismo tiempo, no quiso seguir en la cancha porque estaba enfadado de que la gente aplaudiera los goles de Alemania.

Argentina ganaba el partido 2-0 y fue empatado causando el furor en las tribunas. Hay quien le explicó a Maradona, “no es culpa de la gente, sólo querían que no se acabara el futbol”, a Diego no le importó, azotó la puerta del vestuario y privatizó el festejo.

De esa forma culminaba una de las Copas del Mundo más emblemáticas que a memoria futbolera archive, un evento que tenía el lastre nueve meses atrás de un terremoto en Ciudad de México con apocalípticas cifras de daños y muertos.

Argentina entonces crearía una biblia futbolística. Lo recuerda Jorge Burruchaga, autor del último gol del torneo, el del campeonato.

Maradona fue el Dios, pero por un momento me sentí como él, cuando anoté y me hinqué a festejar. Gracias a Harald Schumacher, portero alemán que ese día salió de amarillo porque por eso le anoté”.

La explicación de Burruchaga es que entre el sol cegador y la carrera, el sudor en los ojos y el cansancio de piernas, apenas distinguió la mancha amarilla del uniforme y cuando sintió el momento preciso, disparó cruzado.

El portero Nery Pumpido sabía que con Diego en estado de gracia nadie podía hacerle sombra a Argentina, que llegó a México cargada de problemas.

Varios dirigentes querían fuera a Salvador Bilardo, por eso viajamos antes de tiempo. Fuímos la primera selección que llegó a México para adaptarnos a la altura y nos dio resultado”.

Encerrados en el Club América, Argentina tuvo tiempo de encontrarse a sí misma. Se encerraron varios jugadores para reclamarse varias astillas enterradas, Maradona y Pasarella casí llegan a los golpes y terminaron conviviendo todos como buenos compañeros en un restaurante de cortes llamado Mi Viejo.

No fuimos el mejor grupo, no quedamos como amigos, pero en ese momento podíamos dar la vida por el de al lado”, cuenta Burruchaga.

Era la selección de las supersticiones. De entrada, sus números fueron entregados por orden alfabético, de tal manera el 10 no era Maradona, sino Óscar Garre, “algo que no podía ser, tenía que ser de Diego, por el bien del equipo, así que cambiaron de playera”, dice Burruchaga.

Entre otras situaciones capciosas estaban las de ponerse hojas de ruda en las calcetas para calmar los dolores, Giusti enterraba un caramelo en el césped de juego, Brown contestaba un teléfono antes de salir de la concentración, Pumpido no lavaba su suéter gris y varios se rasuraban el día del juego.

Este aniversario es distinto, Maradona ya no está, “cuesta asimilar su partida, pasé tres mundiales con él, fue una amistad sincera”, relata Pumpido.

-Con información de Rafael Moreno